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Introspección y Éxtasis
Contemplativo VIII
La introspección nunca jamás se
ejerce voluntariamente, por más que se insista el momento creativo surge por sí
mismo, desde el interior del ser; cuando entendemos que somos capaces de
provocarla no hacemos sino anularla y suplantarla en nombre de nuestra
capacidad de raciocinio, de ahí que de cuando en cuando surjan obras mutiladas de
las que nadie estamos exentos, pues, a veces, confundimos la capacidad de
evocación con la predisposición mental de cara a la realización de alguna de nuestras
obras artísticas. Cuando eso sucede, lo mejor que se puede hacer, lo que en
realidad vale, es destruirla sin contemplaciones; admitir que hemos cometido un
error y que el trabajo realizado sólo ha sido un ejercicio precedido de una
mala pasada urdida por nuestra mente. Peor sería intentar arreglarla, redefinirla
porque el resultado seguiría siendo de obra artística mutilada, y una
mutilación nunca puede ser arte. Yo os confieso que he tenido que destruir
poemas y escritos míos, en especial cuando inicié el camino de poeta; pero no
me importaba, me molestaba sobremanera, no obstante en mi fuero interno
entendía que era preciso aprender a romper porque detrás se encontraba la meta
del saber construir.
Dicho lo cual, entiendo que
difícilmente puedo asumir conceptos tales como son la simple inspiración, la
influencia benefactora de las musas y demás martingalas por el estilo; son
expresiones que pueden tener una explicación cuando se niega la capacidad de
comunicación del espíritu humano (supra ego) con la mente, y además se renuncia
a la capacidad innata del espíritu en los momentos de influenciarnos en nuestros
procesos creativos, mediatizándolos y dotándolos de sustancia y ritmo. La
introspección sólo se explica cuando se acepta la naturaleza humana de la
dualidad y también nuestra capacidad de desdoblamiento que viene impuesta por
la acción del “yin yang”, acción y efecto de los extremos o complementarios, y
que nos dota de la movilidad y el ritmo cosmogónico del que somos parte
integrante. Tampoco puedo admitir que la capacidad de introspección tenga
relación alguna con la llamada actitud contemplativa mística, puesto que la
mística como tal se deriva de la palabra misterio, “que no alcanza la razón humana”, asociándolo con la divinidad
absoluta, y, en el trabajo en que estamos, hemos admitido el antagonismo existente
entre el absoluto y el maravilloso relativismo cosmogónico, tema en el que
desde luego no volvemos a entrar.
Si el espíritu humano es
atemporal, hipótesis que fue admitida cuando nos expresábamos en torno al
origen primigenio del vacío cosmogónico y gran generador de la creación, presuponemos que tiene capacidad
para adelantarse en el tiempo y en consecuencia prever acontecimientos futuros.
Aquí nos encontramos con los llamados visionarios, personas capaces de realizar
su trabajo adelantándose al tiempo social y cultural de su época, venciendo a
la utopía e imponiendo un pensamiento nuevo, una forma de crear y ver el arte
nuevas, mediatizando, gracias a su trabajo y tesón, los gustos de una época para
lanzar a la humanidad por el camino de la evolución. G. A. Bécquer lo fue,
convirtiendo, gracias a su insistencia, los Arcos de San Juan de Duero, Soria,
en un museo al aire libre, que es lo que hoy en día son; también lo fue A.
Machado, el genial poeta de “Campos de Castilla”, pues convirtió la tierra de la
alta paramera del Duero en su tierra espiritual, futura (en la que yo nací, a tan sólo diez kilómetros
de Soria y quince de Almenar, equidistante): tierra desértica, telúrica, despoblada,
en la que se podría caminar todo el día sin ver a nadie; llenándola, gracias a
sus poemas, de humanismo, de seres humanos invisibles pero que allí estaban, encorvados
sobre la tierra, trabajando para ganar el sustento. Y yo también lo soy, con
mis renuncias, mis limitaciones, mi comportamiento, mi trabajo, proyectando mi
vista hacia adelante palpo el futuro de la humanidad y hacia ese futuro dedico
mi esfuerzo y mis ganas de escribir, previa renuncia a los aplausos fáciles y a
otras muchas que no conviene enumerar. Los visionarios son los que son, justos
los necesarios en cada generación.
La capacidad de introspección que
les es dada, por evolución, a los creadores, se transforma en el éxtasis
contemplativo cuando esos mismos creadores se convierten en espectadores del
arte. Pero no conviene confundir, son miles de millones los estadios de la
evolución humana y en buena lógica son miles de millones las personas dotadas
para adentrarse en el trance del éxtasis ante la belleza de una obra de arte,
simplemente es imprescindible un mínimo de sensibilidad, escala alta, y una
educación en consonancia con las sensaciones que el gran arte aporta a los
espectadores. Serán las sensaciones percibidas ante la representación de la
obra de arte, ante las que el espectador se desdoblará permitiendo que su
espíritu penetre a fondo en el mundo representado que le llevará al éxtasis
contemplativo, gracias al cual habrá perdido la sensación del tiempo
existencial, para adentrase en el luminoso camino de la atemporalidad
contemplativa. En líneas generales digamos que el proceso contemplativo en el
ser humano es el mismo que en la creación de la obra de arte, sin embargo nadie
habla de musas ni de momentos místicos. El fenómeno está generalizado y sabemos
que funciona, luego algo hay que obstruye la visión de los seres humanos cuando
hablamos de la espiritualidad del hombre o de la mujer, pero ese tema no es
convergente con nuestro trabajo y si lo fuera lo obviamos.
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