miércoles, 25 de junio de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA XIV

A Orosia, lamentando 
el fallecimiento de su padre.
En esta vida nada es por azar,
me refiero a la coincidencia de fechas 
entre la muerte de su padre con la 
rememoración que yo hago del mío.
TODO ESTÁ ESCRITO EN EL 
DESTINO DE LOS SERES HUMANOS.
Anselmo.

"O", SU NOMBRE ES MI NOMBRE


Puerta metafísica del río negro.

Nota: Debido a mi decisión de abandonar definitivamente la oscura ciudad de Logroño, para evitar posibles corte en mi bloc y de la serie he adelantado un total de cuatro capítulos contraviniendo la fórmula inicial de escribir, ligero repaso y publicar. Este trabajo ha sido escrito en el día de hoy, (2-06-14) y no se publicará hasta dentro de tres o cuatro semanas. Otro tanto sucedió con los capítulos 12 y 13.

La nota he querido ponerla aquí porque al escribirlo me he emocionado y deseo dejar constancia de ello, ha habido un momento en el que se me han llenado los ojos de agua, no veía y me he visto en la obligación de cesar en la escritura, abandonar la biblioteca, bajarme a la calle y fumarme un cigarrillo.  

Espero que al leerlo entendáis el porqué ha sucedido, no es tan complicado. Gracias


A la mujer en su dolor, sin estridencias,
complementariamente y mi abrazo personal.

Anselmo, cosas y hechos de mi vida XIV

Sin embargo, durante el tiempo que viví en el pueblo nunca tuve el más mínimo problema con los representantes de la justicia, el alcalde era mi padre y los guardias civiles dormían en mi casa, en el pajar porque no había sitio para más, cada vez que pasaban por allí haciendo su ronda. Iban en bicicleta y en cada localidad debían sellar la libreta que llevaban, para que el jefe correspondiente comprobara que habían realizado la ronda completa cuando llegaban de nuevo al cuartel. A mí, aquellas dos figuras enjutas que entraban en la cocina bajo el plomo de sus pesados tabardos, cubierta la cabeza por el tricornio hasta las cejas, las caras demacradas y la manos entumecidas me producían tristeza, en especial en los días del duro invierno, pues en ocasiones llegaban a la casa retemblándose de frío bajo la inclemente cillisca; el cierzo se adueñaba de los campos y corría como si los demonios fueran perseguidos por el gran dios de la vida, levantando el polvo de la nieve que se metía hasta el garganchón cada vez que respirabas. Aquellos dos hombres entraban en la cocina con el bigote helado, las cejas heladas, el pelo que no cubría el gorro también helado.

Lo primero que se hacía en casa era dejarles sitio al lado del fuego para que se calentaran, de modo que los hombres pudieran reaccionar ayudados por los consiguientes tragos de la bota que mi padre les ofrecía con hospitalidad. Sí nosotros habíamos cenado se les preparaba cena caliente, de lo contrario ese día seríamos dos más en la mesa, pues se les trataba como seres humanos y la comida se repartía entre todos; mis padres se ajustaban a los códigos de la época, consistentes en ayudar en lo posible a la supervivencia a la demás personas. Los guardias no podían ser excepción porque nadie lo era, de tal modo funcionaba el tema que si un mendigo pasaba por el pueblo se le daba comida, pan, torreznos u otros alimentos, se le permitía comerlo a la puerta de casa y se le dejaba la bota para que el hombre quedara satisfecho con el “servicio”. Al terminar su comida, el mendigo daba las gracias y proseguía su camino sin rumbo. Eran hombres viejos que habían sido expulsados de su casa por el hijo y la nuera, en una familia numerosa no había alimentos para los viejos y era preciso quitarlos de en medio.

Por más años que se yo viva, cuando se ha vivido de niño esta particular forma de entender la solidaridad humana es imposible olvidarla; los ojos del niño han visto actuar a sus padres y también compadecerse ayudando en lo posible a solventar las penurias de los demás, las manos del niño han cogido la rebanada de pan y el torrezno y se lo han llevado al mendigo que estaba tirado en el suelo de la calle, exagerando indebidamente su papel de necesitado. El corazón del niño ha latido al lado de la piedad, porque el trato que sus padres prodigaban a aquellas gentes eran producto de su piedad interior, que desde luego nada tiene que ver con la miserable compasión, que ni es humana, ni espiritual. Las hojas del almanaque de aquellos mis años de infancia se fueron sucediendo, con el tiempo amarillearon, pero todavía permanecen vivas en el dobladillo de mi alma y se avivan y se agigantan en los golpes de mi corazón a cada sístole y también en los diástoles.


Así veía yo a mi padre, él era la columna vertebral
de mis referentes infantiles y adolescentes;
al poco llegó la crisis  generacional y yo me distancié,
a la búsqueda de mi voz personal.
Por otro lado os comento que no era ningún secreto la admiración que padre e hijo sentíamos el uno por el otro, de su inteligencia aprendí a comportarme con diligencia, su decisión me enseño que la vida es una lucha constante ante la que no hay que doblegarse, de su imagen de hombre aprendí a ser hombre, a comportarme, a expresarme y aceptarme como tal; de su humanismo mamé el respeto a los seres humanos cuando la persona se lo merece, también la necesidad de ayudarles cuando precisan ayuda externa. Un gran bagaje el que yo recibí de niño de la mano del padre y que compensa con creces su incapacidad para ayudarme a que yo me adentrara en los vericuetos de la literatura; personalmente prefiero lo que yo recibí, porque el resto, aunque me costará más llegar a ello, lo tenía en los libros; y eso es lo que hice, mamar de la literatura del mismo modo que un día lo hice de los pechos de mi madre, con fruición. Si bien, el poeta que nace poeta, precisa de muy pocos libros, de ninguna martingala, de pocas demostraciones de su calidad; porque el gran libro del alma humana nace abierto desde el primer instante a los ojos del bebé poeta, continua abierto a los ojos del niño y a los del adolescente y a los del joven...

Yo tuve que nacer oculto para preservar mi vida que podría haber corrido peligro, pero el destino puso en mi camino los espíritus de un hombre y una mujer de una calidad humana fuera de lo común, excepcionales. En cualquier caso habrá que concluir que la genética de la inteligencia nos dice: “para que nazca un ser excepcional es imprescindible que los dos progenitores sean muy inteligentes”, porque inteligencia y calidad humana van unidos desde el primer origen, el divino. Pero nadie quiere hacer caso a las leyes de la genética de la inteligencia, porque tienen miedo a ser descubiertos, a que se conozca su verdadera capacidad mental. Pero ni mis padres ni yo somos excepción, existen millones de seres excepcionales que poblamos la tierra, pasamos suavemente sobre ella porque tratamos a la vida con mimo, con alegría y entusiasmo, con ganas de sentir el impulso vital a cada pálpito de nuestro corazón.

Homenaje al maestro de la poesía.
Él supo llenar de humanismo los campos
vacíos de la estepa castellana.


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