sábado, 27 de junio de 2015

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (El Poeta) V



De la sensualidad de la poesía, a la sinrazón de la existencia.
De la delicada voz del alma poética, a la rudeza del lenguaje no 
poético. De la caricia musical del verbo del espíritu humano, 
a la grandilocuencia de las formas pretendidamente seudo poéticas.

Y la vida está llena de poetillas que han violado el altar de la poesía, 
para, en su nombre, usurpar un espacio que por derecho natural no 
les corresponde; pretenden satisfacer de este modo su descomunal 
y esperpéntico ego en nombre de la fama.

Al menos en todas las generaciones aparece uno, cuando no un ciento, 
y los poetas tenemos que acallar nuestras protestas porque ellos 
aseguran que tienen el mismo derecho a expresarse, y yo digo que sí, 
si fueran poetas y escribieran poesía.




Ahí, adentro, en los repliegues del alma descansa el verbo poético
 
Gustavo Adolfo Bécquer (El Poeta)V
                 (Final)

Los misterios de la religión
entre muros de recogimiento,
en claustros de piedra labrada;
en celdas que, en tiempo pasado,
fueran de monjes, rezos y aleluyas
a un dios incomprendido.
Frente al sol La Cruz Negra,
la espiritualidad de la naturaleza
en la libertad de los hombres,
en la belleza del Moncayo, en
leyendas de amor, hadas y ondinas,
en culturas que aquí se asentaron.

La gran madre extiende sus brazos
para acoger al hijo pródigo,
que abandonó la casa del padre
cuando del padre ya no era hijo;
en busca de poesía, amores,
poemas, rimas y versos que había
de desgranar entre piedras,
guijarros y polvo de los caminos.
El corazón le palpita, bajo la bóveda
del sol; al cielo tiene por techo,
de verdes los ojos preñados.

Sentado en la grada, piensa:
-ayer llovió, los dedos limpios
del agua lanzaron el polvo a la tierra,
y la cumbre del Moncayo
puedo tocar con mis manos.
-El cielo permanece límpido,
como de no haber distancia,
próximo al espíritu que recita
salmos de amor y complacencia;
oraciones que brotan desde su ser
interior, cuando, en lejanía, rauda
el alma navega ajena a cuanta historias
acontecen, a cuantas ligaduras atan
su vida de trashumante en la tierra.

Desvaría el poeta, mano en arcilla;
en trance, se adentra por esos
mundos que dios le diera a entender,
libremente, igual que de niño
jugara a la orilla de su río
grande, el de la torre dorada.
Y era la misma luz, el mismo cielo
que ilumina su cara; el mismo sol
que asolea su tez morena , que
le abre los ojos a la mañana clara,
que le impulsó a batallar verso
a verso persiguiendo quimeras.  
Y la Cruz Negra fue llamada Cruz de Bécquer.   


Cruz de Bécquer, Veruela




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