viernes, 2 de mayo de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA III

Nota: Fue una catarsis necesaria, sí el ser humano vive bajo presión es necesario que se libere o de lo contrario la presión le matará, lo sé hace tiempo y tengo una habilidad especial para llegar a la catarsis, como medio de poder regenerarme al igual que el Ave Fénix. Lo peor vino ayer, yo había expuesto mi problemática encima de la mesa del diálogo, la había hecho pública, asumí mi limitada condición humana, pero no había asumido los detalles del escrito. Y sucedió ayer, ¡claro!, cuando volví a releer el texto en toda su crudeza el mundo se me vino encima, el corazón se me angustió de tal manera, con tanta intensidad, tan violenta y vehementemente que sentí el vértigo de vivir suspendido en el aire, pues el suelo se había esfumado debajo de mis pies; al pronto se me precipitó la angustia de la muerte y los pulmones no me permitían respirar, oprimidos, oprimidos, oprimidos reclamaban la presencia de la muerte, que no me angustia, pero se me precipitaba un final que yono tenía previsto puesto que me faltaban cinco años. 

De todas mis reencarnaciones que recuerdo con nitidez, las cuatro últimas, la actual, la que vivo ahora, es la más violenta, la más angustiosa, la que más esfuerzo me está costando; entre otras, porque en numerosas ocasiones me he visto desprovisto de lo más elemental para sobrevivir, -tomadlo en el sentido literario porque no deseo crear sentimientos de lástima-. Hoy estoy más tranquilo, he dormido bastante bien y he recuperado parte de mis fuerzas, me ha cambiado el semblante y lo único que me preocupa es decidir a dónde quiero marcharme a vivir, puesto que, una vez terminado este penoso proceso, no deseo seguir viviendo en ningún lugar donde se trate mal a la poesía y menos a los poetas. La Rioja es tierra de vinos, cultura del vino le llaman, pero en temas de poesía es ignorante e inculta.

Mi corazón se alegra con vosotros al recibir vuestro apoyo incondicional, se me pone contento y es ese su estar me dice que los seres humanos no estamos aquí por casualidad, que ni mucho menos estamos solos, que la tierra, el Arca de Noé, permanece poblada por gentes maravillosas, sensitiva, sensual, amorosa, divina-humana, gentes que son y se sienten seres humanos, pues en su fuero interno han aceptado su condición de ser-mujer o ser-hombre, entre los cuales, es indudable, nos encontramos vosotros y yo.


Quizá, es posible que lo más tierno de mi ser sea mi media sonrisa, con mil amores os la regalo para que os acompañe de por vida. Un beso. Este ha sido un escrito que lo he generalizado, pero surgió de modo individual agradeciendo las muestras de apoyo incondicional que recibí de mi excelente amiga Trinidad, a ella se lo remití en su momento. Gracias a todos.


A la izquierda el becqueriano Monte de las Ánimas a la derecha la machadiana Sierra de Santana. Poesía
blanca de paisaje blanco del nuevo camino sin hollar por el hombre. En medio la carretera de Almenar.


Cosas y hechos de mi vida III


Dicen que yo aguanto bien el frío, no es de extrañar, cuando se nace en una tierra en la que el cierzo, durante los largos meses del inclemente invierno soriano, golpea, hiere y parte la cara de porcelana blanca de los niños, hablo por la que tenía yo en mi infancia; revuelve el pelo rubio rojizo, nubla la vista verde de los ojos  haciéndolos llorar, rasga las manos llenas de sabañones, los óvulos de las orejas y las piernas las pone de cristal a punto de romperse, la lógica de la supervivencia impone que ese niño ha nacido para aguantar el frío si lo suyo es sobrevivir. Los sorianos son unas gentes que viven en la alta paramera del Duero, son duros como rocas y se hacen de témpanos de hielo; a ningún oriundo de esas tierras le escucharás jamás pronunciar la palabra frío, a lo máximo que pueden llegar es a aceptará que hace “fresquillo”, aunque la temperatura esté rozando los ceros grados centígrados.

Recuerdo que los hombres tenían que llevar una maza para romper el hielo cuando llevaban a las caballerías al abrevadero, recuerdo que nosotros los niños hacíamos pistas de patinaje que recorrían toda la charca del abrevadero, recuerdo que jugando nos dábamos nuestros buenos culetazos cuando caímos al suelo al desequilibrarnos en la carrera; entonces venían las risas de los compañeros, que se unían con la del accidentado porque allí no cabía lamentarse, jugábamos a ser valientes y a fe que lo conseguíamos, éramos conscientes de que la vida nos exigía su tributo y nosotros se lo dábamos de buen grado, antes que nada queríamos hacernos mayores. En los días de nevada el paisaje era un espectáculo nuevo, el pueblo blanco, el campo blanco, la sierra blanca, los tejados blancos, todo blanco; suelo virginal dispuesto para que se abrieran nuevos caminos y yo alucinaba, desde mi fuero interno pensaba que si yo caminaba por los campos lo haría sobre una tierra no mancillada por el hombre, que sería el primero en imprimir mis huellas, y entonces me iba y caminaba y hacía mi camino efímero y me mojaba los pies y cuando retornaba a casa llegaban los reproches de mi madre, sus quejas, sus lamentos de que iba a morirme de una pulmonía.

Otro de los espectáculos inenarrables eran las estalactitas de hielo que se formaban por las noches en los aleros, en especial en el de la majadilla, un edificio rechoncho y bajo adosado a la vivienda, les llamábamos churros y permanecían colgados de las tejas llegando hasta el suelo; yo me quedaba extasiado, anonadado contemplaba el espectáculo cada mañana y, mi gran ilusión, luego de habérmelo gravado bien en mi memoria, consistía en romperlos con un palo, sin embargo mi padre no me dejaba porque al caer también podía desprenderse la teja, aun así yo los rompía a escondidas, buscándole la vuelta al viejo. Cuando nevaba, nevaba tanto que después de la tormenta los hombres debían salir a la calle con sus palas para hacer camino, una pequeña senda entre montones de nieve que comunicaba provisionalmente al pueblo, cada uno hacía la parte de calle que le correspondía y las zonas comunes entre todos.

Mi siguiente novia, ya en Logroño, ya en el bachiller, ya con doce años, se llamaba Carmen, morena de piel, ojos pardo oscuro, pelo negro, cuerpo recto, piernas largas, culete respingado y bastante bien armada, para su edad, de tetas. Estábamos el uno por el otro, a mi me gustaba su cara y todo lo demás, sus labios sensuales, su impalpable caminar, su mirada profunda, sus manos entre mis manos, el tono de su voz, en fin, estaba por ella; y ella también por mí, suspiraba al verme, en ocasiones le tartamudeaba la voz, se le alegraban los ojillos, se le abrían los labios esbozando una sonrisa a veces enigmática, en otras más abierta y cuando estábamos solos amplia. Así estuvimos varios años, y nos encontrábamos en la calle, vivíamos relativamente cerca, ¡ni relativamente ni gaitas!, cerca, habrase visto con esto de la escritura automática, y coincidíamos en los conciertos y a la salida del cole y mientras los amigos estaban en grupo nosotros hacíamos nuestro grupeto de dos y hablábamos de cine, de proyectos, de estudios y se nos pasaban las horas sin darnos cuenta.

Y un día me declaré a ella y me respondió que: “no no le età per amarti”, con lo que yo me acordé de la madre de la Gigliola Cinquetti y me quedé más triste que un viernes santo, visto lo visto, como no se podía ir a más, nuestras relaciones se fueron enfriando y se terminaron cuando acabamos el bachiller, al curso siguiente se fue a Madrid a estudias geografía e historia. A partir de ahí apareció mi época loca, fui desarrollando la técnica de la labia y hoy una, mañana otra, durante varios años las muchachas se fueron sucediendo a ritmo vertiginoso, hasta que mi padre, muy inteligente él, puñetero, me dijo, sic: “a ti te van a matar las mujeres”. Las palabras de mi padre me impresionaron, yo le había respondido que, “qué sabía él de mis historias”, convencido de que mi padre vivía en la inopia, pero ya ya, pasado un tiempo empecé a reflexionar y poco a poco fue cambiando mi vida.
Continuará.   




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