viernes, 19 de abril de 2013

L A ESPIRITUALIDAD EN A. MACHADO VI (el amor-2)







La espiritualidad en A. Machado VI (el amor-2)

Antonio Machado es un lujo de la poética, el mismo que Bécquer, dos poetas del sentimiento y del amor. En la poesía del paisaje machadiana el hombre invisible recorre los caminos invisi­bles asentados sobre la tierra; por­que es desde el alma del poeta donde brota la tierra con sus senderos y caminos, su tierra espiritual, en consecuencia no necesita caminos marcados, ni tan siquiera precisa de los hombres que los tracen, porque se soportan en sí mismos. También podríamos decir que se trata de hombres invisible que faenan en los campos invisibles de una tierra universal, invisible, que anida en el mundo onírico del poeta y que él tuvo la delicadeza de llamarle Soria o Castilla. El aspecto telúrico de la tierra soriana, en torno al Duero y a principios de siglo veinte, asemejaba más al caos del gran origen, en el que suponemos que la vida potencial permanecía escondida dispuesta a emerger allá en el tiempo futuro, que a una tierra trabajada y cultivada por los hombres en armonía con la naturaleza.

Es indudable que el poeta se enamoró de Soria, expresó su profundo amor bien sea por mediación del amor hacia Leonor, lo cual no creo, pues, con el paso del tiempo, se hubiera olvidado de sus amores sorianos, y sa­bemos que eso no sucedió; o bien por la sublime capacidad del poeta en el tema amoroso, enamorarse porque sí, sin necesidad de ninguna “excusa” para sentir el amor; ello me lleva a pensar en la validez del sentimiento amoroso, universalista, de Antonio Machado. Y queda confirmado en el siguiente escrito aparecido en forma de entrevista en la prensa parisina. Sic.: “Soy hombre extraordinaria­mente sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, los hombres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. Allá, en 1907, fui desti­nado como catedrático a Soria. Soria es un lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli, se produce el monumento literario del Poema del Cid. Por si fuera poco, guardo de allí recuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Viví y sentí aquel ambiente con intensidad…”

Si las declaraciones del poeta no fueran amor, nos veríamos obligados a pensar que el amor no existe, al menos éste es mi pensamiento. ¿Cómo soluciona A. Machado la ambivalencia del amor espiritual frente al acoso del agresivo sistema social?, la respuesta es simple, utiliza las mismas palabras “mágicas” que para solucionar el conflicto tiempo existencial tiempo eterno, es decir aparecen la ensoñación, sueños, ensueño. Que maneja el poeta para abrir su alma blanca al sentimiento amoroso y que nos trasmite por mediación de su voz, potente, familiar, comprensiva y paternal; que indica valentía para desnudarse en público frente a sus versos de la verdad, que atrajo hacia sí desde el onírico mundo residente más allá de las estrellas, donde se dice que existe el vacío padre y gran contenedor de la creación, y también el vacío madre y contenedora de la gran poesía magmática, donde también se halla la tierra potencial que A. Machado cantó en sus Campos de Soria y en sus Campos de Castilla.

Realidad y utopía emergen juntas, hermanadas; a través de los sueños, ensueños y ensoñaciones donde el poeta inscribe al hombre del futuro, que ha de evo­lucionar para seguir transformándose en otro hombre más sabio, menos egoísta, más humano. Porque el ensueño, ensoñación, sueño, condicionan el deseo del poeta que ha abierto las puertas de su espíritu, su gran yo, para hallar en él la palabra de la su­gestión, de la autenticidad, anulando en la medida de lo posible la capacidad mental del hombre, harto limitada en su temporalidad y sus parcos conocimientos igualmente temporales. Ensoñación, sueños, ensueños, abren un poro en el asfixiante corsé con el que los hombres aprisionan su alma, y, hete ahí, esa es la cuestión, el minúsculo soplo de aire machadiano penetra en el interior liberan­do al ser de la angustia vital.

Para terminar el capítulo del amor en A. Machado, os presento uno de los poemas más hermosos escritos por el poeta y en el que aparecen las referencias a su tierra andaluza y en paralelo a la soriana. La suprema delicadeza con la que trata a unas y a otras nos da una idea clara de la capacidad amatoria que siente hacia la tierra en general, personificándolas en sus dos tierras, la de nacimiento y la de adopción.


Pasarela sobre el Duero y El Monte de las Ánimas.
Recuerdos

  ¡Oh, Soria, cuando miro los frescos naranjales
cargados de perfume, y el campo enverdecido,
abiertos los jazmines, maduros los trigales,
azules las montañas y el olivar florido;
Guadalquivir corriendo al mar entre vergeles;
….
  ¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras golondrinas
que vaís al joven Duero, rebaños de merinas,
por las cañadas ondas y el sol de los caminos;
hayedos y pinares que cruza el ágil ciervo,
montañas, serrijones, lomazas, parameras,
en donde reina el águila, por donde busca el cuervo
su infecto expoliario, menudas sementeras
cual sayos cenicientoa, casetas y majadas
desnudas rocas, arroyos y hontanares
donde a la tarde beben las yuntas fatigadas,
dispersos huertecillos, humildes abejares!...
  Adiós tierras de Soria; adiós al alto llano
cercado de colinas y crestas militares,
alcores y roquedas del yermo castellano,
fantasmas de robles y sombras de encinares!
  En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
Tierra del alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva.

Antonio Machado. “En el tren”, 1913.



Soria y el Duero. Al fondo el inicio del Monte de las Ánimas.

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