| algo así como agua corriendo cauce abajo |
EL ACHICHUELO (dos)
Después de otra parada no programada en el bar de Villoslada para
tomarse un par de cervezas, comprar el pan en la tienda y darse un
paseo por las intrincadas calles de la población, emprenden el tramo final que les
lleva hasta el paraje de El Achichuelo. En la pequeña pradera ubicada entre
montes y bordeada por el río Iregua colocan las tiendas, guardando cierta
distancia por aquello de los quejidos nocturnos y preservar en la medida de lo
posible la intimidad de algunas conversaciones, si bien esos detalles a ninguno
le preocupa en exceso.
Luego de la organización desorganizada de las pertenencias personales
de cada quien, de amontonar los víveres en el “economato” del grupo, de
disponer a medias ni se sabe cuántas cosas más, deciden que lo urgente es
hacerse con leña suficiente para cocinar y, por supuesto, para la fogata
nocturna. Tomada la decisión los cuatro se internan en la zona del bosque,
achillo en mano, a la búsqueda del preciado tesoro. Javi es el experto, se ha
pasado media vida en el campo, primero con sus padres y cuando tuvo la edad
suficiente con el grupo de amigos de la escuela; él es el proveedor de la
herramienta, el capataz y el técnico en la corta de leña, también será el
encargado de hacer lumbre y alimentar la hoguera con fuego suficiente para
mantenerlo vivo durante la velada nocturna o mientras se cocina.
Después de comer la suerte está echada, Pablo friega puesto que las
dos mujeres han cocinado y Javi ha sudado la camisa cortando la leña y
amontonándola en condiciones, además ha tenido que prender el fuego y enseñar a
los demás a alimentarlo poco a poco para hacer la comida. Yoli y su compañero
duermen la siesta en el interior de su tienda, al menos es la excusa, porque
los jadeos exagerados de la muchacha dicen de otros quehaceres. María se
incomoda y se larga a la orilla del río para hacerle compañía a Pablo y de paso
ayudarle en la medida de lo posible; a la muchacha le han excitado las
exclamaciones de su amiga y quiere acostarse con su compañero lo antes posible.
La pobre siente envidia y también quiere jadear, cuanto más mejor y si supera a
su amiga mejor que mejor. ¡Puñetera envidia!
Sea como fuere el caso es que hasta las ocho de la tarde no asoma la
cabeza fuera de las tiendas ni dios. Los cuatro permanecen devotamente
recluidos adorando a su divinidades, ya sea Eros o bien se trate de Afrodita,
elección predeterminada en función del sexo de cada cual; será la constante que
les ocupará casi todo el puente, el resto del tiempo lo dedicarán a los
pequeños quehaceres, a realizar alguna excursión y a las correspondientes
incursiones el bar del pueblo. Y de nuevo nos encontramos con el principio y el
fin, sexo y bar, Eros y Baco; porque todo lo demás son accesorios perfectamente
prescindibles o al menos demorables para los cuatro viajares.
-¡Vamos a la taberna del pueblo! –Exclama Javi con las llaves del
seiscientos en la mano. -¡Venga sí, vayámonos!, ¿haber qué coño vamos hacer aquí
toda la tarde y la noche?, –responde María, que ha entrado en la tienda y sale
con un jersey colocándoselo en los hombros. – Coged ropa de abrigo, que en la
sierra enseguida hace frío, – advierte a los colegas. –Sí, sí, qué luego me
hielo, –contesta Yoli, metiéndose en su tienda. –No lo encuentro, dónde coño lo
habré puesto, –Se le oye hablar consigo misma desde fuera, -¡Javi!, ¿dónde está
mi chaqueta de punto?, -pregunta a gritos. –Estará debajo de mi ropa, recuerda que la hemos
amontonado para la siesta. –Ah, sí, aquí aparece; ¿quiere tú jersey? – Sácale por si las moscas, si tengo frío me lo pondré.
Tres minutos más tarde el coche da la espalda a la bucólica estampa de
El Achichuelo y rueda en dirección a la tasca, no ya al pueblo sino a la
cantina porque es a lo único que tienen intención de prestarle atención; al
menos, de antemano, es su intención preferente. Allí, al amor del fuego de la
chimenea, dejarán dilatar las horas entre chismorreos, unas cuantas risotadas,
algún encontronazo tonto, cigarrillos y cervezas cuyos envases se irán
amontonando con el paso del tiempo sobre la mesa…
-Javi, estás borracho, no conduzcas tan deprisa que nos la pegamos,
-advierte María. –Voy despacio, además soy muy buen conductor, de los mejores.
–Me da igual, estamos borrachos los cuatro y no quiero que corras. ¡Tío, qué no
tenemos prisa! –Tercia Yoli, haciendo causa común con su amiga. –Pablo, ¿tú
crees que esto es correr?, –pregunta Javi a su amigo buscando apoyos. –Te lo
están diciendo ellas, ¡pues claro que es correr!, ¿estás tonto o qué?; la
carretera está hecha una mierda, llena de baches, vas a destrozar los
amortiguadores. -¡Joder!, parece que estáis todos contra mí. -Aun protestando
contra los colegas el muchacho baja el pistón, parece ser que lo de los amortiguadores
le ha llegado hondo y el resto del trayecto discurre con normalidad.
-¿Qué hacemos de cena?, -comenta Pablo nada más bajar del coche.
–Huevos fritos con beicon. Plato sencillo de hacer; para qué vamos a
complicarnos cocinando. –responde Yoli, siendo apoyada por María. –Podíamos
hacer una tortilla de patata, -replica Javi. –Nosotras no pelamos patatas a
estas horas, - responden las dos muchachas a dúo. -¡Venga Pablo, vamos a hacer
el fuego!, que estas dos me vuelven loco; pero que sea grande, así nos dura toda
la noche. –Entonces no podremos cocinar, primero lo hacemos pequeño y luego ya
le meteremos caña. -¡Leches!, no acierto una. -¡Estás colocado! –Le reprenden los tres a la misma voz.
En el momento que sale el último par de huevos de la sartén, Javi se
desmadre echando leña; lo suyo es el fuego grande, cegador y visionario, quiere
competir con la luna aunque sabe que desde el satélite nadie podría ver su
fogata. Su imaginación es desbordante y lo suyo es la luz, cuanta más haya
mejor, la oscuridad le enerva y en el campo le entusiasma contemplar el brillo
de las estrellas a la noche. A su modo es un poeta del pueblo, un tanto
borracho, otro poco ido, con toques de humor en algunas ocasiones en demasía
personales, rozando lo grotesco, pero cae bien al personal.
Al amor del fuego dan cuenta de la cena, bien regada con abundante
cerveza, que adornan con algunas frutas para finalizar. A lo largo de las horas
se contarán chascarrillos, cantarán cuantas canciones les vengan en gana, se
desmadrarán y quién sabe, incluso, terminarán haciendo alguna sesión de
estriptis en pase privado. Hoy han tenido suerte, nadie más que ellos han
acampado en El Achichuelo, en consecuencia podrán hacer lo que se les antoje o
el alcohol les permita. Lo que sí está claro es que no se van a acostar
temprano y cuando quieran darse cuenta el amanecer les andará rondando.
Noches de muchos, mañanas de nadas. Son las doce del mediodía y la
pradera permanece más desierta que La Cebollera en día de nevada. El sueño de los
cuatro es tan profundo que ni tan siquiera roncan; el canto del agua pone el
contrapunto al impenetrable silencio, sólo roto de cuando en cuando por el
maldito rugido de los aviones que surcan los cielos en su migración a los
aeropuertos del centro de Europa. Como aves huidizas, como grullas en
formación, como gansos de paso, se escucha el rum rum de las aeronaves que
dejan tras de sí la estela blanca en señal de su efímera presencia. En torno a
la marca dejada en el suelo por el fuego de la noche anterior, aparecen
diseminados los cubiertos de la cena, los numerosos cascos de cerveza,
infinidad de colillas en los platos convertidos en ceniceros provisionales, las
piedras utilizadas de asiento alrededor del círculo de cenizas y ni se sabe
cuántas cosas más.
A eso de las dos de la tarde aparece María, legaña en ojo, neceser en
mano y bikini en cuerpo; se estira cuan larga es y con paso inseguro se acerca
al río. Deja el neceser en la orilla, coge el cepillo de diente y la crema
dental y se introduce en el agua; de seguido se cepilla los dientes y cuando termina se
sumerge, da unas brazas y sale de estampida. Vuelve a la tienda chorreando agua
y cinco segundos después se escucha un grito tremebundo de Pablo. María se ha
metido en el saco de dormir completamente calada, apretándose contra su
compañero que ha recibido una impresión sobrecogedora. Otros cinco segundos más
tarde sale el hombre dando gritos y haciendo miles de aspavientos; mientras que por la
entrada de la segunda tienda asoman las caras sorprendidas de Yoli y Javi preguntándose
el porqué de los gritos. En el interior de la primera tienda se pueden escuchar
las carcajadas de María, que ni se molesta en asomarse.
Sea como fuere la broma de la puñetera María ha servido para despertar
a todo el mundo, que dicho sea de paso ya era hora. Poco después los otros
integrantes del grupo pasan por el “lavabo” y el ritual del baño; entran en el
río y cada quien hace su demostración exagerada de gesto acompañados de los
correspondientes gritos, salen despavoridos ante la impresión recibida por el
agua gélida. Es su ritual, quien no se bañe pasa por cobarde, y a sus edades
nadie quiere caminar por la vida con el estigma de la cobardía. Luego del
desayuno, suponiendo que se le pueda llamar como tal dada la hora, apuestan por
subir a la Ermita de Lomos de Orio, para ver el panorama desde las alturas,
contemplar el cielo y escudriñar el horizonte abierto sin que lo tape la
proximidad de las montañas. Percibir la sensación de grandeza de la vida para
sentirse los cuatro una parte de ella abrazados al amor. son cosas de jóvenes, vivencias de idem y experiencias que alimentarán su forma de ser en el futuro.
Continuará.
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| Ermita de Lomos de Orio |

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