Nota: hemos
entrado en el mes de julio, asease en pleno verano, lo cual nos da la
posibilidad de irnos a la playa, a la montaña o a dónde nos venga bien, allá
cada cual con sus preferencias. Bueno, pues nada que decir, simplemente que
este bloc también se apalanca, se echa una pequeña siesta de dos meses y que en
setiembre volveremos, Sed felices amigos, sed felices y que disfrutéis del
verano. Un beso bien repartido entre todos vosotr@s. Anselmo.
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| Digamos que eran hombre cuando yo de niño. Visiones y sueños. (Teatro de Breno) |
Anselmo, cosas y
hechos de mi vida XV
Había cientos de juegos de lo más simple que los niños disponíamos o
nos inventábamos para divertirnos mientras se daban en pasar los años, al
tiempo que nosotros íbamos alargando nuestras pequeñas piernas. Yo recuerdo que
los prados me parecían grandísimos, por no decir gigantes, mientras me dedicaba
a recorrerlos de punta a punta por aquellos de ir al encuentro de nuevas
emociones; ahora, reflexionando, se me viene a la memoria que en uno había un
pequeño montículo en el cual me gustaba sobremanera jugar en él. Me subía encima
de la pequeña loma y de seguido me tumbaba a lo largo y bajada rodando, dando
vueltas envuelto en risas, en mi alegría desbordante y en la emoción del
pequeño vértigo que me producían los giros. Al principio los otros chicos se
hacían los remolones porque les daba miedo, pero al final acababan tirándose
riendo a carcajadas. Otra cosa era la revisión materna cuando llegábamos a casa
con toda la ropa manchada de verdín, al parecer era latoso y costaba bastante
trabajo limpiarlo, lo cual conllevaba la consiguiente reprimenda por parte de
madre.
Pero nosotros nos hacíamos los olvidadizos y a las primeros de cambo
retornábamos a los juegos, fuera el que fuera, y de nuevo volvíamos a casa
sucios, cuando no con un siete en el pantalón lo cual significaba recibir mayor
regañina, por aquello de no haber tenido cuidado con la ropa, ya los tiempos no
estaban para comprar pantalones a las primeras de cambio. ¡Vamos!, que el
sustento de la familia se asentaba en el maldito ahorro, allí había que ahorrar
fuese como fuese, y, en estas lides, a los hijos se les “educaba” con inusitada
insistencia un día sí y dos también, para que acabasen convirtiéndose en
abnegados clientes del ahorro, vía Monte de Piedad. Sin embargo yo no veía la
piedad por ninguna parte, debe ser que nací con la vista deformada, y la gente
se comportaba con brusquedad, con desconfianza, con recelo hacia los demás, en
especial hacia los forasteros. Alguien me dijo que la maldad siempre venía de
fuera, y yo le creí ingenuamente, convencido de que la gente que me rodeaba no
era tan mala como para hacer una guerra.
Fueron necesarios varios años más para que yo asumiera que en el
pueblo se vivía en estado de guerra permanente. De las veintitrés casas que
había habitadas, ahora mismo podría dar la lista con los nombres de todos y
cada uno de los dueños de aquellas desvencijadas viviendas, la mitad andaban a
la gresca con la otra mitad, cuando no se liaban en el hacer del todos contra
todos, para acabar todos derrotados en la ínfima realidad de sus existencias.
Cuando había concejo estaba prohibida la entrada a las mujeres y a los niños,
democracia participativa de unos cuantos en nombre de todos; sí algún niño
tenía que entrar porque llevaba un recado urgente para su padre, debía pedir
permiso desde la puerta, dar los buenos días a la asamblea y cuando el alcalde
lo permitía entraba y le pasaba el recado a su progenitor, por ejemplo: padre,
que ha dicho madre que la vaca está de parto, que vaya a casa pronto. Dado el
recado la criatura tenía que salir de inmediato del ayuntamiento, llevándose,
por norma, la respuesta de padre. Yo solía quedarme cerca de la puerta, que en
el buen tiempo permanecía abierta, si bien no entendía ni papa de lo que
hablaban los sesudos hombres, sí puedo afirmar que lo hacían a gritos, y ese
modo de expresarse implica una forma de guerra larvada.
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| Comadres en el teatro del lavadero. (Teatro de Breno) |
Mis padres se habían casado de penalti, yo personalmente les alabo el
gusto, no hay nada más maravilloso que el amor fuera de matrimonio. Al parecer
ambos tuvieron unas navidades muy participativas, porque su hija mayor nació el
diecinueve de setiembre y ellos tuvieron que casarse en marzo para ajustarse a
las norma sociales; simplemente son cosas de la vida sin más, de las que nadie
debe avergonzarse y menos la hija a quien le dieron la posibilidad de nacer de
sopetón. ¡Pues bien!, ¡a lo qué íbamos tuerta!; la hermana menor de mi madre
fue un día al lavadero, maravilloso lugar para los cotilleos de comadres e
hijas de tales y, como allí se hablaba mucho y muy fuerte, ya se ha dejado
constancia del susodicho fenómeno al referirnos a los concejos, tuvo la ocasión
de escuchar como la mujer del hermano mayor de mi padre, mi tío Luis, estaba
llamándole zorra a mi madre por haberse dejado preñar siendo soltera. Ni corta
ni perezosa mi tía la cogió de los pies y la tiró dentro del lavadero. ¡Claro
está!, en aquella época y en zona de interior no sabía nadar ni dios, y no
veáis cómo se las vieron el resto de mujeres para sacarla del agua, ya que el
lavadero era bastante profundo y la mujer muy oronda. Otra demostración más de
guerra larvada, para una minúscula localidad a la que los males le venían de
fuera, puesto que en el pueblo toda la gente era súper angelical.
Desde que yo me enteré de estas historias y fui consciente del hacer
de la gente, ya no me creo ni media cuando alguien me asegura que el personal
de su pueblo es de buen talante. En el mío, como en todas partes, hay buena
gente y gente de mala ralea, en especial de los segundos, que dan pábulo a
cuantas historias les da la gana inventarse, difaman con la mayor desfachatez
y, además, cargan la escopeta a las primeras de cambio dispuestos a cargarse a
quienes tenga la desgracia de ponerse delante. Yo, por si acaso, cuando estaba
en el pueblo, los días hábiles de caza no salía al campo.
Continuará


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