martes, 16 de abril de 2013

LOS ENGARCES BURGUESES (cabreo existencial)


Yo también soy un ser humano, como, duermo, a veces me emborracho y en alguna ocasión incluso el amor. Siento, amo, río y aveces hasta hago la guerra, pero no me tiembla el pulso, no perdáis cuidado.

Anselmo 




Los Engarces

Estoy canso, desde el sábado a la noche que Daniel se empeñó en comportarse como un ser irracional, condenando al reo sin tomarse la molestia de escucharle un segundo, comportándose como un odioso juez implacable y sentenciándole de antemano; desde ese preciso momento yo estoy terriblemente cansado. Yo soy el reo y Daniel el juez impasible; ¡qué patético!, ¿qué le importará a él lo que yo pueda llamarle a una tipa con pretensiones de poeta exquisita, y que lleva quince años tocándome las narices a costa de hacerme de menos expulsándome de todo encuentro? Políticamente el ataque debe ser correcto, afirma el manual burgués sobre la guerra; pero yo no soy burgués y en la guerra no tengo porqué tener piedad de mis enemigos. Puedo tener paciencia, quince años la garantizan, pero una vez desenterrada el hacha de guerra, cabeza cortada, y si alguien desentierra el hacha para amenazar mejor que no lo haga, se la quitarán y la cabeza que volará será la suya.  

Después de lo que sucedió, puedo afirmar que Daniel es un revolucionario de pacotilla, cuyos engarces mentales están profundamente arraigados en la concepción burguesa que la sociedad de su infancia pudiera tener de la vida. Es un problema terrible: no se es revolucionario porque se haya decidido serlo, se es porque se han roto los engarces familiares y, además, nos metemos a serlo pensando y preferenciando el bien común por encima de los personales. La gente se mete a ser revolucionaria sin haberse planteado su origen familiar y social, tal es así que en ellos sigue primando la casta familiar, léase el dictador de Corea del Norte, por encima de los intereses generales de la sociedad. Ante semejante situación se impone el fanatismo y la fuerza bruta, la amenaza del “no te doy de ostias porque me das pena”, el desprecio y la falta de diálogo, ¡pobre Sócrates condenado a la cicuta por enseñar a los hombres a dialogar!, y resulta que dos mil quinientos años más tarde nadie sabe para qué diablos sirve la dialéctica, por su puesto tampoco Daniel.

Durante las últimas cuarenta y ocho horas me he encontrado desubicado, no consigo hallarme en esta mierda de sociedad; admito que yo sea el poeta maldito, me importa un comino; pero yo, Anselmo, no puedo validar las miserias de la gente que se empecina en ser “buena gente” a costa de llenar de basura a los demás. Hipocresía se llama a ese rollo social, solamente hipocresía tiene de nombre, y, lo más terrible, es que hurgan cerca de los curas para garantizarse los goces de la vida eterna. Pues bueno, cuando se mueran no sabrán que la Jerusalén de Oro carece de puertas, simplemente porque no van a encontrar el camino que les conduzca a ella. Pero a ellos que les importa esos detalles, les basta con lo que les contaron de niños, engarces; desde luego lo que a mí no me importa es la gentuza, ¡qué les zurzan!, lo de gentuza no lo digo por Daniel, que quede claro, lo afirmo por la poeta y su marido modélico.

Faltaría más, que la gente mentalmente estreñida me desvíe de mi camino de poeta, eso no se lo cree ni dios. Por si todavía quedan gentecillas que no lo han entendido, diré que este escrito es una catarsis mediante la cual pienso cerrar la incapacidad que a veces siento ante un sistema inhumano e impune. Digo impune, porque nadie puede llevar a los tribunales a tanto adefesio; es sencillo, los jueces no sabrían por donde cogerlo, ¿y cómo se podría juzgar el despropósito?, es evidente que no existe tal posibilidad. Se me ocurre pensar en la confusión de los tiempos, final del Apocalipsis, en la que se adora a la falsedad, es el dios, y se desprecia lo auténtico, es el anticristo, la gran verdad metafísica del hombre a la que los hombres de nuestro tiempo han renunciado por un puñado de polvos.   

Polvo eres y en polvo te convertirás, dice el aforismo eclesiástico; pero digo yo, a parte de polvo los hombres también tenemos espíritu, yo al menos puedo asegurar que lo poseo porque me lo he visto, y también conozco a muchos hombres que lo tienen y por supuesto a mujeres maravillosas, que, por cierto, no tienen maldita necesidad de escribir versos horripilantes para denotar su calidad espiritual. Y es que cuando se tiene el alma negra no existe posibilidad humana de escribir poesía; es evidente, la poesía es luz, es verdad, es poder, es espíritu, es relativismo, es humanismo, es respeto, es no persecución sistematizada. Si la pobre sólo es poetisa de versos tristes que la zurzan, y a Daniel también por “revolucionario” burgués.


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