martes, 12 de marzo de 2013

LA ESPIRITUALIDAD EN ANTONIO MACHADO I



Nota.- Por fin he encontrado el tiempo para abordar el deseado tema de la espiritualidad en el autor de Campos de Castilla. Una serie de imponderables, trabajos pendientes y otros que se me han colado de rondón han ido retrasando los trabajos de preparación, pero al final, aunque tarde, la dicha es la dicha. ESPERO QUE DISFRUTÉIS LEYENDO.  


Antonio Machado


La espiritualidad en A. Machado I


Tan sólo cuatro años y siete meses habrían de  pasar desde la muerte de Gustavo A. Bécquer (22/12/70), para que el gran poeta A. Machado (22/7/75) viera la luz por primera vez en su vida y en la misma ciudad que el anterior, Sevilla. Apenas ocho minutos de caminar, callejeando por el intrincado urbanismo sevillano, son suficientes para recorrer la distancia que separa ambas casa natales, el Palacio de las Dueñas sito en la calle del mismo nombre y el número 28 de la calle Conde de Barajas. Demasiada proximidad en el tiempo y en la distancia como para que el dato pase desapercibido, y, desde luego, nunca deberíamos considerarlo una anécdota, antes bien es el principio de la concatenación de una serie de hechos que harán de la vida de A. Machado un sucederse continuo “persiguiendo” a su antecesor; empujado en su peregrinación por el duende becqueriano, el poeta de Campos de Castilla perseguirá y refrendará la obra de su antecesor, emulando, en gran medida, numerosos hechos de la vida de G. A. Bécquer.

No es ningún secreto que las vidas de ambos poetas supusieron un paralelismo que a nosotros, desde la distancia impuesta por el tiempo, se nos antoja estremecedor; lo que es innegable es que A. Machado supo llevarlo con la máxima dignidad humana, reconociendo la valía de Bécquer, “Príncipe de la Poesía” y aportando su obra renovadora pero respetando la becqueriana. Por lo expresado no sería descabellado pensar que la presencia de A. Machado en esta vida se desarrolló en gran medida ajustándose a la sombra de G. A. Bécquer: en un principio debido al nacimiento en la misma ciudad, Sevilla, más tarde por su coincidencia en Madrid aunque fluctúan ciertas diferencias por todos conocidas, y, posteriormente, en la ciudad de Soria, presencia en la que también intervienen diferenciaciones notables, pues Machado acudió a esta última ciudad no ya de turismo becqueriano, sino por motivos netamente crematísticos.

La teoría del anti azar, explico este término para evitar suspicacias en la medida de lo posible, nos dice que nada existe por sí mismo, que todo tiene su correlación y que la relación causa efecto sigue vigente aun cuando los hombres no sepamos analizar su comportamiento. Simplemente se trata de uno más de los millones de conceptos que los seres humanos todavía somos incapaces de discernir en teorías convincentes y aceptables por la razón humana.

Tendríamos que recurrir al consabido concepto de la reencarnación humana, diametralmente enfrentado a la razón religiosa, para insistir, una vez más, en el peculiar camino del hombre hacia la gran espiritualidad; tema que ha sido expresado sobradamente en todas las culturas, en especial en el Tao, y también por A. Machado en su peculiar y personal concepto del hacer del hombre sobre la tierra: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Queramos que no, de nuevo permanecemos enfrentados al dogmatismo integrista religioso, católico, en nuestra personal espiritualidad del hombre manifestándose en libertad ante sus dioses; ellos, los sacerdotes, aseguran que los hombre y mujeres no somos nada frente a su dios todopoderoso, y ellos, los sacerdotes, en el nombre de su dios nos someten en la indigencia del ser enfermo de libertades y llenos de pecados, comenzando desde el principio, es decir, que gracias a la nadería de Adán y Eva nacemos hijos malditos, que sólo podemos ser redimidos por su enfermizo rito del bautismo. Ante su absolutismo ideológico, falsa teología, nosotros oponemos la grandeza del grandioso espíritu del hombre, de su maravillosa y envolvente espiritualidad creadora, capaces de espiritualizar el arte en nombre de los hombres y regalarlo a los hombres como parte integrante del sublime lenguaje del arte. El arte del espíritu o del alma, como queráis, creado para satisfacer las necesidades espirituales de los demás hombres, para la regeneración de sus espíritus y también para las generaciones que vendrán posteriormente, persiguiéndose, ávidas de conocimiento y de sensaciones placenteras que les permitirá proseguir su periplo evolutivo: de la materia a la gran espiritualidad de la divinidad.

Retornando a nuestros dos poetas cabe insistir en la “persecución” en la que se transforma la vida de A. Machado con relación a la vida de G. A. Bécquer; con independencia de su paso por la ciudad de Madrid, causalidad en la que apenas entraremos porque para este trabajo se nos antoja irrelevante, cabe destacar el resto de coincidencias que van pergeñando la vida de ambos: la presencia de los dos poetas en Soria que les permite descubrir la increíble luminosidad de los cielos de la alta meseta, incluidos sus prolongados atardeceres plenos de matices y de color, que se identifican a la perfección con deslumbrante luminosidad de los cielos sevillanos. El hecho de que ambos emparentaran con mujeres sorianas, con resultados catastróficos para los dos; tierra de la hubieron de salir huyendo por razones diferentes, pero notablemente influenciadas por la incomprensión e ignorancia poética de sus habitantes. La coincidencia de lugares poéticos comunes, el curso del río Duero a su paso por la ciudad, la Sierra de Santana, El monte de las Ánimas, Almenar casa cuna de Leonor Izquierdo y del soñador Fernando de Argensola, y, finalmente, El Moncayo, Monte Blanco en lengua celtíbera, cantado por G. A. Bécquer y discretamente referenciado por A. Machado desde la distancia, preservando el respeto debido a la poética becqueriana. 


Gustavo Adolfo Bécquer



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