Nota final: Hoy hace 75 años que perdimos a uno de los grandes maestros de la palabra poética, fue agredido por la violencia que se había adueñado del país, violencia generada por los bárbaros golpistas, fanáticos seguidores de su cristo de la muerte y su dios de la venganza. Murió luchando, enarbolando la espada de su pluma hasta el último suspiro, lanzando llamaradas de la verdad de un nuevo humanismo desde la espada ígnea de su voz. La sombra alargada del poeta cubrió los restos de aquella España desolada, destruida y arrasada por la guerra, y se instaló en el cielo para cubrir nuestras desventuras, la que nos tenía reservadas el destino a las siguientes generaciones de poetas. La palabra atemporal del poeta permanece en guardia, atenta a las nuevas formas de la poesía, pues ella conoce todas las poesías existentes en la historia literaria de la humanidad, porque siempre estuvo entre nosotros, porque siempre escribió poemas para regalarlos a hombres y mujeres que anhelamos el profundo grito del alma.
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| 1939- Ultima fotografía tomada al poeta. Sin comentarios. |
Guerra y Muerte IV
En febrero del 38 se
termina el “paraíso” de Rocafort, la línea entre Valencia y Barcelona va a ser
cortada por los militares golpistas, y gobierno e intelectuales deben retirarse
a Barcelona para proseguir la lucha. Machado protesta pero es obligado a
abandonar la placidez de valencia saliendo de inmediato hacia Barcelona. Allí
es alojado en el hotel Majestic durante el primer mes. Aunque vuelve a
reencontrarse con algunos de los intelectuales con quienes había coincidido en la
capital del turia: José Bergamín, León Felipe y demás, el poeta añora la
tranquilidad e insisten para que le proporcionen una vivienda lejos del
bullicio del hotel. Finalmente lo alojan en Torre Castañer, una vivienda destartalada
al pie del Tibidabo, con múltiples deficiencias y que Machado prefiere al
hotel.
La muerte, que se
despertó en Madrid en torno a la vida de A. Machado, sigue cerrando el círculo
vital del poeta, la proximidad ya es de contacto directo, la torre posee
incluso capilla privada y cripta, y las alusiones a los fantasmas es el
denominador común en la imaginación enfebrecida de las sobrinas. Mientras le
queden fuerza no se rendirá y continuará con su guerra literaria aglutinando y
liderando la intervención de los intelectuales republicanos, ya sea en la
retaguardia ya en el frente de batalla. En octubre publica una sentida crónica
de despedida a las Brigadas Internacionales, él sabe que se acerca el final
porque ya no hay posibilidad alguna de ganar una guerra perdida de antemano. No
obstante, el 22 de noviembre, se transmitió una apasionada alocución de Antonio
Machado, dirigida a todos los españoles a través de “La Voz de España”, en la
que, una vez más, descalifica a los militares golpistas y al fascismo de
Alemania e Italia.
Par esas fechas el
poeta ha adelgazado en exceso, tiene el rostro demacrado y amarillento y la faz
marchita, en la que destaca su mirada profunda y viva; el sentir general de
quienes le visitan es de que ha envejecido demasiado. Tiene mal aspecto se ha
abandonado y se afeita de cuando en cuando, camina encorvado, con pesadez y
lentamente. Entre tanto mal la visita de Ilya Ehremburg le llega a nuestro
poeta como llovida del cielo, le traen café y cigarrillos franceses, que se apresta
a consumir convulsivamente.
El seis de enero
publica en la Vanguardia su último artículo. A lo largo de la siguiente semana
los bombardeos se intensifican sobre Barcelona, cunde el pánico generalizado y
la población piensa en escapar hacia la frontera. El Poeta recibe un aviso
urgente en el que le previenen para que esté preparado para salir en dirección
a la frontera en cualquier momento. El día 22 un coche oficial llega por la
noche a la residencia de los Machado, aprovisionados con unos pocos efectivos
personales suben el poeta, su madre, José y Matea y los trasladan a la
Dirección general de Sanidad…
Llegados aquí, quiero
evitar a los lectores cansarles y agobiarles con los detalles del viaje al
exilio machadiano, baste decir que, Collioure, treinta y un días más tarde, 22
de febrero de 1939, fue fin de etapa, fin de viaje y fin de existencia con su
cansina llegada a la orilla de la mar, yendo ligero de equipaje. Desde la
orillas del Guadalquivir, cerca de la mar, caminó la estepa numantina con potente
pisada, de arriero y de guerrero, de pastor trashumante, a la forma de los
antiguos patriarcas de la biblia, creando pozos de vida en forma de poesía. Y
en formas de poesía se enfrentó a la guerra maldita, combatiendo con la espada
ígnea de su potente verbo, la de ángel de la verdad, que es, como en “El
Quijote”, la del azote de los míseros.
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| A. Machado, Retrato, Carlos Hermosilla, xilografía |
Retrato (A. Machado)
Mi infancia son
recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
¿ya conocéis mi torpe aliño indumentario?,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
¿Quién habla solo espera hablar a Dios un día?;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
¿ya conocéis mi torpe aliño indumentario?,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
¿Quién habla solo espera hablar a Dios un día?;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.


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