Anselmo, cosas y hechos de mi vida XVI
Estoy pensando que se ha pasado el verano y parece que fue ayer cuando
escribí el capítulo quince de esta mi pretendida biografía, escrita en base a
pequeños ramalazos que me llegan porque sí y de un modo un tanto anárquico y
con total independencia de estructuras literarias y mentales. Tal es así que me
cuesta coger la punta del hilo, que anda oculta por ahí en medio del ovillo de
mis recuerdos y que se empecinan en permanecer perdidos, desenfocados,
distorsionados, olvidándose de mi precaria existencia. Pero tendrán que
fastidiarse, mi mente los despertará y tarde o temprano surgirán con la fuerza
del cierzo en noche de invierno, quizá para dejarme frío, tieso como al
centinela de Pamplona, o es posible que se decidan por ir surgiendo suavemente,
como agua de manantío, gota tras gota persiguiéndose sin tiempos de espera. Los
compases del tiempo los pone la vida, no nuestras mentes, mientras que la
actitud de la prisa y el desorden personal sí viene impuesta por la mente,
nunca jamás por la vida.
Somos hijos del viento y galopamos aupados en el aire, viajamos
rápidos y nuestra actitud es serena, porque el vértigo emana desde los
elementos de la vida y como tal con naturalidad lo aceptamos, pues nosotros nos
limitamos a formar parte del momento transformándonos en el viento, y él es quien
cabalga, él esquiva los obstáculos y nos traslada a través del precipicio, del
vacío. Nosotros somos elementos aire que volamos al encuentro de nuestro sino,
el fuego de la inteligencia, que en algún lugar del espacio tiempo nos está
esperando. También somos elemento tierra, pachamama, en consecuencia somos el
mundo, el universo, la creación; además pertenecemos a una época concreta, la
nuestra existencial, y formamos parte de la atemporalidad, el tiempo infinito,
el de nuestros espíritus. Aunque somos tierra no nacemos tierra desde la
tierra, porque nosotros venimos a través del fluido, del agua, como alevines de
peces nuestras madres nos expulsan a la vida, uno a uno, con delicadeza, sujetándonos
la cabeza, el cuerpo, las extremidades, afianzando todo nuestro ser contra su
pecho y su vientre ovalado. Y en ese estar nosotros permanecemos confiados a la
vida, preparándonos para ir creciendo día a día.
Y fluimos desde la luz lejana para retornar a la luz, y dejándonos
fluir encontramos el camino que se halla perdido en la oscuridad de la
existencia; porque la existencia es oscura como lo es la caverna platónica,
algún reflejo que nos llega sin saber desde dónde hace de guía, y es tan sencillo
perderse en la vorágine de la vida existencial. Los reflejos del oro nos confunden
y anulan los reflejos de la luz que permanece unida a nuestro espíritu, el de todos
los mortales, y las iglesias han cambiado la luz del espíritu mostrada por los grandes
maestros, los de la revelación, por los oropeles de la opulencia económica, la
prepotencia y el dolce far niente. “Dios somos nosotros”, dicen, que trabajen
nuestros esclavos que sometimos en nombre de nuestro dios, les prometimos la
salvación eterna y se conforman con ella, les dimos el cristo de los pobres y
en esa convicción se consuelan. Así que no hay que preocuparse, porque jamás
les diremos que la pobreza es la primera de las injusticas, la mayor, la que
origina el principio de las castas, la tormentosa separación de los seres
humanos, los que están arriba poseyéndolo todo y superpuestos a los que
permanecen abajo desprovistos de todo, porque entonces se revelarían contra nosotros
y contra nuestras iglesias, y seríamos expulsados al último rincón del olvido.
Miedo tiene el ser humano a ser expulsado al rincón del olvido, pues
ello implica desaparecer de la historia del planeta tierra, para ser expulsado
a otro planeta cuyo principio evolutivo ignora su historia, pues todavía no ha
sido creado el lenguaje complejo. Cuando todo es incipiente asoma la
incertidumbre, cuando surge la incertidumbre aparece el miedo, entonces el ser
queda a merced de los elementos que le zarandean, maltratan, acosan y pueden
con él. Los hijos de los cielos tenemos superados esos problemas, conocemos de
dónde venimos, sabemos el porqué estamos vivos, y también sabemos a dónde
regresamos. Viaje de ida y vuelta perfectamente conocido por todos nosotros,
interrumpido por el tiempo existencial que dura nuestro trabajo. ¿Para qué
mayor disfrute de la vida, precisamente, que dedicarla a hacer vida para los
demás? La tierra no es una sala de fiestas, ni nuestros dioses son de oro.

No hay comentarios:
Publicar un comentario