sábado, 29 de noviembre de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA XXII


Escrito en Barcelona.
 A Nuria Haya,
 poeta y escritora.

Santa Mª del PI

Anselmo, cosas y hechos de mi vida XXII

No era sencillo prever, para aquel niño nacido en un pueblicito de veintitantas casas y cuya vida se circunscribía a un círculo de unas cien personas, que acabaría deambulando, pasados los años, por las avenidas y bulevares de las grandes ciudades. Por su parte ni se le ocurrió imaginarlo, si bien su inquieto espíritu le decía, de un modo u otro, que la estancia en su lugar de nacimiento, dejado de la mano de los dioses, sería breve; que en pocos años estaría caminando las calles embreadas de Logroño, población que para su mente infantil, amiga de caminos de barro y polvo espoleado por el cierzo, le parecía descomunal, gigantesca diríamos, lo cual no debe extrañarnos dadas las dimensiones y diferencias en el modo de vida entre uno y otro lugar. En poco tiempo se hizo a ella y en menos que canta un gallo se apropió de por vida de la ciudad, si bien su corazón de guerrero seguía aventando los vientos del campo, de la alta paramera; su fuego interno, el de su espíritu combativo y fiel, le conducía de un espacio a otro con el desparpajo propio de su sentido aventurero y en cuatro días tenía trazadas las líneas maestras del plano de la ciudad de Logroño.


Plaza de S. Filipi Neri
Aquellos ejercicios le permitieron desarrollar su instinto de la orientación urbana de cara al futuro, por experiencia aprendió que para moverse en el casco de una ciudad desconocida, era necesario trazar las líneas maestras imprescindibles que le permitirían caminar sin grandes preocupación por el entramado de sus calles, y de este modo, casi sin percibirlo, se fueron sucediendo poblaciones tales como Bilbao, Vitoria, Pamplona, etc. Cuando por fin llegó a Barcelona, en el año 1979, se vio obligado a ponerlo de nuevo en práctica, ahora más que nunca dadas las dimensiones del entramado urbano. Para su comodidad se había establecido en el mismo centro, Carrer Cervantes esquina Avinyó, y desde allí fue ampliando su radio de acción hasta casi completar, lo suficiente para sus necesidades, el gran plano del todo Barcelona -sabido es que de ninguna gran ciudad se puede conocer, ni tan siquiera los taxistas, al completo el conjunto de su perímetro- que le permitía moverse a sus anchas, satisfacer sus necesidades y alimentar su curiosidad.


Plaza de Cataluña
Allí realizó parte de su trayecto vital impuesta por el destino inmisericorde, escribió poesía de lo más variopinta, incluyendo el poemario “Eros Creador”, y también narrativa, “Caballos de Hojalata”, relato que se sacó de su abultada manga de prestidigitador, una noche caminando por Ramblas en compañía de su amiga Ana, luego de haberse tomado sus respectivas  absenta en el Café Marsella. Según caminaban se lo contó a la muchacha, con la que compartía estudio, y dos o tres días después decidió escribirlo. Fueron numerosas las vivencias que su espíritu de fuego le empujó a experimentas: las hubo de todos los colores, desde el blanco al negro; de todos los tipos, duras y suaves, dulces y amargas, violentas y placenteras. No importaba ni el qué eran ni el cómo llegaran, su fuerza de tauro mítico era la misma tierra que había pisado de niño, el agua del arroyo, el aire del cierzo, el fuego del hogar; quieras que no seguía adelante sin inmutarse, vivencia tras vivencia, vaciando su mente de prejuicios ficticios y llenándola de experiencias enriquecedoras y reales como la vida misma…


Mercado de la Boquería
Ayer a la noche, fumando un pitillo en el balcón del hotel, en el cual me hospedaba en Avdª Diagonal, de improviso surgieron aquellas historias vivenciadas hace nada menos que treinta y cinco años; atrás, casi olvidados, se habían quedado los nombres de personas que fueron compañeras y compañeros de cervezas, gin menorquín, vinos, cubatas, también de fumar cigarrillos y algunas otras cosas que mejor no nombrar, y había también poemas y música y danza y pintura y escultura, y, por supuesto, cachondeo. El grueso de la basca con la que yo solía moverse parábamos indefectiblemente en la grandiosa Taberna “El Portalón”, Carrer Banys Nous, la antigua no la actual y cuya restauración apruebo; allí dábamos rienda suelta a nuestras fantasías, nos tirábamos nuestros faroles, bebíamos como cosacos y matábamos el hambre a fuerza de bocatas de dudosa calidad. Pero era lo que había, el último rescoldo de una bohemia extinta que se estaba matando a sí misma, pues dudo mucho que de aquella pléyade de “intelectuales” hayamos sobrevivido ni la mitad.


Ventanal gótico
De entre todos los personajes que nos dábamos cita en la susodicha taberna, destacaba un pintor cuyo nombre no recuerdo, el hombre, para su honra y la de sus colegas, era alcohólico. De unos cuarenta años, tenía gracejo al hablar, era divertido escuchar sus largas peroratas; de movimientos rápidos y tic nervioso, estatura más bien baja, cuerpo enjuto, manos ososas y largas, el pelo moreno, cara fina, tez aceitunada, ojos negros y profundos como la noche. Su mirada vivaz escudriñaba el rostro de su interlocutor y cuando entendía que alguien iba de mal rollo le daba la espalda y punto final; y no se equivocaba, por fas o por nefas el susodicho personaje acababa montando algún lio. El hombre aceptaba de buen grado su condición de ser, alcohólico, y entre sus comentarios preferidos estaba el siguiente: “aquí hay mucho pintor, mucho escultor, mucho músico, mucho literato, mucho poeta, pero todos de taberna, de mostrador, de vino y cerveza y canuto”.


Evanescencia reflejada.
Fue el primero en largarse, ni se despidió de la basca, no por mal educado, ¡no!, ¡nada de eso!; le gustaba hacer el tonto con el balón en la calle cuando andaba muy tocado y un mal día un coche se lo llevó por delante, como la calle es estrecha lo estampó contra la pared. Yo me enteré al tiempo, bastante más tarde pues ya no vivía en Barcelona, y en honor a la verdad tengo que decir que no me gustó, y menos teniendo en cuenta que era ya el segundo amigo, que siendo más o menos la misma genial versión, moría más o menos del mismo absurdo modo -todavía tiempo más tarde volvería a suceder la misma historia con un tercero-. Malditos coches que atropellan a mis geniales amigos alcohólicos.


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