De la sensualidad de la poesía, a la
sinrazón de la existencia.
De la delicada voz del alma poética, a la rudeza del
lenguaje no
poético. De la caricia musical del verbo del espíritu humano,
a la
grandilocuencia de las formas pretendidamente seudo poéticas.
Y la vida está llena de poetillas que
han violado el altar de la poesía,
para, en su nombre, usurpar un espacio que por
derecho natural no
les corresponde; pretenden satisfacer de este modo su descomunal
y esperpéntico ego en nombre de la fama.
Al menos en todas las generaciones
aparece uno, cuando no un ciento,
y los poetas tenemos que acallar nuestras
protestas porque ellos
aseguran que tienen el mismo derecho a expresarse, y yo
digo que sí,
si fueran poetas y escribieran poesía.
Gustavo Adolfo Bécquer (El Poeta)V
(Final)
Los misterios de la religión
entre
muros de recogimiento,
en
claustros de piedra labrada;
en
celdas que, en tiempo pasado,
fueran
de monjes, rezos y aleluyas
a
un dios incomprendido.
Frente
al sol La Cruz Negra,
la
espiritualidad de la naturaleza
en
la libertad de los hombres,
en
la belleza del Moncayo, en
leyendas
de amor, hadas y ondinas,
en
culturas que aquí se asentaron.
La
gran madre extiende sus brazos
para
acoger al hijo pródigo,
que
abandonó la casa del padre
cuando
del padre ya no era hijo;
en
busca de poesía, amores,
poemas,
rimas y versos que había
de
desgranar entre piedras,
guijarros
y polvo de los caminos.
El
corazón le palpita, bajo la bóveda
del
sol; al cielo tiene por techo,
de
verdes los ojos preñados.
Sentado
en la grada, piensa:
-ayer
llovió, los dedos limpios
del
agua lanzaron el polvo a la tierra,
y
la cumbre del Moncayo
puedo
tocar con mis manos.
-El
cielo permanece límpido,
como
de no haber distancia,
próximo
al espíritu que recita
salmos
de amor y complacencia;
oraciones
que brotan desde su ser
interior,
cuando, en lejanía, rauda
el
alma navega ajena a cuanta historias
acontecen,
a cuantas ligaduras atan
su
vida de trashumante en la tierra.
Desvaría
el poeta, mano en arcilla;
en
trance, se adentra por esos
mundos
que dios le diera a entender,
libremente,
igual que de niño
jugara
a la orilla de su río
grande,
el de la torre dorada.
Y
era la misma luz, el mismo cielo
que
ilumina su cara; el mismo sol
que
asolea su tez morena , que
le
abre los ojos a la mañana clara,
que
le impulsó a batallar verso
a
verso persiguiendo quimeras.
Y
la Cruz Negra fue llamada Cruz de Bécquer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario