viernes, 5 de diciembre de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA XXIII

Porque la tecnología es necesaria al hombre

Anselmo, cosas y hechos de mi vida XXIII


No recuerdo bien los años que tenía entonces, no más de cuatro, quizá tres, el caso es que contraje el sarampión, como a cualquier otro niño me aislaron de mis hermanos y hete aquí que pasé a dormir a la habitación de mis padres. Pero mientras aquello se curaba tenía que soportar las consabidas visitas del médico, -un hombre delgado y alto, amable con sus pacientes como pocos, de buen verbo, a mí me gustaba escucharle sobremanera, hablaba de las mismas cosas que el resto del personal pero de diferente manera; ¡claro está!, era médico, universitario y allí todo el mundo ejercía de destripaterrones-; el hombre venía desde Candilichera, otra población de chicha y nabo distante del pueblo a unos siete kilómetros. Por supuesto, también había que aguantar las reprimendas, por destaparme y no parar quieto, de mi madre y de la hija mayor de mis padres que por sistema me llevaba a mal vivir; creo que fue en aquellos momentos cuando empecé a distanciarme de ella de por vida, no lo sé con certeza pero lo entendería lógico. El caso es que aquello degeneró en una grave enfermedad a la que mi madre le dio por llamar brunconomonía de cara a la galería, o algo parecido, la realidad es que resultó bastante más grave de lo que parecía al principio y degeneró en una tuberculosis. Desde entonces tengo una parte de mi caja torácica más negra que las cuevas de Luis Candelas, por no decir del Parlamento de Madrid; por lógica me falta aire cuando hago ejercicio, pero yo me acostumbré a vivir con mis limitaciones, incluso en mi juventud hice atletismo, que se me daba bastante bien, aparte de que me gustaba practicarlo.

Lo de la tuberculosis me produjo un estar como de pertenecer a dos mundo diferentes, éste que habitamos los seres humanos y el otro, el que permanece en el lado opuesto de la puerta que se abre con la muerte. No exagero, tampoco soy consciente de lo que sucedía en mí ser y a mi alrededor, pero sólo son sensaciones que allí se quedaron; corrijo, digo mal, porque me acompañan de por vida y de vez en cuando se manifiestan con delicadeza, como de no desear molestarme. En ocasiones me dicen que los seres humanos somos los verdaderos biógrafos de nuestras vidas, pues somos nosotros quienes la vamos escribiendo renglón a renglón a lo largo de nuestras insignificantes existencias. E insisten con sus comentarios: “acuérdate de aquella enfermedad que tuviste en tu vida infantil. La penicilina es tu segunda madre, sin ella no hubieras sobrevivido”. Así que aquí estoy, haciendo mi canto a la madre penicilina, al doctor Fleming que tuvo la delicadeza de descubrirla y al bendito hongo penicillium; ¿quién me iba a decir a mí que algún día  acabaría dando loas a la ciencia de Hipócrates?

Es que esto de la tecnología es así, estando bien aplicada es necesaria a los seres humanos, gracias a ella el hombre se libera de los trabajos extremos que ponen en riesgo su vida y su integridad física, la medicina nos permite tratamientos avanzados que salvan vidas, o poco a poco vamos conociendo los grandes secretos de la formación de las estrellas, o las formas de vida y los conocimientos de nuestros antepasados que dejaron su huella enterrada en la tierra. Sería interminable la serie de ventajas que la tecnología y la ciencia ponen a disposición de los hombres y las sociedades; pero seamos sensatos y retornemos, de momento ambas están siendo destinadas para ejercer el dominio de unas sociedades sobre otras, de unos hombres sobre otros, la tecnología de las armas avanza a unos ritmos que asustan, pensando en la mayor eficacia para matar y el mejor dominio; mientras, las tecnologías que salvan vidas, están controladas hasta la exasperación para someterlas al servicio de unos cuantos privilegiados, excluyendo a la gran mayoría.

Marionetas en sus manos
Como el mundo está mal repartido los poderosos hacen lo que les viene en gana y se ríen de nosotros. Resulta que ahora existe hasta una cárcel exclusiva para ellos en Aranjuez, de alto copete, celdas individuales para que sus señorías se tiren sus pedos a gusto, después de haberse pasado media vida pedorreándose por el parlamento. Qué guarros que son, dan asco, son repugnantes para personas que adoramos la ética, creemos en el humanismo y también en dios; eso sí es verdad, nunca vamos a misas y deploramos los ritos por inútiles y por ser ajenos a la espiritualidad de los hombres. Pero ellos no, ellos se ufanan de su dios que les permite robar, expulsar a la calle a los débiles y matar de hambre a los hombres y mujeres de la cultura; la situación para miles de seres humanos es tan desesperante, que en ocasiones se ven abocados al suicidio como la única forma de escape que les dejan. Más tarde los voceras de los medios ocultan la información desvirtuándola: “un tren atropella a un hombre a su paso por Logroño”; falsa información, el hombre se suicidó, tres o cuatro días antes le habían echado de su piso, un desalojo más, un nuevo expolio, una nuevo suicidio tapado.   

Aquellos duendes que en mi infancia estaban a mi lado sigue conmigo en mi tercera edad, no se han cansado de mí, ni yo de ellos; llevamos tantos años juntos que nos hemos convertido en un único ser, el ser dual y mutante que se llama Anselmo, por cuyo nombre atiendo. Al unísono, durante el tiempo que llevo de vida en este doliente planeta llamado Tierra, hemos ido escribiendo mis retazos biográficos. Pero yo no olvido que ellos me protegieron en la vida y también en mis crisis y en las enfermedades, me dieron aliento para que siguiera creciendo; jalonaron los caminos del decoro, la dignidad y la ética por los que yo debía transitar, y así, poco a poco, me fui haciendo poeta humanista, escritor para hombres y mujeres libres, contador de cuentos para niños de cara iluminada y coleccionista de recuerdos para suavizar la vida de los viejos a cuyas puertas la parca está empezando a llamar con insistencia. Ellos me dijeron que yo soy mi mejor biógrafo, que nadie está más capacitado que el propio interesado para acotar las efemérides y los sentimientos que anidaron y residen en su alma y que se proyectan desde su espíritu milenario. También me aseguraron, lo tengo constatado, que los biógrafos externos suelen ser muy aburridos y que están muy mediatizados por el entorno social, de tal modo que para ellos un gran personaje de la historia jamás ha fumado, ha bebido en exceso, se ha liado la noche entera de juerga y menos haberse ido de lumis. Es que no tienen sentido de la vida y los pobres están llenos de prejuicios.

pero nosotros sabemos liberarnos.




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