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| ... la zona del Moncayo como en general la tierra de Soria han permanecido |
LA ESPIRITUALIDAD
EN G. A. BÉCQUER VIII
Porque el agua, que es el principio vital sin cuya existencia no es
posible la continuidad de la vida, en sí misma representa el origen espiritual,
el génesis, a través de la archisabida imagen “las fuentes de la vida”,
conocida por todos nosotros y las culturas que nos precedieron; también
representa el final de la existencia, sirviendo de puente entre esta vida
conocida y la que, suponemos, se manifiesta en la siguiente dimensión, al otro
lado de la muerte. A este respecto recordemos la existencia de “las dos orillas
de la mar”, “el barquero Caronte” en la mitología griega, y cuya imagen Bécquer
asocia, en su Rayo de Luna, con la barca en la que su amada pasa a la otra
orilla del río Duero, abortando todas las posibilidades en Manrique de
materializar su amor y que será la causa final de su “muerte” bajo la forma de
la locura.
En su leyenda de “Los Ojos Verdes”, G. A. Bécquer insiste en los
conceptos que aquí apuntamos, llevando al protagonista poco a poco a su
precipitado final haciéndole sucumbir en las aguas del amor, por el sólo hecho
de escuchar las palabras de amor en boca de su amada y que él con tanto anhelo
perseguía; es decir, el autor utiliza las aguas como medio de llevar a la
felicidad total a Fernando de Argensola, que vive prendado de amores y en
nombre del amor no duda en seguir al ser objeto de su veneración. Es verdad que
en la leyenda no existe barca, pero el resultado final se reduce al paso
obligado de las dos orillas, la existencial y la del otro lado de la muerte,
como requisito imprescindible para llegar al goce del amor en plenitud. Y de
nuevo nos encontramos ante la imposibilidad de la felicidad total y permanente
en esta vida existencial, por más que lo intentemos y nos empecinemos en llegar
a ella, si no es pagando el alto precio de la muerte; pero claro está, que
entonces ya no estamos aquí.
La asociación del amor y la muerte se manifiesta
tácitamente en la leyenda que nos ocupa, se inicia con el penoso proceso de la
persecución, el acoso y la posterior muerte de la presa. “Cuando el más ágil de los lebreles llegó a las carrascas, jadeante y
cubiertas las fauces de espuma, ya el ciervo, rápido como una saeta, las había
salvado de un solo brinco, perdiéndose entre los matorrales de una trocha que
conducía a la fuente”, que se confirma en la segunda parte de la leyenda: …“-Desde
el día en que, a pesar de sus funestas predicciones, llegué a la fuente de los
álamos, y, atravesando sus aguas, recobré el ciervo que vuestra superstición hubiera dejado huir, se llenó mi alma del
deseo de soledad”. El relato discurre de tal forma que la muerte es el sujeto
invisible que permanece constante a lo largo de la acción, para desembocar en
el acto supremo de amor protagonizado por Fernando de Argensola y que termina
en el pasaje de su óbito, precisamente en las aguas de la regeneración amorosa.
En el caso que nos ocupa materializadas en las del río Arabiana, río
emblemático de la poesía castellana puesto que también aparece en los Siete Infantes
de Lara, y, en sus orillas, es conocida la escaramuza que el Marqués de
Santillana sostuvo contra las tropas navarras que habían invadido el
territorio.
La temática del escrito, al igual que en “El Rayo de
Luna”, está inspirada en la cultura matriarcal y de tradición oral de origen
celtíbera, que aun a pesar de los siglos transcurridos desde la imposición y el
dominio del cristianismo y su cultura patriarcal, pervivía en los habitantes de
la provincia de Soria y del entorno del Moncayo. Espiritualmente hablando, en
la cultura matriarcal, las fuentes de la revelación siempre llegan por
mediación de la mujer, que abre los arcanos y muestra a los hombres el camino
de la sabiduría, el amor y la plenitud del ser; a este grupo pertenecen las eneidas,
sílfides, ondinas, sirenas, etc. y que tan abundantemente están representadas
en la mitología y en la tradición de la cultura oral. La mujer es la diosa del
conocimiento y del amor que muestran a los hombres el camino de la evolución
espiritual del ser. El cristianismo fue contaminando estas enseñanzas y su
simbología, absorbiéndolas en su beneficio, transformando los espacios de culto
celtíbero, relacionados con las aguas, en lugares de culto católico
asociándolos con sus vírgenes y construyendo ermitas en los lugares más
insospechados y que únicamente perseguía acabar con los lugares “sagrados” y de
peregrinación de la cultura matriarcal.
Pero el estigma de la espiritualidad matriarcal pervivió, a pesar de
las imposiciones e intransigencia católicas, en la memoria colectiva de los
pueblos celtíberos. La transmisión de la cultura en forma de leyenda de
tradición oral, unidos a otros elementos ajenos a la cultura, hicieron posible
la supervivencia. Pensemos que tanto la zona del Moncayo como en general la
tierra de Soria han permanecido aisladas a lo largo de los siglos, a ello ha
contribuido la difícil accesibilidad y la escasez de recursos económicos; en
consecuencia la cultura matriarcal ha seguido viva en el recuerdo de sus gentes
y coexistiendo con la patriarcal católica, sin que, al parecer, se hayan dado
grandes sobresaltos. Bécquer, el “curioso” de G. A. Bécquer, se limitó a ir
escarbando en esa memoria colectiva, y rastreando, por un lado y por el otro,
fue generando el puzle de las leyendas sorianas en particular y de todas sus
leyendas en general, dotándolas de su prodigioso verbo literario. Pero que
nadie piense que se trata de un trabajo fácil, porque de un modo u otro
requiere un proceso de investigación, del conocimiento necesario de las condiciones
socio económicas, culturales y geográficas de la zona. Pero éste es otro tema en
el que, por ahora, no he pensado entrar en este trabajo.
| ... llegué a la fuente de los Álamos, |

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