La espiritualidad en A. Machado IV (La Luz)
La búsqueda de la luz en A. Machado es una constante a lo largo de su
vida; no podemos olvidarnos de que el poeta es nacido en Sevilla, la ciudad luz
del sur por excelencia. ¡Ay, del sol de Sevilla suspendido en el arco azul del cielo
andaluz!, ¡ay, de la luz de Sevilla, reflejada en el agua del Guadalquivir! Pensemos
que el poeta niño vivenció aquella luz desde sus primeros días de vida, por supuesto
que la llevó consigo a la tierra soriana, para fundirla mediante su pálpito
interno con la luz de su segunda ciudad, Soria. Esto último se lo presuponemos,
dada su adhesión, el profundo amor y las constantes referencias que de la luz hace
en su obra, en sus declaraciones públicas y en su correspondencia privada; ya
que él mismo irradia luz, él es luz en sí mismo. Sic.: “Yo veo la poesía
como un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de
fórmulas dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes. Pero hoy,
después de haber meditado mucho, he llegado a una afirmación: todos nuestros
esfuerzos deben tender hacia la
luz, hacia la conciencia”.
Como vemos por las declaraciones del poeta, la luz
ejerce de guía y faro en el mundo de los hombres, al menos en el suyo, a la vez
que le dirige hacia la conciencia suprema, es decir al mundo del espíritu, la
espiritualidad a la que hace referencia y que ha determinado en la primera frase
de su razonamiento. Él sabe que la gran creación nunca es mental y niega las “fórmulas
dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes”, poesía escrita
desde la mente, no trascendente y tampoco atemporal. Por el contrario, considera
que la poesía escrita desde los campos de la luz, del espíritu, es la gran
poesía que trasciende el tiempo y se hace universal a través del alma de los
hombres. Luego, A. Machado, necesita de la introspección para adentrarse en su
mundo poético, en donde “escarba” para escribir su poesía y ponerla al servicio
de las generaciones. Veamos estos dos ejemplos.
El poeta recuerda a
una mujer
desde un puente del
Guadalquivir
(Fragmento)
Sobre la estrella
clara del ocaso
como un alfanje,
plateada, brilla
la luna en el
crepúsculo de rosa
y en el fondo del
agua ensombrecida.
El río lleva un
rumoroso acento
de sombra cristalina
bajo
el puente de piedra…
(Fragmento)
Tengo
recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes
de luz y de palmeras,
y en una
gloria de oro,
de lueñes
campanarios con cigüeñas,
de ciudades
con calles sin mujeres
bajo un
cielo de añil, plazas desiertas
donde crecen
naranjos encendidos
con sus
frutas redondas y bermejas;
y en un
huerto sombrío, el limonero
de ramas
polvorientas
y pálidos
limones amarillos,
que el
agua clara de la fuente espeja,
En ambos poemas el poeta hace constantes referencias a la luz,
pequeñas incursiones que nos permiten ir viendo los destellos de luz que se producen
en los versos del poema. Lo van adornando como si fueran fogonazos de flases,
pero la luz restalla e ilumina en primer lugar al poema y en segunda instancia
a los lectores. Sin embargo, contra lo que podríamos creer, la luz reflejada en
los versos no es la luz física que ilumina los elementos naturales, sino que,
esta es la cuestión, pertenece a la luz interna del espíritu del poeta que él
materializa en el poema. Pensemos que la
poesía escrita desde el espíritu del ser, supra ego, se corresponde con la
llamada escritura automática, en la que el texto se escribe directamente sobre
el papel sin intermediación de la mente, que no es consciente y sólo, cuando se
termina de escribir, al releer el texto, asume para sí la belleza y significado
del escrito. Es en ese momento cuando la mente del poeta acepta las figuras
poéticas de su trabajo y lo da por bueno, las hace suyas y las estructura para
las correcciones pertinentes que vendrán posteriormente.


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