Guerra y muerte III
Debido al dolor que le produce la guerra, el exceso de trabajo que le sobreviene por su encomiable actitud de escritor
comprometido y defensor de la república con la espada de su pluma, sumados al
dolor de la traición de su hermano Manuel, que se dedica a escribir poemas que
ensalzan a los rebeldes y que en aquellos momentos se había convertido en el
principal panegirista del General Franco, para hacerse el favor de salvar el
cuello; Antonio Machado envejece con rapidez y se debilita profundamente. Son
varios los testigos que nos hablan de la decrepitud del poeta, que presenta con
un aspecto en verdad desaliñado; torpe y de movimientos lentos, arrastrando los
pies y actitudes de recogimiento interior con tendencia a exiliarse del centro
de la conversación, aun cuando ésta fuera animada.
El cuatro de
Julio de este mismo año se inaugura en Valencia del II Congreso Internacional
de Escritores por la Defensa de la Cultura.
Intervienen: Dinamarca, Anderson Nexo; la URSS, M. Kolsov y A. Tolstoi; Francia,
A. Malraux y J. Blenda; Alemania, Ludwing Reen; España, A. Machado y José
Bergamín, etc. Los días del cinco al
nueve se trasladan a Madrid y reinician las sesiones en Valencia el día diez.
El discurso de A. Machado cierra las sesiones del día y de hecho de la primera
parte del congreso; en su disertación recoge apuntes de comentarios anteriores
sobre la noción de “pueblo”, oponiéndose, de un modo radical, al concepto
clasista y vituperante del “hombre masa” orteguiano. Con respecto a este tema comentará;
“el pueblo se compone de individuos, cada
uno con sus peculiaridades, sus necesidades y sus derechos. A las masas no las
salvan nadie, en cambio, siempre se podrá disparar sobre ellas. Ojo. Sí os
dirigís a las masas, el hombre, el cada hombre que os escuche no se sentirá
aludido y necesariamente os dará la espalda. He aquí la malicia que lleva
implícita la falsedad de un tópico que nosotros, demófilos incorregibles y
enemigos de todo señoritismo cultural, no emplearemos de buen grado, por un
respeto y un amor al pueblo que nuestros adversarios no sentirán jamás”.
El discurso
fue publicado pocos días más tarde en el periódico La Vanguardia de Barcelona. Que
sirvió de inicio en la relación del poeta con el citado medio y que había de perdurar
hasta el final de la guerra. Terminado el congreso, Machado retorna la mirada a
su entorno, se siente enfermo y declara públicamente: “Estoy bastante enfermo, sometido a un estrecho régimen y casi
imposibilitado de moverme. Como sospecho que me queda ya poco tiempo para mi
obra, desearía poder consagrarme a ella”. Es importante admirar la doble
actitud del poeta, por un lado su lucha republicana, su guerra, le llamaremos
con más propiedad, a favor de la libertad y la cultura, y, de otro, su
preocupación literaria, finalizar la obra cuando la muerte empieza a asomar por
el horizonte. Insisto en esta doble capacidad del poeta puesto que me parece
importante para conocer su calidad humana; lo prueba el resultado de su
discurso en el congreso pues caló hondo, días más tarde es respaldado en una
comunicación de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, firmada por María Teresa
León, Rosario del Olmo, Rafael Alberti, Arturo Serrano Plaja, entre otros.
La que desde
luego sí se resiente es su poesía, los poemas de la guerra denotan una tendencia a la reiteración de lo que
fueron sus grandes logros poéticos, que ahora tiende a mezclar con ciertas
dosis de poesía política que provoca la consiguiente pérdida del momento
poético. A. Machado es ducho en la materia y sabe esconder los defectos, pero
es inevitable que emerjan puesto que jamás la poesía política es poesía; las
circunstancias se imponen y el hombre se deja arrastrar por la dura situación
que vive, es inevitable. El poeta de Sevilla es un poeta del amor, a pesar de
la guerra sigue siendo un poeta del amor y en su capacidad de expresar el amor,
en los poemas de la guerra, se reivindica y se salva como poeta, y ello es con
independencia de su capacidad combativa y de sus postulados ideológicos.
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| Valencia, amanecer |
CCXXXVII
La Muerte del Niño Herido
Otra
vez es la noche… Es el martillo
de la fiebre en las sienes bien vendadas
del niño.
–Madre, ¡el pájaro amarillo!
¡Las
mariposas negras y moradas!
-Duerme, hijo mío. Y la manita oprime
la madre
junto al lecho -¡Oh flor de fuego!
¿Quién ha de
helarte, flor de sangre, dime?
Hay en la pobre
alcoba olor de espliego:
Fuera
la oronda luna que blanquea
cúpula y
torre a la ciudad sombría.
Invisible
avión moscardonea.
-¿Duermes, oh dulce flor de sangre mía?
El cristal
del balcón repiquetea.
-¡Oh fría,
fría, fría, fría, fría!
Soneto dedicado
al niño que muere herido por las bombas tiradas por la aviación. Vemos como en
el final del primer terceto se fuerza de un modo desaforado, para meter la
palabra “maldita”, el avión bombardero; a partir de ahí, el segundo terceto es
todo forzado, en especial segundo y tercer verso. De los cuartetos el segundo
es bueno, muy bueno, y el primero también
aunque carece de la calidad expresiva
del segundo.


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