Cartel en homenaje a A.Machado en Soria, 2006 |
Anselmo, cosas y
hechos de mi vida XXIV
La sombra de las historias que fueron se proyecta desde los viejos
recuerdos, se avivan, se encienden y finalmente se apagan dejando un reguero
como de pólvora que haya ardido. La sombra que proyectan los grandes poetas de
siempre me ha dejado anonadado, unas me enamoran a las primeras de cambio,
otras me divierten por iconoclastas, algunas me dejan en suspenso, las hay que
me intrigan, pero ninguna me deja en la indiferencia. Pesa demasiado la sombra
del poeta como para pasar desapercibida, peso específico propiciado por la
forma de ser y el resultado de la obra realizada; no peso masa tonto de
gerifaltes idiotas, ¿pero qué le vamos hacer?, la vida está llena de cretinos y
la situación actual es el penoso resultado. La sombra de los grandes poetas es
alargada, de gigantes en consonancia con sus vidas, con su ética de la que
hicieron gala, con su humilde forma de ser –no existe un gran poeta que sea
soberbio y engreído-, en definitiva, en consonancia con su paso por la vida
lleno de sabiduría, conocimiento, entrega y saber estar. Ellos escucharon su
corazón y hablaron los corazones, escucharon su alma y habló el alma, era su
espíritu milenario que según las circunstancias les hablaba desde el alma o
desde el corazón, pureza, universalidad y autenticidad del ser.
Ahora los poetas vivimos en tiempos de confusión, todo el mundo desea
ser el poeta que trascienda, el poeta que reciba el aplauso, el poeta de los
premios, el poeta reconocido por la crítica y los medios de comunicación. Pero
ninguno sabe realizar su obra desde el silencio, desde la intimidad de su yo
interno, desde la sabiduría de su supra ego. Se han contagiado de la situación
del río revuelto y todos quieren pescar más y más, así se han convertido en
voceras de su propio ego, egolatría del poeta azuzando la desesperanza de su
desnutrido ego en busca del Dorado parnasiano. Cuando mueran entenderán que han
sido pésimos poetas, que su obra desaparecerá carcomida por los gusanos del
tiempo y su nombre será borrado de las guías “turístico poéticas” del saber.
Guetos poéticos existen miles en este país, confusión poética a millones en
este país y la ignorancia poética es supina en este país. Aquí no se libra ni
dios, editó un poemario y los “poetas” lo quemaron en la pira de la venganza,
no podía ser que dios fuera mejor poeta que ellos. Cretinos.
Los guetos poéticos crean uniformidad, mediocridad, linealidad, auto
aplauso tonto –tú me aplaudes yo te aplaudo. La cara habría que aplaudirles a
todos ellos-, endemismo poético es la palabra maldita, endemismo poético del
gueto para la gente del gueto y endemismo del poeta para con toda su obra:
leído el primer verso se lee el poema entero, leído el primer poema se tiene
leído el poemario al completo. Verso a verso todo igual, estrofa a estrofa todo
lo mismo, poemario a poemario auto copia unos de otros. ¿A dónde coño van, me
pregunto, o es que no se dan cuenta de que la insulsez de sus pretendidos
poemas no sirve absolutamente para nada?, ¿no comprenden qué el árbol estaría
mejor en el bosque, que haberlo cortado para hacer pasta de papel y que ellos
usan para emborronar sus cuartillas?; pues nada que hacer, no entienden, ellos
sigue con su megalomanía del gran poeta que se creen, con su inusitada
insistencia por ganar un concursete cualquiera de los cientos que anualmente se
convocan en el país; en definitiva, por ser el poeta revelación del año que le
llene de aplausos, de auto satisfacción para seguir engordando su decrépito
ego.
Las escuelas falsas se mantienen décadas e incluso siglos, las manías
persecutorias de esas escuelas no tienen límites; si a un poeta no le sonríes
su estúpida gracias o no le aplaudes su pésimo poema, cuenta que ya tienes un
enemigo para siempre; además, él, en persona, se encargará de señalarte con el
dedo ante sus colegas, para que ellos, a su vez, también te retiren el habla: “fuera críticos de nuestra apretadas filas
marciales poéticas, fuera la gentuza de nuestro gueto inmaculado”, se
repiten como posesos, obsesivamente. El horroroso gueto del horripilante Núñez
de Arce, pésimo poetastro, puso a caldo a dos de los tres grandes poetas del
diecinueve: G. A. Bécquer y Rosalía de Castro; del primero decían “el poeta ese
que escribe versitos”, a la segunda, manteniendo una actitud machista fuera de
tono, le llamaban “la llorona”; entre tanto el Núñez de Arce, él en persona,
era el gran poeta del momento; ¡claro!, hasta que llegó el genial Rubén Darío y
lo mando a freír espárragos dándole la espalda y volcándose con el maravilloso
J. Ramón Jiménez, por aquel entonces un joven prometedor de la renovada poesía
en lengua castellana. Bien, pues todavía, hoy en día, existen poetastros
esgrimiendo los mismos epítetos hacia esos dos grandes poetas. ¿Hay quién dé
más?
La sombra de los grandes poetas es alargada, se corresponde con la
condición de titanes de quienes la proyectan, ellos son quienes mueven al mundo
merced a sus versos, ellos renuevan siglo tras siglo los nuevos parámetros de
la poesía que va evolucionando por sí misma, en consonancia con los tiempos y
en armonía con los creadores. La poesía escrita ya no es sólo la que fue, es la
que fue, la que ahora estamos escribiendo y es la que será después de nosotros
a tenor de las nuevas formas expresivas; “el gran río de la poesía”, dijo el
poeta Hierro. Y la poesía quedará escrita en los libros y los poetas moriremos
y nuestros hijos poéticos quedarán huérfanos y tendrán que aprender a
sobrevivir por sí mismo; si ello no sucediera, si no sobreviven por sí mismos,
es porque a título personal no hemos sido capaces de atender la voz del alma, la
voz del corazón pues ambas sirven de amplificadores de la silenciosa voz del
espíritu del ser.
Santo Domingo, Soria, maravillosa portada románica. |
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