martes, 18 de noviembre de 2014

CANTO LÚGUBRE (Ayotzinapa)


Tenemos que defendernos 
de la agresión externa,
de los exterminadores,
de quienes les protegen,
de quienes les pagan,
de quienes les bendicen.




 Canto Lúgubre
     (Ayotzinapa)

Se nos ha ocultado el sol,
por largo tiempo nuestro
canto será lúgubre, de ceniza;
incendiaron el monte, quemaron
la vida de los hijos de la vida,
abrasaron la razón humana.
¿Qué más les queda por arrasar,
cuando la arrogancia y la impunidad
se enseñorean de la existencia?;
malditos empuñaron las armas,
malditos los encañonaron,
malditos los entregaron a otros
malditos para secuestrarlos,
y los jóvenes, cuarenta y tres,
nos fueron arrebatado impunemente.




Nosotros somos los cuarenta y tres,
los cuarenta y tres son nosotros,
todos nosotros somos nosotros,
seres humanos al encuentro del amor,
cuya llama arde en nuestros espíritus,
en nuestros corazones que se aprestan
a recibir el canto de la nueva era,
la del hombre para los hombres,
de la mujer para las mujeres,
del niño, nuestros hijos, para los niños,
la del anciano para los ancianos,
y cuya sabiduría hizo posible la supervivencia
que viajó por el tiempo a hombros
de nuestros antepasados, ciclo tras ciclo,
calladamente, oculta a los ojos
de gentes extrañas, extranjeras.




Se nos ha ocultado el sol,
malamente nos lo han matado,
el sol de nuestros hijos, de los hijos
nuestros, porque los cuarenta y tres
somos nosotros y nosotros somos
los cuarenta y tres. Cuarenta y tres
soles, radiantes de luz, fueron rotos
por la mano furibunda del crimen
organizado, por policías corruptos,
por un ejército podrido, por políticos
que se apoyan en cárteles dispuestos
a masacrar a los débiles, los hijos del sol.
Oligarquías, dicen, que permanecen
ocultas en sus ranchos, apoyan
el genocidio para seguir imponiendo
sus prebendas y privilegios robados,
siglo tras siglo, a los hijos de la luz;
iglesias y sacerdotes, llegados de lejos,
extranjeros, se afanan en recoger
los óbolos del crimen y la lujuria,
y callan y callan y callan el genocidio,
y bendicen y bendicen y bendicen
las armas de la muerte.





Nos han robado el sol de nuestros hijos,
y nuestro canto es lúgubre porque los
espíritus lloran la eterna amargura del
desconsuelo. Sólo negras paredes
a nuestro derredor, a su derredor,
el de los cuarenta y tres soles, que
permanecen ocultos en la mina de oro,
origen de la avaricia y la violencia
desencadena en una guerra sin declarar,
sórdida y cruenta, en nombre del falso
nombre del orden público. En nombre,
del falso nombre del orden público,
se dicen: “matemos a los pobres”,
con inusitada insistencia, en voz baja,
para que nadie conozca la consigna.





Pero nosotros no somos ellos, los asesinos;
nosotros somos los cuarenta y tres soles,
que nos arrebataron malamente siguiendo
órdenes superiores, de un alcalde y su hembra,
asesinos confesos que habremos de juzgar
y que desterraremos al confín del olvido,
al desierto de su paupérrima y pírrica soledad.
Nosotros somos el sol, la luz, el canto,
el ciclo; somos el colibrí y el águila, el yacaré
y el puma; somos la flor y la rosa, la hierba
y el agua; somos la arena y la roca, el viento y la nieve;
somos el torrente y el fuego; definitivamente, somos
corazón y espíritu que se elevan al sol de la mañana.
Y llegará el nuevo amanecer, “las lágrimas de la luna
que la noche llora” regarán nuestros cuerpos
en el nacimiento del sol en la nueva aurora,
como rosas encendidas, de amor y entrega,
de pasión y deseo, de ganas de vivir, porque
sabemos que la vida espera de nosotros
aquello para lo que fuimos nacidos: trabajo,
dignidad, conformidad, resolución y amor.


Anselmo Ruiz




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