miércoles, 3 de diciembre de 2014

ROCAFOR, A LA SOMBRA DEL POETA A. MACHADO

 
 
 
 
Rocafort, a la sombra del poeta A. Machado
 
Un placer recorrer las mismas calles, visitar los mismos escenarios, reencontrar la vida de la mano de sus poemas; en definitiva es placentero perseguir la sombra alargada del poeta A. Machado, sin acosarle, sin molestarle, dejando que el corazón hable a solas consigo mismo, deletreando lo cantos que un día fueron de los pueblos, su patrimonio cultural y literario. 
 
 
 
 
Tomado de mi artículo sobre el poeta, con motivo del 75 aniversario de su fallecimiento, publicado en este mismo bloc.
 
... La caravana parte de la capital hacia Valencia tres días más tarde, iban los evacuados y sus familiares en dos autobuses escoltados por un grupo de milicianos y cuatro tanques. Pero no es un viaje que vaya a ser cómodo para A. Machado y su familia, por la tarde llegan a Tarancón sin incidentes pero tienen que dormir en colchones en el suelo; al día siguiente continuaron viaje, el coche en el que viajaban Machado y su familia se averió y se vieron obligados a permanecer horas y horas a la espera de que alguien les traslada a Valencia. Por fin llegan al final del viaje y son alojados en la ciudad. El poeta llega cansado, su degradación física es ostensible, los sinsabores propios del viaje unidos al mal moral al presentir que la guerra acabaría siendo perdida por la república minan su salud. A. Machado está enfermo y sin fuerzas, con buen criterio deciden acomodarlo, junto con su familia, en un chalet en Rocafort, distante a unos 20 kilómetros de la ciudad. Allí permanecerá hasta su evacuación a Barcelona.
 
 
 
 
 
Sentado, de pie, apoyado en su cayado el poeta sigue siendo el mismo, des de la melancolía desgranas sus últimos versos de pesar y duelo.
 
LA MUERTE DEL NIÑO HERIDO
 
Otra vez en la noche... Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño. —Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las mariposas negras y moradas!

—Duerme, hijo mío. —Y la manita oprime
la madre, junto al lecho. —¡Oh, flor de fuego!
¿Quién ha de helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre alcoba olor de espliego;

fuera, la oronda luna que blanquea
cúpula y torre a la ciudad sombría.
Invisible avión moscardonea.

—¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal del balcón repiquetea.
—¡Oh, fría, fría, fría, fría, fría!
 
 
 
 
Y el poeta proyecta su prodigiosa sombra en el entorno que habita.
 
 

Villa Amparo le acoge lejos de los bombardeos, cerca de la destrucción, de la muerte, que acecha al poeta. Los jardines le recordarán su primera infancia sevillana, cuando recorría el Palacio de Dueñas. Pero dejó escuela, sus versos quedaron expandidos por los caminos del saber y de la literatura, y llegaron otros a lomos de las generaciones por llegar, y vinieron y recogieron sus versos y los estamparon en las paredes a modo de homenaje, graffiti a graffiti, con energía y fuerza creadora.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
...Y nada es lo mismo luego del cambio, nada es nada sin la intervención del hombre, de la mujer, de los jóvenes que se aprestan a tomar el testigo generacional dela literatura, del arte, de los caminos del saber, porque está escrito que toda generación luchará por el conocimiento a su modo, de acuerdo a la expresión de su tiempo, en consonancia con los gustos de su época. 
 
 



 A modo de torre de vigilancia permanece la finca que un día le acogió. A sus pies se extienden los campos de Valencia, campos de huertas, naranjos y limoneros.
 
Estas rachas de marzo, en los  desvanes,
hacia la mar del tiempo; la paloma
de pluma tornasol, los tulipanes
gigantes del jardín, y el sol que asoma,
bola de fuego entre morada bruma,
a iluminar la tierra valenciana...
¡Hervor de leche y plata, añil y espuma,
y velas blancas en el mar latina!
Valencia de fecundas primaveras,
de floridas almunias y arrozales,
feliz quiero cantarte, como eras,
domando a un ancho río en tus canales,
al dios marino con tus albuferas,
al centauro del amor en tus rosales.

Antonio Machado
Rocafort, 1937


 



 
 
 
 

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