liberando formas |
Anselmo, cosas y
hechos de mi vida XXI
Crepitaban las llamas en la chimenea francesa, surgían de la madera
del quercus o de la encina, indistintamente, dependiendo de que el
suministrador tuviera de una o de otra cuando yo le hacía el pedido; cuanto más
dura es la leña que arde mayor resplandor produce, por ello a mí me gusta más
la de la encina que da una llama blanca, amarillenta en los bordes con briznas
de rojos casi imperceptibles a la vista. Apenas si se distingue con la del
roble, prueba de ello es que al principio no podía diferenciarlas, creyendo que
era la misma llama, la misma intensidad, el mismo calor; pero no, no era así,
entonces yo estaba ofuscado por la incertidumbre de lo que había de llegarme y
no tenía nada claro que pudiera sobrevivir a aquella experiencia tan, digamos,
inhumana. Las horas del tiempo se borraban de la mente aun sin pretenderlo,
para dejar paso al juego de las llamas que ascendían en medio del vacío de la
chimenea, que liberaban las formas contenidas en la madera esculpiendo cuerpos
de mujeres desnudas, que inusitadamente se perseguían unas a otras en su
ascenso hacia los cielos, donde por fin se liberarían de su cuerpo material.
Parecían emular al alma humana una vez se ha desprendido de su último
cuerpo existencial, que permanece muerto a sus pies esperando a otras llamas
que lo reduzcan a cenizas en el crematorio, ¡son tan limitados los cuerpos
humanos, tan frágiles! Pero no todas las almas humanas ascienden hacia la casa paterna, facultad que está reservada a los hijos de los cielos, aquellos que en
su momento dejaron la casa del padre para realizar su trabajo en la tierra, a
fin de ayudar a los hombres que caminan apesadumbrados en busca de su gran
espiritualidad. Los hijos de la ira y de la avaricia están excluidos, ellos
mismos se auto excluyen de la gran espiritualidad por medio de su
comportamiento egoísta y violento. No es lícito tner todo, no se puede atesorar
la riqueza, ufanarse ante la sociedad de ello, acosar y perseguir a los débiles para
robarles, lanzar y condenar al ostracismo al hambre, expulsarlo a las inclemencias de la intemperie, a vestirse andrajos, a la ignorancia sistematizada, y pretender que
el gran dios de la vida haga la vista gorda en el momento de la muerte ante una
estúpida confesión frente a un sacerdote. ¡Qué ridículos son ambos!, el primero
por intentar que se le perdone su iniquidad y el segundo interpretando
estúpidamente el papel de un dios al que desconoce. “Tus pecados te son
perdonados”, asegura el sacerdote al tiempo que alarga la mano para recibir el
óbolo de costumbre.
Las llamas en su juego de liberación continuaban ascendiendo por el
interior del hogar, a medida que los leños iban ardiendo éstas bajaban de
intensidad, al final quedaban los rescoldos que desprendían unas pequeñas
llamas aciduladas y las cenizas se iban adueñando del suelo de la chimenea
francesa. Situación que solía aprovechar para enterrar un par de patatas y
dejar que se asaran, después me las comía en la cena rociándolas con aceite y
echándoles un poquito de sal; ¡qué buenas me sabían!, sin embargo, no soy capaz
de comer una sólo patata asada en ninguna feria por más que se empecine el
sursuncorda. Pero aquel estar era muy diferente, el paso de las horas transcurría
lento como procesión de caracoles, y la gente desaparecía hasta las nueve o las
diez horas del siguiente día. Tenía pero no la ponía, no la aguanto, eso de que
se metan en mi casa rompiendo la armonía de la que yo la doto, no la soporto,
¡hasta ahí podíamos llegar!, la televisión es el elemento más anti cultural
nunca jamás inventado, ¡demencial!
La música me salvaba, desde la seis de la tarde hasta la una o las dos
de la madrugada, discurren la friolera de siete u ocho horas que yo llenaba,
básicamente, trabajando mis escritos en el ordenador. Sobre la mesa de trabajo
un disco extraíble con nada menos que unos veinte mil ficheros de música: jazz,
jazz instrumental en todas sus vertientes, clásica, flamenco, boleros, música
africana, hindú, china, iberoamericana, etc. -nada de rumbas, nada de canción
española, nada de cosas zafias- constituían la base de mi discoteca personal.
Número de ficheros que iba creciendo a medida que yo me hacía con nuevos
títulos para ir engrosando la lista. Carmina Burana fue
convirtiéndose poco a poco en la favorita para escuchar en aquel rincón perdido
de Castilla, la obra adaptada por Carl Orff en 1937 de los manuscritos de los
siglos XII y XIII, escritos en latín y que fueron encontrados en 1903 en la Abadía
de Bura Sancti Benedecti, Baviera. Y en aquellas llegó mi enamoramiento por una
obra tan valiente y atrevida, tan atípica a los parámetros de la ópera
tradicional. Y no paré de buscar hasta que tuve la suerte de encontrar parte
de la obra traducida al castellano, cuyos
fragmentos incluí en mi libro ¡Oh Vino!, publicado en el 2009.
María Burana
Los Goliardos
Tanto
por el Papa como por el rey
Todos
beben sin límite.
La
señora bebe, el señor bebe,
El
soldado bebe, el clérigo bebe,
El
hombre bebe, la mujer bebe,
El
esclavo bebe, la esclava bebe,
El
hombre activo bebe, el indolente bebe,
El
hombre blanco bebe, el negro bebe,
El
perseverante bebe, el vago bebe,
El
ignorante bebe, el sabio bebe.
El
hombre pobre bebe y el inválido bebe,
El
desterrado bebe, y el desconocido bebe,
El
muchacho bebe, el anciano bebe,
El presidente
bebe, el decano bebe,
El
hermano bebe, la hermana bebe,
El
viejo bebe, la madre bebe,
Ésta
bebe, aquél bebe,
Centenares
beben, miles beben.
Seiscientas
monedas son muy pocas
Para
que alcancen, cuando desenfrenados
E
incesantes, todos están bebiendo.
Déjenlos
beber cuanto quieran,
La
gente los inoportuna tanto
A
pesar de ser tan pobres.
Dejen
que se confundan los inoportunos
Y en
justicia no figuren entre los probos.
...
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