Anselmo, cosas y hechos de mi vida XXVII
Andaban desatados los vientos de la poesía, mi alma cantaba de alegría
las risas infantiles desde mis ojos de niño; era un día de primavera y las
calles del pueblo estaban anegadas en charcos, era a eso de la media mañana y
en la puerta del corral estábamos la segunda hija mayor de mis padres, que
estudiaba en Soria, y yo. Hablábamos de ni se sabe el qué, pero allí estábamos
dejándonos estar como si tal cosa, con indolencia acentuada, prolongada quiero
decir. Al pronto aparecieron tres hombres, impolutamente vestidos de negro
incluida la corbata, camisa blanca y zapatos bien lustrados, iban paseando por
la calle principal de pueblo. Recuerdo que yo les percibí muy elegantes. ¿Quiénes
serán? -pregunté, con evidente nerviosismo interno, que para mi desconcierto se
manifestó sorpresivamente -Son gentes de la ciudad -respondío ella, -¡Hasta ahí
llego, no me tomes por tonto!, -contesté malhumorado, -¿Por qué te pones de
así?, -¡Quiero saber quiénes son!, -A ti eso te da lo mismo. Uno es un afamado poeta
-añadió luego de un silencio breve, -¿Estás contento?, -inquirió malhumorada, -¡Ves!,
sabía que entre esos hombres había una personaje importante. Yo voy a saludarlos,
quiero hablar con el poeta, -No puedes molestar a los señores, no los conoces…
Campo de Gómara |
En vistas de que me estaba poniendo pesado, ella me agarró de la mano
y me metió arrastras para adentro. Ahí se terminó mi efímero encuentro con el
poeta Gerardo Diego, en el paseo que se dio con un par de amigos por la ruta de
los poetas Soria-Almenar, la más poética de cuantas rutas hayan sido o puedan
ser inventadas en lo sucesivo. Cuando se nace poeta hasta los poetas vienen a
visitarte aun y cuando no sepan quién eres, aun y cuando pasen de largo y no
puedas hablar con ellos, aun y cuando el destino te tenga reservada una
larguísima y enrevesada trayectoria. El resto del día lo pasé triste, los ojos
se me achicaron y no sonreían, la alegría de mi rostro infantil se transformó
en incipiente melancolía, el resto del día lo pasé nervioso y malhumorado,
enrabietado dando rienda suelta a mi maldito mal genio que ya lo tenía de
chico.
Martialay Inundado |
La mañana siguiente amaneció relajada, lo normal en el transcurso de
la vida en el pueblo, los hombres a su trabajo, las mujeres a los suyos y los
niños a jugar luego de haberle hecho a la madre algunos recados, como por
ejemplo llevarle la leche al tío Constancio, hermano de mi madre y que había
enviudado prematuramente hacía un par de años. Mis padres, aparte de otros
muchos animales entre los que se podrían contabilizar a los hijos por aquello
de estar asilvestrados, tenían la consabida vaca lechera; ello nos permitía
suministrarnos de la leche necesaria para el consumo de la familia, fabricación
de quesos y mantequilla incluidos, además de la que le pasábamos todos los días
a mi tío. A mí este hombre me caía muy bien, a él y a su hermana Alejandra
fueron los tíos que yo más quise en esta vida, sin menospreciar a mi tía Felipa
de quien conservo recuerdos impecables; los dos eran maravillosas personas y si
un día me hubiera escapado del hogar de mis padres, me habría refugiado sin
pensarlo dos veces en cualquiera de sus casas. Los dos eran sensualidad manifiesta,
ternura y desprendimiento, los dos hacían muy poco ruido en la vida y
procuraban pasar de puntillas, los dos manifestaban un cariño especial hacia mi
persona y yo se lo agradecía queriéndoles a mi manera.
La vida continuó en el pueblo durante varios años más con sus
monótonos compases, yo me olvidé del poeta que me había visitado y con quien
nunca pude hablar ni media palabra, son historias que nos monta el destino sin
que nosotros podamos hacer nada; a veces pienso que somos marionetas manejadas mediante su destreza
vital y cuyos hilos permanecen invisibles a nuestra percepción, el famoso hilo
de Machado cuando el poeta se lamenta de la muerte de Leonor, de modo que
cuando se corta fin de trayecto.
Ciudadela de Jaca |
Pasar al lado de una persona que puede ser importante en tu vida y no
poder hablar con ella no es la única ocasión que me ha ocurrido; también me
sucedió con el amor, hace muchos años, mi hijo tenía entonces dos años y ahora
tiene 38, todos esos años han llovido desde entonces. El matrimonio vivíamos en
Pamplona y teníamos por costumbre salir al campo los sábados y domingos, en
especial los últimos, para que la criatura se fuera familiarizando con la
naturaleza y la vida en estado natural. En aquella ocasión fuimos a Jaca por
expreso deseo mío, habíamos estado en alguna otra ocasión pero no importaba, yo
me levanté con la obsesión de Jaca, pues había soñado alguna historia en
relación con esa población y allí nos fuimos. Antes de llegar subimos a San
Juan de la Peña y también nos paramos en Santa Mª de la Seros, hacía un viento
endemoniado y apenas pudimos quedarnos un rato en el monasterio, de seguido
bajamos a la ciudad y nos dedicamos a pasear por sus calles y visitar la
catedral románica, que en aquel entonces estaba en un lamentable estado de
conservación.
Catedarl de Jaca |
Fue después de visitar la catedral, lo recuerdo con viveza, cuando al
pronto nos encontramos frente una mujer rubia que venía empujando el carrito de
su bebé, iba muy deprisa y se le notaba que tenía frío, era joven y al pasar a
nuestro lado nos miramos los dos y nos quedamos hechizados, ella y yo, en un
segundo nos devoramos con la mirada. Tenía los ojos de cristales azulinos y
trasparentes, cara alargada y mentón incipiente, la nariz armoniosa un pelín
respingona, labios sensuales, finos un pelín carnosos, y la piel de melocotón
de Calanda; caminaba con decisión, algo encorvada porque ascendía una pequeña
cuesta, aunque se adivinaba de buena estatura. Es lógico pensar que no nos
paramos, ni nos saludamos y ni tampoco hablamos, cada quien siguió su camino y
aquí no ha pasado nada. Treinta y cinco años de por medio habían transcurrido cuando
volvimos a encontrarnos…
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