lunes, 8 de abril de 2013

LA ESPIRITUALIDAD EN A. MACHADO IV (La Luz)



La espiritualidad en A. Machado IV (La Luz)

La búsqueda de la luz en A. Machado es una constante a lo largo de su vida; no podemos olvidarnos de que el poeta es nacido en Sevilla, la ciudad luz del sur por excelencia. ¡Ay, del sol de Sevilla suspendido en el arco azul del cielo andaluz!, ¡ay, de la luz de Sevilla, reflejada en el agua del Guadalquivir! Pensemos que el poeta niño vivenció aquella luz desde sus primeros días de vida, por su­puesto que la llevó consigo a la tierra soriana, para fundirla mediante su pálpito interno con la luz de su segunda ciudad, Soria. Esto último se lo presuponemos, dada su adhesión, el profundo amor y las constantes referencias que de la luz hace en su obra, en sus declaraciones públicas y en su correspondencia privada; ya que él mismo irradia luz, él es luz en sí mismo. Sic.: “Yo veo la poesía como un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes. Pero hoy, después de haber meditado mucho, he llegado a una afirmación: todos nuestros esfuerzos deben tender hacia la luz, hacia la conciencia”.

Como vemos por las declaraciones del poeta, la luz ejerce de guía y faro en el mundo de los hombres, al menos en el suyo, a la vez que le dirige hacia la conciencia suprema, es decir al mundo del espíritu, la espiritualidad a la que hace referencia y que ha determinado en la primera frase de su razonamiento. Él sabe que la gran creación nunca es mental y niega las “fórmulas dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes”, poesía escrita desde la mente, no trascendente y tampoco atemporal. Por el contrario, considera que la poesía escrita desde los campos de la luz, del espíritu, es la gran poesía que trasciende el tiempo y se hace universal a través del alma de los hombres. Luego, A. Machado, necesita de la introspección para adentrarse en su mundo poético, en donde “escarba” para escribir su poesía y ponerla al servicio de las generaciones. Veamos estos dos ejemplos.

El poeta recuerda a una mujer
desde un puente del Guadalquivir
(Fragmento)

Sobre la estrella clara del ocaso
como un alfanje, plateada, brilla
la luna en el crepúsculo de rosa
y en el fondo del agua ensombrecida.
El río lleva un rumoroso acento
de sombra cristalina
bajo el puente de piedra…


Palacio de las Dueñas, Sevilla

CXXV
(Fragmento)

Tengo recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes de luz y de palmeras,
y en una gloria de oro,
de lueñes campanarios con cigüeñas,
de ciudades con calles sin mujeres
bajo un cielo de añil, plazas desiertas
donde crecen naranjos encendidos
con sus frutas redondas y bermejas;
y en un huerto sombrío, el limonero
de ramas polvorientas
y pálidos limones amarillos,
que el agua clara de la fuente espeja,

En ambos poemas el poeta hace constantes referencias a la luz, pequeñas incursiones que nos permiten ir viendo los destellos de luz que se producen en los versos del poema. Lo van adornando como si fueran fogonazos de flases, pero la luz restalla e ilumina en primer lugar al poema y en segunda instancia a los lectores. Sin embargo, contra lo que podríamos creer, la luz reflejada en los versos no es la luz física que ilumina los elementos naturales, sino que, esta es la cuestión, pertenece a la luz interna del espíritu del poeta que él materializa en el poema.  Pensemos que la poesía escrita desde el espíritu del ser, supra ego, se corresponde con la llamada escritura automática, en la que el texto se escribe directamente sobre el papel sin intermediación de la mente, que no es consciente y sólo, cuando se termina de escribir, al releer el texto, asume para sí la belleza y significado del escrito. Es en ese momento cuando la mente del poeta acepta las figuras poéticas de su trabajo y lo da por bueno, las hace suyas y las estructura para las correcciones pertinentes que vendrán posteriormente. 


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