Yo también soy un ser humano, como, duermo, a veces me emborracho y en alguna ocasión incluso el amor. Siento, amo, río y aveces hasta hago la guerra, pero no me tiembla el pulso, no perdáis cuidado.
Anselmo
Los Engarces
Estoy canso, desde el
sábado a la noche que Daniel se empeñó en comportarse como un ser irracional,
condenando al reo sin tomarse la molestia de escucharle un segundo,
comportándose como un odioso juez implacable y sentenciándole de antemano;
desde ese preciso momento yo estoy terriblemente cansado. Yo soy el reo y Daniel
el juez impasible; ¡qué patético!, ¿qué le importará a él lo que yo pueda
llamarle a una tipa con pretensiones de poeta exquisita, y que lleva quince
años tocándome las narices a costa de hacerme de menos expulsándome de todo
encuentro? Políticamente el ataque debe ser correcto, afirma el manual burgués
sobre la guerra; pero yo no soy burgués y en la guerra no tengo porqué tener
piedad de mis enemigos. Puedo tener paciencia, quince años la garantizan, pero
una vez desenterrada el hacha de guerra, cabeza cortada, y si alguien desentierra
el hacha para amenazar mejor que no lo haga, se la quitarán y la cabeza que
volará será la suya.
Después de lo que
sucedió, puedo afirmar que Daniel es un revolucionario de pacotilla, cuyos
engarces mentales están profundamente arraigados en la concepción burguesa que la
sociedad de su infancia pudiera tener de la vida. Es un problema terrible: no
se es revolucionario porque se haya decidido serlo, se es porque se han roto
los engarces familiares y, además, nos metemos a serlo pensando y
preferenciando el bien común por encima de los personales. La gente se mete a
ser revolucionaria sin haberse planteado su origen familiar y social, tal es
así que en ellos sigue primando la casta familiar, léase el dictador de Corea
del Norte, por encima de los intereses generales de la sociedad. Ante semejante
situación se impone el fanatismo y la fuerza bruta, la amenaza del “no te doy de ostias porque me das pena”, el
desprecio y la falta de diálogo, ¡pobre Sócrates condenado a la cicuta por
enseñar a los hombres a dialogar!, y resulta que dos mil quinientos años más
tarde nadie sabe para qué diablos sirve la dialéctica, por su puesto tampoco
Daniel.
Durante las últimas
cuarenta y ocho horas me he encontrado desubicado, no consigo hallarme en esta
mierda de sociedad; admito que yo sea el poeta maldito, me importa un comino;
pero yo, Anselmo, no puedo validar las miserias de la gente que se empecina en
ser “buena gente” a costa de llenar de basura a los demás. Hipocresía se llama
a ese rollo social, solamente hipocresía tiene de nombre, y, lo más terrible,
es que hurgan cerca de los curas para garantizarse los goces de la vida eterna.
Pues bueno, cuando se mueran no sabrán que la Jerusalén de Oro carece de
puertas, simplemente porque no van a encontrar el camino que les conduzca a
ella. Pero a ellos que les importa esos detalles, les basta con lo que les
contaron de niños, engarces; desde luego lo que a mí no me importa es la
gentuza, ¡qué les zurzan!, lo de gentuza no lo digo por Daniel, que quede
claro, lo afirmo por la poeta y su marido modélico.
Faltaría más, que la
gente mentalmente estreñida me desvíe de mi camino de poeta, eso no se lo cree
ni dios. Por si todavía quedan gentecillas que no lo han entendido, diré que este
escrito es una catarsis mediante la cual pienso cerrar la incapacidad que a
veces siento ante un sistema inhumano e impune. Digo impune, porque nadie puede
llevar a los tribunales a tanto adefesio; es sencillo, los jueces no sabrían
por donde cogerlo, ¿y cómo se podría juzgar el despropósito?, es evidente que
no existe tal posibilidad. Se me ocurre pensar en la confusión de los tiempos, final del Apocalipsis, en la que se adora a la falsedad, es el dios, y se desprecia lo
auténtico, es el anticristo, la gran verdad metafísica del hombre a la que los
hombres de nuestro tiempo han renunciado por un puñado de polvos.
Polvo eres y en polvo
te convertirás, dice el aforismo eclesiástico; pero digo yo, a parte de polvo
los hombres también tenemos espíritu, yo al menos puedo asegurar que lo poseo
porque me lo he visto, y también conozco a muchos hombres que lo tienen y por
supuesto a mujeres maravillosas, que, por cierto, no tienen maldita necesidad
de escribir versos horripilantes para denotar su calidad espiritual. Y es que cuando se tiene el alma negra no
existe posibilidad humana de escribir poesía; es evidente, la poesía es luz, es
verdad, es poder, es espíritu, es relativismo, es humanismo, es respeto, es no
persecución sistematizada. Si la pobre sólo es poetisa de versos tristes que la
zurzan, y a Daniel también por “revolucionario” burgués.

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