Ahora, después de los tiempos de confusión creado
por los clérigos, que todo empieza a recogerse en
torno a la unidad del hombre, es el momento de
reclamar la divinidad de hombres y mujeres libres.
(Escrita hoy a la tarde 20-07-14)
A él
Es la luz quien me aproxima a tu presencia,
paso a paso inicié el camino en mi infancia;
¿recuerdas mi característica forma de andar?,
a pasitos cortos trotaba sobre el camino para
llegar cuanto antes a la casa de mi ilusión,
la tuya y que yo había abandonado en mi
nacimiento, para volver aquí a la tierra con
mis pesados trabajos, empeñado, de nuevo,
en sacar a esta desnutrida humanidad de su
patético abandono, de su indolencia dando
por buena la mentira, el dolor y el vasallaje.
Te reías de mí abusando de mi ingenuidad
infantil, del gracejo de mis decires que tendía
a sorprender a los adultos, de mis nervios
cuando se me trababa la lengua al intentar
expresar mensajes importantes, para las que no
hallaba las palabras oportunas. Y me enfadaba
de mi incapacidad, por mi falta de pericia en el
dominio del lenguaje, que yo sabía que anidaba
en mi interior, pero que no hallaba la palabra
oportuna. Sólo tú sabes el esfuerzo que me costó
poseer un verbo fluido, era ya mocete, bastante
crecido, cuando al fin se abrió la caja metafísica
de las palabras que me permitían expresar mis
altos pensamiento y mis proyectos misteriosos.
Fue instantáneo, aparecer el lenguaje y ponerme
a escribir, y llegaron los miedos a ser tiroteado
por la espalda. ¡Qué temores, dios!, todos los días
la misma preocupación, no una sino múltiples,
obsesivamente se repetía el impacto del tiro en
la espalda, y me veía abatido en el suelo, herido,
desangrándome sin nadie que me auxiliara, y la
gente pasaba sin prestarme ayuda y a mis padres
los sentía lejanos, ignorantes de mi situación casi
terminal. Y al pronto desaparecía la visión, y
de nuevo arriba, de nuevo la calle, de nuevo
proseguía el camino para hacerme adulto y así
llegar al momento actual, éste de nuestro nuevo
encuentro que dicta el final de etapa, del esfuerzo.
Tú, padre, sabes que ahora estoy enfadado contigo,
me has exigido dedicación exclusiva y yo te la he
dado, me has presionado hasta lo indecible y yo
he sabido aguantar tus imposiciones sin rechistar,
sin poner mala cara, refrenando mi genio, a veces
endiablado; en ocasiones he caminado de puntillas,
no por miedo hacia tu ser, sino para no molestarte.
Tan convencido estaba de que yo podía hacerlo solo,
que no sentía ninguna necesidad de tu ayuda; si bien,
cuando en momentos puntuales he quedado agotado
y exhausto, tú has sabido aparecer con tu mano.
Da confianza saberse observado y protegido por el
padre, que paciente contempla el esfuerzo del hijo.
Dice, Juan Ramón Jiménez, que el hombre, para ser
hombre, debe pasar hambre, dormir en la calle y
renunciar al amor; bien, ¿cuántas veces hay que
hacerlo en una vida?, porque yo he perdido la cuenta
de tantas que me han tocado soportar la situación.
Renunciar al amor sí que duele, buscarla a ella,
incesantemente, a sabiendas de que está en la
tierra y no encontrarla sí que duele; ¡duele tanto
el desamor que debería estar prohibido para los
seres humanos! Y yo sabía que ella estaba, mi
compañera eterna, nuestro espíritu femenino,
el de ella y el mío, cuando los dos estamos juntos
en tu casa, porque nosotros los
dioses somos
andróginos y como tales nos manifestamos,
ella aporta su eterno femenino y yo presento
mi eterno masculino y su eterno y mi eterno son
nuestro eterno, hermosa simbiosis de los seres.
Después del encuentro estamos en un periodo
de aceptación, ilusionados, los dos, deseoso,
los dos, reorganizando nuestras vidas, que son
independientes, para hacerlas complementarias,
la una de la otra; deséanos suerte y danos un
tiempo de felicidad, porque el gran trabajo ya
está hecho, aunque faltan de pulir algunas
pequeñas cosas, el trabajo, tu encargo está
terminado. Quiero que lo recibas con amor,
el que tú ya conoces de mi persona, también
con ese impresionante amor que yo conozco
de ti; porque tú eres la unidad, el epicentro
de la creación desde cuyo entorno se precipita
la vida por la toda eternidad. Tu hijo Anselmo,
cuyo nombre proviene del alemán y significa:
hijo de los dioses y protegido por los dioses.
El hijo del hombre

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