La espiritualidad en A. Machado VI (el amor-2)
Antonio Machado es un lujo de la poética, el mismo
que Bécquer, dos poetas del sentimiento y del amor. En la poesía del paisaje machadiana
el hombre invisible recorre los caminos invisibles asentados sobre la tierra;
porque es desde el alma del poeta donde brota la tierra con sus senderos y
caminos, su tierra espiritual, en consecuencia no necesita caminos marcados, ni
tan siquiera precisa de los hombres que los tracen, porque se soportan en sí
mismos. También podríamos decir que se trata de hombres invisible que faenan en
los campos invisibles de una tierra universal, invisible, que anida en el mundo
onírico del poeta y que él tuvo la delicadeza de llamarle Soria o Castilla. El
aspecto telúrico de la tierra soriana, en torno al Duero y a principios de
siglo veinte, asemejaba más al caos del gran origen, en el que suponemos que la
vida potencial permanecía escondida dispuesta a emerger allá en el tiempo
futuro, que a una tierra trabajada y cultivada por los hombres en armonía con
la naturaleza.
Es
indudable que el poeta se enamoró de Soria, expresó su profundo amor bien sea
por mediación del amor hacia Leonor, lo cual no creo, pues, con el paso del
tiempo, se hubiera olvidado de sus amores sorianos, y sabemos que eso no
sucedió; o bien por la sublime capacidad del poeta en el tema amoroso,
enamorarse porque sí, sin necesidad de ninguna “excusa” para sentir el amor;
ello me lleva a pensar en la validez del sentimiento amoroso, universalista, de
Antonio Machado. Y queda confirmado en el siguiente escrito aparecido en forma
de entrevista en la prensa parisina. Sic.: “Soy hombre extraordinariamente
sensible al lugar en que vivo. La geografía, las tradiciones, los hombres de
las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en
mi espíritu. Allá, en 1907, fui destinado como catedrático a Soria. Soria es
un lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tanto papel
juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli, se
produce el monumento literario del Poema del Cid. Por si fuera poco, guardo de
allí recuerdo de mi breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y
que la muerte me arrebató al poco tiempo. Viví y sentí aquel
ambiente con intensidad…”
Si las
declaraciones del poeta no fueran amor, nos veríamos obligados a pensar que el
amor no existe, al menos éste es mi pensamiento. ¿Cómo soluciona A. Machado la
ambivalencia del amor espiritual frente al acoso del agresivo sistema social?,
la respuesta es simple, utiliza las mismas palabras “mágicas” que para
solucionar el conflicto tiempo existencial tiempo eterno, es decir aparecen la
ensoñación, sueños, ensueño. Que maneja el poeta para abrir su alma blanca al
sentimiento amoroso y que nos trasmite por mediación de su voz, potente,
familiar, comprensiva y paternal; que indica valentía para desnudarse en
público frente a sus versos de la verdad, que atrajo hacia sí desde el onírico
mundo residente más allá de las estrellas, donde se dice que existe el vacío
padre y gran contenedor de la creación, y también el vacío madre y contenedora
de la gran poesía magmática, donde también se halla la tierra potencial que A.
Machado cantó en sus Campos de Soria y en sus Campos de Castilla.
Realidad
y utopía emergen juntas, hermanadas; a través de los sueños, ensueños y ensoñaciones
donde el poeta inscribe al hombre del futuro, que ha de evolucionar para
seguir transformándose en otro hombre más sabio, menos egoísta, más humano.
Porque el ensueño, ensoñación, sueño, condicionan el deseo del poeta que ha
abierto las puertas de su espíritu, su gran yo, para hallar en él la palabra de
la sugestión, de la autenticidad, anulando en la medida de lo posible la
capacidad mental del hombre, harto limitada en su temporalidad y sus parcos
conocimientos igualmente temporales. Ensoñación, sueños, ensueños, abren un
poro en el asfixiante corsé con el que los hombres aprisionan su alma, y, hete
ahí, esa es la cuestión, el minúsculo soplo de aire machadiano penetra en el
interior liberando al ser de la angustia vital.
Para terminar el capítulo del amor en A. Machado, os presento uno de
los poemas más hermosos escritos por el poeta y en el que aparecen las
referencias a su tierra andaluza y en paralelo a la soriana. La suprema
delicadeza con la que trata a unas y a otras nos da una idea clara de la
capacidad amatoria que siente hacia la tierra en general, personificándolas en
sus dos tierras, la de nacimiento y la de adopción.
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| Pasarela sobre el Duero y El Monte de las Ánimas. |
Recuerdos
¡Oh, Soria, cuando miro los frescos
naranjales
cargados de
perfume, y el campo enverdecido,
abiertos los
jazmines, maduros los trigales,
azules las
montañas y el olivar florido;
Guadalquivir
corriendo al mar entre vergeles;
….
¡Oh, en el azul, vosotras, viajeras
golondrinas
que vaís al
joven Duero, rebaños de merinas,
por las
cañadas ondas y el sol de los caminos;
hayedos y
pinares que cruza el ágil ciervo,
montañas,
serrijones, lomazas, parameras,
en donde
reina el águila, por donde busca el cuervo
su infecto expoliario,
menudas sementeras
cual sayos
cenicientoa, casetas y majadas
desnudas
rocas, arroyos y hontanares
donde a la
tarde beben las yuntas fatigadas,
dispersos
huertecillos, humildes abejares!...
Adiós tierras de Soria; adiós al alto llano
cercado de
colinas y crestas militares,
alcores y
roquedas del yermo castellano,
fantasmas de
robles y sombras de encinares!
En la desesperanza y en
la melancolía
de tu recuerdo, Soria, mi corazón se abreva.
Tierra del alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva.
Antonio Machado. “En el tren”, 1913.
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| Soria y el Duero. Al fondo el inicio del Monte de las Ánimas. |



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