viernes, 4 de julio de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA XV

Nota: hemos entrado en el mes de julio, asease en pleno verano, lo cual nos da la posibilidad de irnos a la playa, a la montaña o a dónde nos venga bien, allá cada cual con sus preferencias. Bueno, pues nada que decir, simplemente que este bloc también se apalanca, se echa una pequeña siesta de dos meses y que en setiembre volveremos, Sed felices amigos, sed felices y que disfrutéis del verano. Un beso bien repartido entre todos vosotr@s. Anselmo.


Digamos que eran hombre cuando yo de niño. Visiones y sueños. (Teatro de Breno)

Anselmo, cosas y hechos de mi vida XV

Había cientos de juegos de lo más simple que los niños disponíamos o nos inventábamos para divertirnos mientras se daban en pasar los años, al tiempo que nosotros íbamos alargando nuestras pequeñas piernas. Yo recuerdo que los prados me parecían grandísimos, por no decir gigantes, mientras me dedicaba a recorrerlos de punta a punta por aquellos de ir al encuentro de nuevas emociones; ahora, reflexionando, se me viene a la memoria que en uno había un pequeño montículo en el cual me gustaba sobremanera jugar en él. Me subía encima de la pequeña loma y de seguido me tumbaba a lo largo y bajada rodando, dando vueltas envuelto en risas, en mi alegría desbordante y en la emoción del pequeño vértigo que me producían los giros. Al principio los otros chicos se hacían los remolones porque les daba miedo, pero al final acababan tirándose riendo a carcajadas. Otra cosa era la revisión materna cuando llegábamos a casa con toda la ropa manchada de verdín, al parecer era latoso y costaba bastante trabajo limpiarlo, lo cual conllevaba la consiguiente reprimenda por parte de madre.

Pero nosotros nos hacíamos los olvidadizos y a las primeros de cambo retornábamos a los juegos, fuera el que fuera, y de nuevo volvíamos a casa sucios, cuando no con un siete en el pantalón lo cual significaba recibir mayor regañina, por aquello de no haber tenido cuidado con la ropa, ya los tiempos no estaban para comprar pantalones a las primeras de cambio. ¡Vamos!, que el sustento de la familia se asentaba en el maldito ahorro, allí había que ahorrar fuese como fuese, y, en estas lides, a los hijos se les “educaba” con inusitada insistencia un día sí y dos también, para que acabasen convirtiéndose en abnegados clientes del ahorro, vía Monte de Piedad. Sin embargo yo no veía la piedad por ninguna parte, debe ser que nací con la vista deformada, y la gente se comportaba con brusquedad, con desconfianza, con recelo hacia los demás, en especial hacia los forasteros. Alguien me dijo que la maldad siempre venía de fuera, y yo le creí ingenuamente, convencido de que la gente que me rodeaba no era tan mala como para hacer una guerra.

Fueron necesarios varios años más para que yo asumiera que en el pueblo se vivía en estado de guerra permanente. De las veintitrés casas que había habitadas, ahora mismo podría dar la lista con los nombres de todos y cada uno de los dueños de aquellas desvencijadas viviendas, la mitad andaban a la gresca con la otra mitad, cuando no se liaban en el hacer del todos contra todos, para acabar todos derrotados en la ínfima realidad de sus existencias. Cuando había concejo estaba prohibida la entrada a las mujeres y a los niños, democracia participativa de unos cuantos en nombre de todos; sí algún niño tenía que entrar porque llevaba un recado urgente para su padre, debía pedir permiso desde la puerta, dar los buenos días a la asamblea y cuando el alcalde lo permitía entraba y le pasaba el recado a su progenitor, por ejemplo: padre, que ha dicho madre que la vaca está de parto, que vaya a casa pronto. Dado el recado la criatura tenía que salir de inmediato del ayuntamiento, llevándose, por norma, la respuesta de padre. Yo solía quedarme cerca de la puerta, que en el buen tiempo permanecía abierta, si bien no entendía ni papa de lo que hablaban los sesudos hombres, sí puedo afirmar que lo hacían a gritos, y ese modo de expresarse implica una forma de guerra larvada.


Comadres en el teatro del lavadero. (Teatro de Breno) 
Mis padres se habían casado de penalti, yo personalmente les alabo el gusto, no hay nada más maravilloso que el amor fuera de matrimonio. Al parecer ambos tuvieron unas navidades muy participativas, porque su hija mayor nació el diecinueve de setiembre y ellos tuvieron que casarse en marzo para ajustarse a las norma sociales; simplemente son cosas de la vida sin más, de las que nadie debe avergonzarse y menos la hija a quien le dieron la posibilidad de nacer de sopetón. ¡Pues bien!, ¡a lo qué íbamos tuerta!; la hermana menor de mi madre fue un día al lavadero, maravilloso lugar para los cotilleos de comadres e hijas de tales y, como allí se hablaba mucho y muy fuerte, ya se ha dejado constancia del susodicho fenómeno al referirnos a los concejos, tuvo la ocasión de escuchar como la mujer del hermano mayor de mi padre, mi tío Luis, estaba llamándole zorra a mi madre por haberse dejado preñar siendo soltera. Ni corta ni perezosa mi tía la cogió de los pies y la tiró dentro del lavadero. ¡Claro está!, en aquella época y en zona de interior no sabía nadar ni dios, y no veáis cómo se las vieron el resto de mujeres para sacarla del agua, ya que el lavadero era bastante profundo y la mujer muy oronda. Otra demostración más de guerra larvada, para una minúscula localidad a la que los males le venían de fuera, puesto que en el pueblo toda la gente era súper angelical.

Desde que yo me enteré de estas historias y fui consciente del hacer de la gente, ya no me creo ni media cuando alguien me asegura que el personal de su pueblo es de buen talante. En el mío, como en todas partes, hay buena gente y gente de mala ralea, en especial de los segundos, que dan pábulo a cuantas historias les da la gana inventarse, difaman con la mayor desfachatez y, además, cargan la escopeta a las primeras de cambio dispuestos a cargarse a quienes tenga la desgracia de ponerse delante. Yo, por si acaso, cuando estaba en el pueblo, los días hábiles de caza no salía al campo.

Continuará


No hay comentarios:

Publicar un comentario