martes, 27 de mayo de 2014

ROSTRO DE MUJER (Poemas)



NOTA. Rostro de Mujer no es un poemario al uso, de esos que se dice voy a escribir un poemario sobre un tema concreto y ya veremos qué es lo que sale. Odio la poesía sistematizada, lo poesía escrita en noches anfetamínicas o la poesía como producto de gran factoría de la palabra. La poesía es un grito del alma, y ese grito puede significar desesperación, dispersión, convulsión o también admiración, veneración, sublimación del alma humana. Caminamos hacia la luz, dijo el poeta, y nos mostró el camino de la gran poesía. 

Rostro de Mujer ha nacido de la lectura profunda del alma femenina, realizada por el poeta en todos y cada uno de los poemas mujer que en libro contiene. Descubrir la belleza del alma femenina ha sido suficiente premio par mí, trasladarla a la palabra poética ha sido el summus de este hermoso trabajo. En total el libro contiene cuarenta y dos poemas más uno, incluyendo la apertura, la cual muestra en sí misma mi ideario y mis intenciones. Aquí solamente aparece una pequeña muestra del conjunto del libro, pero que creo es suficiente para apreciar la calidez de la obra. Gracias a todos vosotros por seguirme en mis escritos, no quisiera defraudaros con este poemario. Anselmo. 


Amaré a la mujer
como amo el mar,
como amo la tierra,
como amo los cielos.


Fotografía bajada de Google


Apertura

Me he sumergido en el lago
para ver tu rostro de lluvia,
luego ascendí a la superficie
y contemplé tu cara del aire,
o, más exacto,
he nadado entre dos aguas
adivinando la clarividencia
de tu ser hermafrodita,
mediatizado por tu propia
condición de mujer emergente.
-Mas, ¿cómo explicarme
el trabajo sí ni yo mismo
me siento con ánimo
para entender mi dualidad
de hombre, perdido,
a veces, en la absurda
y simplista supervivencia?-
No obstante, te afirmo,
lo hice sólo para cantar
tu esencia de mujer
que nos habla del espíritu
antiguo del ser,
nos asiente acerca
de la sabiduría del conocimiento,
y dicta las normas de tu
comportamiento aquí en la Tierra.
...

Tú, mujer,
rostro y esencia,
lava tus manos
en el lago de la amistad
y derrama tu perfume
en el agua; en ella,
algún hombre, de rostro
anónimo, habrá de lavarse
río abajo y sentirá las fragancias
de tu ser ignorando ese
tu nombre de oro, que un día,
de cuando el tiempo no era tiempo,
fuera escrito en la memoria
del tiempo secreto.

Hablemos de cuando ni tú ni yo
estábamos aquí y, sin embargo,
ya éramos luz de la galaxia
lejana, que ahora nos alumbra
en este deambular de la incertidumbre,
donde nos obligamos a ser
fieles a la propia esencia
que nos otorga la fuerza
de la inteligencia
y la convicción de sentirnos


y aceptarnos hombre y mujer.


Fotografía bajada de Google 


Maia

El círculo conteniendo la esencia del ser,
caminante hacia el encuentro de lo impredecible.
Eterna circulación de la experimentación humana
representada en la serpiente mordiéndose la cola.
Principio y fin alternándose en tiempos infinitos.

Y Maia, el origen, el principio de la gran madre.

El círculo,
el círculo, cercando la gran sabiduría
que permanece hermética
en el conocimiento del tiempo infinito.

Trascender el tiempo para llegar
al conocimiento pleno del espíritu,
el que él ya posee, el que él ya domina
desde su dimensión inmaterial.

Ella que permanece allá donde la mar
azulina se cierra en brumas cobalto,
confundiéndose con la montaña nevada.
Nevada y blanca de luz que ella alumbra
para guiar los pasos de las mujeres.

Azul y blanca la piedra
donde ella se alimentara de energía.
Azul y blanca la mano de la gran madre.
Azul y blanco el mantel del esplendoroso
ágape, al que seremos invitados,
al regreso, los hijos prófugos del bien.


Fotografía bajada de Google


Akira

Piedras negras
del Kilimanjaro
en pómulos de piel de tan-tan,
y las princesas de las tribus
blancas envidiaban
su cara esculpida en ébano.

Cristales de ópalo
los ojos en penumbras;
y la fragilidad de la mirada
en pálpitos del corazón
rayano en el desamor,
mientras el dolor existencial
le interrogaba al alma
del por qué de la angustia.

El lupanar olía ácido,
a perfumes de pachuli
y aceitunas corrompidas.
Atrapadas en la decadencia,
en ocres y marrones,
las paredes desgranaban
rosetones y desconchados
por mor de la humedad y el abandono.
¿Y qué decir de los clientes,
ávidos de carnaza humana
a precio de ganga?

Dedos entrelazados
y aromas de violetas.
Senos contra el pecho
y cuerpos en llamas.
Sin apenas palabras
llegamos al consenso.

Piedras del Kilimanjaro
a las nieves mostraban su nombre escrito,
y las princesas de las tribus blancas
diluían la marca de agua,
mas la diosas Akira no lo permitía.



Fotografía bajada de Google


Amante nocturna

Si el sol me diera su cara,
o la luna me regalara su rostro,
o la estrella me prestara su mirada,
tejería la eternidad
en la rueca del tiempo
con la seda de tu cabellera blanca.

Amor amor,
mira que el cielo
te ofrece sus dones,
blanca y azul la mirada,
los dones que te regala.

Si el sol me diera su cara,
o la luna me regalara su rostro,
o la estrella me prestara su mirada,
tejería la eternidad
en la rueda del tiempo
con el hilo de tu mirada blanca.


Fotografía bajada de Google


Trinidad

En Dortmund las calles
se abrieron a sus pasos de niña,
y los montes en su espalda blanca.
Había nacido desde la sensualidad
y la vida le donaba briznas de poesía,
amor con amor se paga,
y el palpitar del corazón
en cada paso la precipitaba
al abrazo con la emoción.

Dónde estoy, se decía,
¡qué estas calles son mis calles!,
¡qué los parque son mis parques!,
mis amigos mis amigos,
mi colegio es mi colegio
y mis padres son mis padres.

Nació entre dos culturas
para abrazar la poesía,
-entre claroscuros del alba,
entre luces de bohemia,
entre el sentir y la nada-
que emanaba de su alma,
de niña embelesada con el mundo,
con las cosas de la creación,
con el murmullo de las aguas,
con las caricias de la brisa
que en la tarde resbalaba
por su cara bronceada de soles.

Nació para agasajar la vida desde el corazón.
Ahora lo sé, tiene el alma de poeta, como
en la golondrina pervive el vuelo del viento.


Fotografía bajada de Google


Elene

Las cuatro en punto de la tarde,
sonaban las cuatro campanadas
a las cuatro en punto de la tarde,
y la soledad en rededor nuestro
acentuaba el vigor de las cuatro
campanadas que se precipitaban
desde el frontispicio de la Audiencia
contra las horas del sopor estival.

Allí, sobriedad en la plaza
y en los ademanes de la mujer,
de allí al allí
del viejo olmo adormecido,
de aquel allí
al eterno allí de Leonor,
y otro allí
el arco de ballesta,
y allí, frente al Instituto,
el busto de Antonio,
y en el último allí
los Arcos de San Juan tocandito
con los álamos del Duero.

Allí nos despedimos
y el tiempo sucedido.
Para Elene llegará la ausencia
de las tierras rojas,
páramos de toda la vida
que caminó el canto de la palabra.

Desde Montpellier
peregrinaba tras la sombra
alargada del poeta,
el del eterno allí en Colliure.




Fotografía bajada de Google


Rosa II

Las palabras una a una
de su voz la palabra ante el silencio.
Dualmente,
el poeta o la poeta
qué le importa a dios,
el ser
frente a la luz de sus versos.

Las palabras una a una
en sonidos de timbre femenino.
La rosa púrpura de la mañana
al alba confía su esencia
de rosa; cuando al fin
el sol se alza y sus pétalos
amarillos se confunden
con la rosa, la rosa seguirá
siendo rosa, más púrpura
si cabe que el sentimiento
hombre o mujer a la deriva
de la propia experiencia
existencial, sumergida
en el caos de la contradicción.

Las palabras una a una
y el enamoramiento vencido,
como niños en el sueño,
al encuentro por universos de estrellas
del polvo blanco del alma.


Fotografía bajada de Google


Nadia

Sabes,¡ mi niña!,
papá se fue volando.

A los cielos se alzó
por encima de montanas,
oteros y llanuras
volando muy lejos
al otro lado del mar.

Donde palomas blancas
hacen sus nidos de caoba,
o cantan cardelinas aupadas
en almendros azules,
o cigüeñas vuelan bajo
el sol amanecido del Sahara,
que no espanta, que no aturde,
que sus colores al alma enamoran.

Sabes, ¡Nadia!,
se fue papá,
asido iba al Arco Iris
de tus ojos negros,
de tu mirada blanda,
de los pétalos del corazón.

... Y tu flor del cactus
era su rosa del desierto.


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