miércoles, 1 de octubre de 2014

LA BODEGA






Nota: un fragmento de mi novela "La Bodega", 
de próxima aparición. Espero que os guste. 
La obra ya está maquetada y lista para imprimir.



Vista de Nalda, población en la que trascurre la acción de la novela. C. Mayor.



La Bodega


Irene. Al enterarse la abuela materna se cogió un cabreo impresionante
y no quería aceptar a la niña, pero se le acabó de
inmediato al sentirse en ridículo por su actitud, al comprobar
que sus dos nietos, de diez y de ocho años en aquel entonces,
se reían de ella por semejante nimiedad.

Las preferencias por el nombre le venían de largo, de cuando
estudiaba el bachillerato superior en Logroño y se hizo novio
de una compañera de curso, con la que llevaba tonteando dos
años cuando sucedió la grave tragedia en su familia. Era una
muchacha encantadora, inteligente y vital, quizá en exceso
sensible para aquellos tiempos tan duros de sobrevivir. Desde
la mirada de sus iris color del barro claro desprendía un halo
de luz que enamoraba a todo el mundo, en especial al bueno
de Alfredo que no veía sino era por los ojos de la chica de sus
amores. Su sonrisa melosa, dibujada en sus labios carmín, finos
y transparentes, la dotaban de un incierto aire de ángel etéreo
descendido de la luz al mundo de las tinieblas. El cuerpo fino,
largo y de caderas estrechas, combinaba a las mil maravillas
con la armonía de sus brazos estilizados y manos ososas, también
con la gracia de sus caderas contoneándose con ligereza
al caminar.

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Los dos eran buenos estudiantes, sus expedientes eran excelentes
y su propósito inicial incidía en hacer alguna especialidad
de humanidades, filología o historia, y ambos compartían
la ilusión de proseguir juntos sus estudios en la Universidad de
Zaragoza, distrito universitario al que por aquel entonces estaba
agregada la Provincia de Logroño. Y las cosas hubieran ido
tal cual tenían programado, de no ser por el destino inmisericorde
que él solito se encargó de desvanecer todos los propósito
iniciales y de futuro de nuestra pareja. Ya se sabe: el hombre
propone y el destino dispone; pero si en algunas ocasiones
las disposiciones del destino no fueran tan puñeteras, los seres
humanos se lo agradeceríamos en el alma y nos quitaríamos de
un plumazo muchos sinsabores y dolores de cabeza. Estas
reflexiones son un poco habladurías, decir por decir, porque al
final será como tenga que ser, pues yo no he conocido a nadie
que haya conseguido imponerle las condiciones a su destino
bajo ningún pretexto.
Y sería un fatídico veinte de octubre cuando acabaría para
Alfredo sus sueños de estudiante enamorado; para su desgracia
encontraron a su padre muerto en la bodega familiar por
culpa del tufo. El hombre estaba haciendo "el pie" en el lagar,

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una antigua técnica que hoy en día permanece en desuso, y
que consistía en voltear la vinaza sobre sí misma durante el
proceso de la fermentación, primero una mitad y después la
otra, para que el vino tomara más color. Siendo el hijo mayor
de la familia, tuvo que dejar los estudios y quedarse en el
pueblo a trabajar la tierra para ayudar al sustento de la casa
materna, y allí se diluyeron para siempre sus anhelos universitarios
y también las ilusiones de sus amores con Irene. Con
respecto al nombre estaba bien informado, por su primera
novia sabía que procedía del griego y su significado es paz.
Al pronto se encontró desterrado de los caminos del saber,
como el que no quiere la cosa cambió la erudición por la agricultura,
los libros por el arado, los apuntes del curso por la
obligación de aprender en tiempo record los conocimientos de
la tierra y el cultivo de sus productos. A decir verdad Alfredo
tenía conocimientos adquiridos del cultivo de la huerta, de las
vides, del cuidado de los frutales, de la poda, de los cereales de
secano, porque desde pequeño ayudaba a su padre y su predisposición
a hacer las cosas le venía de buen grado; ¡vamos!, que
en lo tocante al trabajo nunca se anduvo con remilgos. Más
por precaución que por desconocimiento, también por llevar-

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le la corriente a su madre, que en aquellos momentos, la pobre
mujer, se encontraba desasistida ante las perspectivas de un
futuro nada halagüeño, dada la prematura muerte de su marido,
y por no herir sentimientos en sus familiares, aceptó el
asesoramiento de su tío Fausto, hermano de su madre, durante
los dos primeros años. Colaboración que se alargó toda la vida,
puesto que al final terminaría labrando y explotando las tierras
de su tío, cuando el hombre ya no podía con el trabajo.
Siguió los pasos de su progenitor, porque desde un principio,
Alfredo, veía el futuro en la viña y en el entorno de su jugosa
economía, y, en consecuencia, hacia el cultivo de la uva y la producción
del vino dirigió sus mayores esfuerzos. Poco a poco
fue cambiando las tierras de cultivo dedicadas al cereal por las
vides, y era frecuente encontrarlo haciendo algún trato de
compra de cualquier terreno susceptible de ser transformado
en viñedo. Si por una circunstancia u otra entendía que le convenía
una permuta para ampliar alguna de sus parcelas no se
cortaba, aunque aparentemente en el cambio parecía que perdiese
porque su terreno era más productivo, al final acababa
siendo el propietario de una amplia parcela que indefectiblemente
era plantada de viñas.

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Para el hombre fueron años de grandes contradicciones, trabajaba
toda la semana incluyendo sábados y domingos, y cuando
los amigos le proponían irse de marcha los sábados a la noche,
siempre encontraba alguna excusa para quedarse en su casa.Al
principio, la ausencia de Irene y la pérdida de sus estudios le
castigaron con violencia, andaba desubicado, perdido en un
mar de dudas; sólo la fuerza de su ser interior le permitía afrontar
su nueva vida, hacerse a la idea de que la relación con Irene
eran tiempos pasados, pues no en vano fue él quien decidió
cortar pensando en las diferencias tan abismales que entre ambos
se darían en el futuro.Prefería permanecer en casa para evitar
posibles encuentros no deseados. Enfrascado en sus libros,
leyendo o bien novela o bien poesía o bien ensayo; dedicándole
un tiempo, que no era pequeño precisamente, a los libros técnicos
sobre el cultivo de la vid y las técnicas de vinificación.
En estas se pasó los dos años siguientes y,muy de vez en cuando,
accedía a los requerimientos de sus amigos y a los de su
madre que empezó a sentir preocupación ante la pasividad del
hijo; él consentía más que nada por no preocuparles, para que
se sintieran tranquilos y dejaran de acosarle con sus constantes
demandas. Pero no se divertía; el recuerdo de Irene todavía le


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atormentaba y en no pocas ocasiones se recriminó a sí mismo
por haber tomado aquella decisión tan dolorosa. "Podía haber
esperado un poco, para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos",
se decía a sí mismo de cuando en cuando. Sea como
fuere accedía a salir, los inviernos son muy largos en el pueblo
y las escapadas de fin de semana le ayudaban a liberarse de
preocupaciones y a recortar las horas; pero en cuanto llegaba
la primavera y las tardes largas de luz, prefería quedarse trabajando
sin preocuparse por el día de la semana.
A los veinticinco años ya era dueño, con permiso del banco, de
al menos treinta fanegas de viñedos, propios, no heredados, y
la producción, que en los primeros seis años había sido escasa
por aquello de la juventud de las cepas, empezaba a ser considerable,
de modo que se produjo cierto equilibrio en su cuenta
de resultados. A partir de ese momento Alfredo respiró
aliviado, durante más de un lustro había tenido que aguantar
las constantes advertencias de su madre, temerosa de que las
cosas no salieran bien; algo vale que su hermano Fausto permanecía
a su lado y la tranquilizaba confirmándole los buenos
criterios de su hijo, de lo contrario es posible que Alfredo hubiera
tenido que renunciar a buena parte de sus inversiones.

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