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| Arboleda de El Navajo, Martialay Nota: A veces las ideas más peregrinas se meten en la cabeza y se toman decisiones que no pueden durar, bien sea por la situación emocional, bien por cansancio, el caso es que de repente se precisa de cesar en la actividad sin pensar en quienes te leen, en quienes te respetan y te apoyan. Quiero daros las gracias a todos que me habéis animado a continuar, porque, en definitiva, llevabais razón, tampoco es tan cargante este trabajo y menos cuando se disfruta escribiéndolo, como de hecho es mi caso. Gracias por vuestro apoyo. Un abrazo. |
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| Una de las miles de fotografías de la Vía Láctea |
Cosas y hechos de mi
vida VII
Lo de la trilla en la era con trillos romanos y uno moderno de discos,
era otro cantar. Recuerdo cuando mi padre trajo el de discos, tenía un balconcillo
pintado en azul que hacía juego con la silleta del mismo color, ambos estaban
fijados a la plataforma superior y debajo tenía custro cilindros con las
cuchillas que eran las encargadas de cortar la paja. Yo, como era mi costumbre,
no perdí ni ripio durante el montaje, pues mi padre y el sirviente anduvieron
un buen rato montando los elementos y toda la familia estábamos expectantes y
deseoso de que el aparato aquel por fin se pusieran a funcionar. Terminadas las
consabidas operaciones, lo engancharon a las mulas de tiro y hete aquí que la
maquinita funcionaba, después de dar un par de vueltas mi progenitor se subió al
trillo, era necesario el peso de una persona para que hiciera mejor su labor y
fuera eficaz.
Para mí fue la primera revolución tecnológica que presencié, yo estaba
más orgulloso de mi padre que el cardenal Cisneros confesando a la reina Isabel;
creo, no estoy seguro porque igual es una barbaridad lo que acabo de decir. Pero
al poco me llené de orgullo triunfador, mi padre paró la yunta y me montó junto
a él, así que fuimos los dos quienes estrenamos la maquineta, con la
consiguiente recomendación de que me agarrara fuerte a la barra del balconcillo,
cosa que hice mientras dábamos vueltas y sonreía con los dientes apretados,
supongo que sacudido por algún pequeños espasmos de temor. De seguido fue mi
hermana Lola la invitada al estreno y finalmente mi hermano Alejandro; las
mayores, como eran muy mayores y muy suyas no participaron de la fiesta. Aquel día yo no me separé de la era, cosa
rara porque era un especialista en el deporte del escaqueo; yo prefería la
brisa de la arboleda, tumbarme en la hierba siguiendo el bamboleo de las copas de
los olmos y, si había nubes, verlas pasar por entre los huecos del cielo. Era precioso,
las nueves se iban deshaciendo a medida que perdían pequeños trozos y al poco
volvían a recomponerse, y así una y otra vez, y así se me pasaban los minutos y
cuando volvía a la era bronca por desaparecer.
A los pequeños nos tocaba el trillo de sierra, mucho más lento pues
era tirado por la yunta de bueyes, lo hacían por seguridad, las mulas tenían
cierto peligro ya que podían espantarse, algo que no sucedió jamás, pero las
normas eran las normas y punto. El problema del trillo de discos es que
arrullaba de vez en cuando, es decir, si entraba mucha mies entre los discos
estos que atascaban, entonces había que parar y desatascarlo. Lo de la trilla
era un continuo dar vueltas como tontos alrededor de la parva, a mí me podía, aún
con el sombrero de paja la solina achicharraba el coco, además cada vuelta se hacía
eterna y no era una sino cientos de vueltas las que había que dar para completar
la trilla. En estas nos pasábamos la mañana y parte de la tarde, hasta que mi
padre daba por finalizada la trilla del día. En estas llegaba una parte
divertida, que era rastrear la parva, los niños nos montábamos en los laterales
de la rastra y acabábamos en el montón envueltos en paja, grano, arena y polvo,
así un viaje tras otro hasta terminar. Después estaba lo de barrer la era e ir
llevando los granos hasta el montón, la cina, que los adultos creaban amontonando
la mies en forma de cono, para evitar las filtraciones de agua en el caso de
que lloviera.
Terminado el proceso llegaba el momento de la merienda y a partir de
ahí tiempo libre para los peques. Yo prefería irme a contemplar la puesta de
sol. Recuerdo que eran eternas, donde el sol se ocultaba amarillos, de
inmediato rojos, había días que parecía que el cielo estaba ardiendo, de
seguido rosáceos, luego morados, después azulones, otro luego grisáceos y al
final gis gris y noche. Sí alguien me preguntará cuántas puesta de sol he visto
en mi vida le respondería que miles y miles, si me preguntaran cuántos amaneceres
diría que, aun habiendo contemplado bastantes, muy pocos. Es mi alma la que
elige y yo la dejo hacer, ya elegía en mi infancia, la de aquel niño poeta que
arrastraba las alpargatas por los caminos del Campo de Gómara. Y ha habido
momentos, siendo adulto, que enlacé la puesta de sol con el amanecer del día
siguiente, habiendo pasado la noche entera deambulando por el campo; dios que
mareo de estrellas, millones y millones pueden verse desde los 1034 metros de
altitud que tiene Martialay de media, sin contaminación industrial ni ambiental.
Y la Vía Láctea, que después de observarla una noche tras otra, ofrece
al espectador su maravillosa tridimensionalidad. Me quedé espantado, lo
recuerdo vivamente, yo llevaba tiempo tras ella y nunca conseguía penetrar en
su interior, el cielo se me presentaba eternamente plano, y yo me decía esto no
puede ser, existe dimensión interior yo tengo que verla, y me puse cabezón, y
acudí al mismo lugar, el alto del calvario, día sí día también hasta que
aquella noche se me abrió a los ojos. Me quedé extasiado, mi alma empezó a brincar
de contento y se me humedecieron los ojos de alegría; aquella sinfonía de
estrellas se me antojaba algo así como si estuviera escuchando el Aleluya de El
Mesías de Händel. No sé las horas que estuve, muchas, muchas, muchas, percibiendo
la geometría de las estrellas, la profundidad de la Vía Láctea, su música, su
música, la música de los astros como un eco que reverbera desde el origen en el
cosmos. Y todas aquellas sensaciones eran recogidas por mi alma, que se había
desnudado a las estrellas de la noche y competía en fulgor con ellas, y se
armonizaba y me decía: “ves, Anselmo, esto es la creación”.
Continuará
Aleluya: http://www.youtube.com/watch?v=RZoQTevmiaU


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