sábado, 16 de marzo de 2013

SEVILLA, (poemas)


Nota: A consecuencia de mi último viaje a la dichosa ciudad de Sevilla, población que me enamora, decidí escribir un poemario dedicado a ella. Yo como persona soy riojano, aunque nacido en Soria mi idiosincrasia, mi comportamiento y mi forma de ver la vida son netamente riojanos; sin embargo, mi ser poeta está fuertemente arraigado a las tierras del Alto Duero, a su prodigiosa luz; en consecuencia me siento deudor de los dos grandes poetas sevillanos, Bécquer y A. Machado, que se llegaron hasta el páramo soriano para cantar a sus gentes. Intento aminorar la deuda, guardando las distancias, claro, ellos lo hicieron magistralmente y yo lo hago con la mejor de mis intenciones.

Del poemario "Sevilla" tengo escrita la primera parte, un total de diez pomas con una extensión de unos quinientos versos. El resto se escribirá cuando se escriba porque en poesía jamás debe haber tensión y menos que se den las prisas. Agradecido a la vida, a mis amigos. Anselmo.




SEVILLA (poemas)



A Pilar Alcalá García 

Sevilla

Como gaviotas en el cielo
volando a los vientos del mar,
las nubes se enseñorean
de los tejados de la ciudad
y lloran su desconsuelo
mojando las calles y los parques,
insistentemente, sin interrupción.
¡La Sevilla del sol hoy es de nubes!,
cosas de la vida, la climatología es
como es y yo llego calado al hotel;
contradicciones de la naturaleza,
que se empecina en hacer lo que
le viene en gana, son sus leyes;
por fortuna los hombres apenas
podemos alterarlas, de lo contrario
ya la habríamos destruido.

En el salón se rumorea en leyendas
de Gustavo Adolfo Bécquer,
también en sus poemas, en palabras
del poeta afortunado nacido en esta
ciudad, calle Conde de Barajas 28.
Solo conozco a tres personas,
nada más que a tres personas;
ahora soy forastero en la ciudad
que un día me vio nacer, dos veces
consecutivas, de ello hace años,
décadas, incluso centurias.

Sevilla y su duende me aturden
con sus miles de sensaciones.
Llegan desde dentro, desde mis adentros;
los ojos me llevan, las fachadas me atraen,
las calles y plazuelas trazan su laberinto,
y una vez más me pierdo y no sé en dónde
me encuentro. Sí, Sevilla sí, pero nada más;
sí, Sevilla sí, y mi alma navega en un tiempo
pasado que me invita a fortalecer mi identidad,
la que en tiempo pretérito fue, ¡no la de ahora, no!,
la actual ya me la conozco de carrerilla.

Como gaviotas en el cielo
volando a los vientos de la mar,
las nubes se enseñorean
de los tejados de la ciudad
y lloran su desconsuelo.
¿Qué le vamos hacer?, me digo,
Al tiempo que fumo un cigarrillo
a las puertas del hotel, dejando
transcurrir las horas para que sequen mis ropas.




A José Luis González


El Poeta piensa en las aguas sobre el Puente de Triana

Aquí están, bajo mis pies,
pasan en silencio, pausadas;
millones, trillones de gotas
se han unido para conformar
el Guadalquivir, río emblemático
donde los haya por aquello
de la historia antigua, Betis o
Tharsis, y también de la moderna,
desde los árabes mantiene
el mismo nombre, “El Río grande”,
y permanece abrazando la ciudad.

Y las aguas bajan buscando la mar,
en la desembocadura,
para confundirse con las infinitud
de sus hermanas en medio 
de su ilimitada existencia,
eternamente siendo agua;
agua, agua para regar la creación
que permite manifestarse a la vida
y transforma el erial, porque el desierto
dejó de serlo el día que ellas acudieron
montadas sobre el águila gris.

Sinuosamente, como serpiente
reptando a lo largo del cauce,
descienden en silencio, calladas,
no vayan a despertar a los habitantes
de la ciudad en su sueño nocturno.
Por sí mismas saben que deben callar,
porque preñar la tierra es su trabajo,
luego fundirse en el vientre materno
y universal de la existencia, para emerger,
sorpresivamente, en un nuevo nacedero
o un pozo artesanal por el hombre excavado.

Viene de lejos, llegarán al mar
y de nuevo volarán a lejos.
Trashumante como los hombres;
poca química necesitan, H₂O.
Hoy por ti, mañana mí,
parecen decirse en voz baja,
mientras continúan su camino
acompasado meandro tras
meandro, expandiéndose
en la amplitud, o replegándose
en las encrucijadas impuestas
por los oteros que delimitan
su camino hacia la liberación.





A Luigi Maráez

La Carbonería

¿Cómo se puede escribir poesía
obviando la anécdota, el tópico,
el canto político e ideológico,
teniendo en cuenta que, por sí
mismos, son los grandes enemigos
de la poesía; para cantar, ello es
evidente, a un espacio tan rotundo
y mágico, culturalmente hablando,
como de hecho es La Carbonería?
Sólo se me ocurriría hacerlo con cierta
dignidad si yo incluyera textos de quienes,
a lo largo de las décadas que ha permanecido
abierta al público, pasaron por ella
dejando su impronta, su saber hacer,
sus apasionamientos vitales,
sus mensajes de optimismo,
su creencia en un mundo mejor,
en definitiva, utilizaron su capacidad
de embelesar para hacer soñar al público.

Aunque tampoco estaría siendo genuino,
lujo que no puedo ni debo permitirme,
aun cuando yo sea admirador de gentes
que pasaron por su estrado, o bien
cantando flamenco, “potro de rabia y miel”  
me hincha el llanto y me emociona,
o pensándose sus poemas que dejaban
caer como lágrimas de moscatel de pasas,
o cubriendo las paredes con lienzos
de pinturas trazadas con la fuerza del toro,
la noche anterior al día de su muerte
en la plaza emblemática de La Maestranza.
Es complicada lo poesía cuando se trata
de ser genuino, porque tampoco sirve el rito
en poesía, simplemente es una anécdota más,
disfrazada de pretendida verdad demagógica.
No sé, creo que voy a dejarlo tal cual, el resto
que lo añadan los historiadores de la ciudad.

Yo la conocí en el año 1982, terrible año
de sequía, recuerdo. Ella y yo llegamos de la zona
de Badajoz con la sonrisa en la boca y la felicidad
en el corazón; navegábamos a lomos de nuestro
coche utilitario, suficiente para dos que dormían
en cama de cero noventa y todavía les sobraba
espacio. Fascinación, deslumbramiento, embeleso,
y finalmente ceguera total; con la primera impresión
tenía bastante, el resto quedarme ciego y dejarme
llevar por el momento de la plenitud. Recuerdo
que me aferré a su mano y la dije: llévame por favor.
Se rió de mí, me conocía y se rió de mí, con amor,
y me acercó a sentarnos a una bancada corrida.
Yo sabía que también ella estaba emocionada, con amor.


Retrato de Valeriano Bécquer


No hay comentarios:

Publicar un comentario