Nota: Fue una catarsis
necesaria, sí el ser humano vive bajo presión es necesario que se libere o de
lo contrario la presión le matará, lo sé hace tiempo y tengo una habilidad
especial para llegar a la catarsis, como medio de poder regenerarme al igual
que el Ave Fénix. Lo peor vino ayer, yo había expuesto mi problemática encima
de la mesa del diálogo, la había hecho pública, asumí mi limitada condición
humana, pero no había asumido los detalles del escrito. Y sucedió ayer, ¡claro!, cuando volví a releer el texto en toda su crudeza el mundo se me vino encima, el corazón se me angustió de tal manera, con tanta intensidad, tan violenta y vehementemente que sentí el vértigo de vivir suspendido en el aire, pues el suelo se había esfumado debajo de mis pies; al pronto se me precipitó la angustia de la muerte y los pulmones no me permitían respirar, oprimidos, oprimidos, oprimidos reclamaban la presencia de la muerte, que no me angustia, pero se me precipitaba un final que yono tenía previsto puesto que me faltaban cinco años.
De todas mis reencarnaciones que recuerdo con nitidez, las cuatro
últimas, la actual, la que vivo ahora, es la más violenta, la más angustiosa,
la que más esfuerzo me está costando; entre otras, porque en numerosas
ocasiones me he visto desprovisto de lo más elemental para sobrevivir, -tomadlo
en el sentido literario porque no deseo crear sentimientos de lástima-. Hoy
estoy más tranquilo, he dormido bastante bien y he recuperado parte de mis
fuerzas, me ha cambiado el semblante y lo único que me preocupa es decidir a
dónde quiero marcharme a vivir, puesto que, una vez terminado este penoso
proceso, no deseo seguir viviendo en ningún lugar donde se trate mal a la
poesía y menos a los poetas. La Rioja es tierra de vinos, cultura del vino le
llaman, pero en temas de poesía es ignorante e inculta.
Mi corazón se alegra con vosotros al recibir vuestro apoyo
incondicional, se me pone contento y es ese su estar me dice que los seres
humanos no estamos aquí por casualidad, que ni mucho menos estamos solos, que
la tierra, el Arca de Noé, permanece poblada por gentes maravillosas,
sensitiva, sensual, amorosa, divina-humana, gentes que son y se sienten seres
humanos, pues en su fuero interno han aceptado su condición de ser-mujer o
ser-hombre, entre los cuales, es indudable, nos encontramos vosotros y yo.
Quizá, es posible que lo más tierno de mi ser sea mi media sonrisa,
con mil amores os la regalo para que os acompañe de por vida. Un beso. Este ha sido un escrito que lo he generalizado, pero surgió de modo individual agradeciendo las muestras de apoyo incondicional que recibí de mi excelente amiga Trinidad, a ella se lo remití en su momento. Gracias a todos.
Cosas y hechos de mi vida III
Dicen que yo aguanto bien el frío, no es de extrañar, cuando se nace
en una tierra en la que el cierzo, durante los largos meses del inclemente
invierno soriano, golpea, hiere y parte la cara de porcelana blanca de los niños,
hablo por la que tenía yo en mi infancia; revuelve el pelo rubio rojizo, nubla
la vista verde de los ojos haciéndolos
llorar, rasga las manos llenas de sabañones, los óvulos de las orejas y las
piernas las pone de cristal a punto de romperse, la lógica de la supervivencia
impone que ese niño ha nacido para aguantar el frío si lo suyo es sobrevivir.
Los sorianos son unas gentes que viven en la alta paramera del Duero, son duros
como rocas y se hacen de témpanos de hielo; a ningún oriundo de esas tierras le
escucharás jamás pronunciar la palabra frío, a lo máximo que pueden llegar es a
aceptará que hace “fresquillo”, aunque la temperatura esté rozando los ceros
grados centígrados.
Recuerdo que los hombres tenían que llevar una maza para romper el
hielo cuando llevaban a las caballerías al abrevadero, recuerdo que nosotros
los niños hacíamos pistas de patinaje que recorrían toda la charca del
abrevadero, recuerdo que jugando nos dábamos nuestros buenos culetazos cuando
caímos al suelo al desequilibrarnos en la carrera; entonces venían las risas de
los compañeros, que se unían con la del accidentado porque allí no cabía
lamentarse, jugábamos a ser valientes y a fe que lo conseguíamos, éramos
conscientes de que la vida nos exigía su tributo y nosotros se lo dábamos de
buen grado, antes que nada queríamos hacernos mayores. En los días de nevada el
paisaje era un espectáculo nuevo, el pueblo blanco, el campo blanco, la sierra
blanca, los tejados blancos, todo blanco; suelo virginal dispuesto para que se
abrieran nuevos caminos y yo alucinaba, desde mi fuero interno pensaba que si
yo caminaba por los campos lo haría sobre una tierra no mancillada por el
hombre, que sería el primero en imprimir mis huellas, y entonces me iba y
caminaba y hacía mi camino efímero y me mojaba los pies y cuando retornaba a
casa llegaban los reproches de mi madre, sus quejas, sus lamentos de que iba a
morirme de una pulmonía.
Otro de los espectáculos inenarrables eran las estalactitas de hielo
que se formaban por las noches en los aleros, en especial en el de la
majadilla, un edificio rechoncho y bajo adosado a la vivienda, les llamábamos
churros y permanecían colgados de las tejas llegando hasta el suelo; yo me
quedaba extasiado, anonadado contemplaba el espectáculo cada mañana y, mi gran
ilusión, luego de habérmelo gravado bien en mi memoria, consistía en romperlos
con un palo, sin embargo mi padre no me dejaba porque al caer también podía
desprenderse la teja, aun así yo los rompía a escondidas, buscándole la vuelta
al viejo. Cuando nevaba, nevaba tanto que después de la tormenta los hombres
debían salir a la calle con sus palas para hacer camino, una pequeña senda
entre montones de nieve que comunicaba provisionalmente al pueblo, cada uno
hacía la parte de calle que le correspondía y las zonas comunes entre todos.
Mi siguiente novia, ya en Logroño, ya en el bachiller, ya con doce
años, se llamaba Carmen, morena de piel, ojos pardo oscuro, pelo negro, cuerpo
recto, piernas largas, culete respingado y bastante bien armada, para su edad,
de tetas. Estábamos el uno por el otro, a mi me gustaba su cara y todo lo demás, sus labios sensuales, su
impalpable caminar, su mirada profunda, sus manos entre mis manos, el tono de
su voz, en fin, estaba por ella; y ella también por mí, suspiraba al verme, en
ocasiones le tartamudeaba la voz, se le alegraban los ojillos, se le abrían los
labios esbozando una sonrisa a veces enigmática, en otras más abierta y cuando
estábamos solos amplia. Así estuvimos varios años, y nos encontrábamos en la
calle, vivíamos relativamente cerca, ¡ni relativamente ni gaitas!, cerca,
habrase visto con esto de la escritura automática, y coincidíamos en los
conciertos y a la salida del cole y mientras los amigos estaban en grupo
nosotros hacíamos nuestro grupeto de dos y hablábamos de cine, de proyectos, de
estudios y se nos pasaban las horas sin darnos cuenta.
Y un día me declaré a ella y me
respondió que: “no no le età per amarti”, con lo que yo me acordé de la madre
de la Gigliola Cinquetti y me quedé más triste que un viernes santo, visto lo
visto, como no se podía ir a más, nuestras relaciones se fueron enfriando y se
terminaron cuando acabamos el bachiller, al curso siguiente se fue a Madrid a
estudias geografía e historia. A partir de ahí apareció mi época loca, fui desarrollando
la técnica de la labia y hoy una, mañana otra, durante varios años las
muchachas se fueron sucediendo a ritmo vertiginoso, hasta que mi padre, muy
inteligente él, puñetero, me dijo, sic: “a ti te van a matar las mujeres”. Las
palabras de mi padre me impresionaron, yo le había respondido que, “qué sabía
él de mis historias”, convencido de que mi padre vivía en la inopia, pero ya
ya, pasado un tiempo empecé a reflexionar y poco a poco fue cambiando mi vida.
Continuará.


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