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| Simplemente una vista de Lomos de Orio |
EL ACHICHUELO (y tres)
-¿Estará el santero?, –inicia
Yoli la conversación, cuando el coche se enfrenta al ascenso por el empinado
carretil. –Vive en la ermita, luego tiene que estar; él igual anda de viaje,
pero estará su mujer y los hijos. – Responde Pablo, que mantiene una buena
relación con el matrimonio. –¿Has cogido los caramelos?, -pregunta María, -a
mí se me ha olvidado. –Sí, los llevo en la mochila. -El resto de la trayecto
discurre entre los clásicos comentarios que se dan en las relaciones de amistas
y los relacionados con la belleza del abrupto entorno, la intensidad de la luz,
la serenidad del cielo completamente azul, el principio de la primavera y la
vegetación que inicia su despertar, etc.
Frente a la galería de la entrada juegan en la explanada los dos
hijos, en compañía de los perros que realizan su labor de fieles guardianes.
Gozan de la libertad de la naturaleza, del sol y del aire cálido que les tuesta
la cara, ambos mantienen una expresión serena y la mirada profunda. Algunas
personas pasean por el entorno y hay un grupo de jóvenes apostados en el pilón
de la fuente, andan bromeando con el agua. Al descender, los niños reconocen a María
y Pablo y se les acercan corriendo, los reciben con besos sabedores de que les
traerán algunas golosinas. Al poco sale la madre, su presencia es ingrávida: de
buen porte, talle enjuto y caderas escurridizas, su caminar es de levedad, casi
impalpable; amablemente los recibe con afecto y luego de las presentaciones los
cinco se sientan en la bancada del pórtico para hablar, y allí permanecen
degustando algunas cervezas que Pablo había echado en el portamaletas, mientras
los niños dan buena cuenta de los dulces. Efectivamente, el padre está de viaje
y no retornará hasta después de la semana santa, anda enciscado con unos temas
sobre etnografía en Italia.
Cuando la madre decide que para sus dos hijos es la hora de merendar,
les han dado las uvas hablando, nuestros cuatro protagonistas regresan a su
campamento. Han tenido mala suerte, en el ínterin la campa se ha llenado de basca
y se encuentran con nada menos que ocho tiendas plantadas y diseminadas por el
recinto; para más inri, han utilizado parte de la leña que tenían cortada y no
les quedará más remedio que volver al monte y recoger más para la noche. María
se enfada, Yoli hace causa común con su amiga y entre las dos les llaman la
atención; no llega la sangre al río, les piden disculpas y además les aseguran
que ellos cortarán esta tarde para todos. Así que, solucionado el incidente, se
aprestan a hacer la comida del día.
-Espaguetis con chorizo. Plato único, que es sencillo y rápido de
hacer –exclama María, preparándose para cocinar en compañía de Yoli. –Yo voy
por el agua, -responde la amiga, -tú saca la pasta y los ingredientes, y estos
dos que vayan avivando el fuego. – Yoli coge la cazuela y se marcha en dirección
a la orilla canturreando; por su parte, María, se mete en la tienda en busca de
los alimentos. -Abre unas birras, anda, -le dice Javi a su amigo, -yo me hago
cargo del fuego. – ¿Quedan frías?, -pregunta Pablo. –Sí, por supuesto, hay unas
cuantas en el río. De todos modos mete el resto, así las tenemos frescas para
luego. – Ayer bebimos mucho, ¿no crees?, yo me pasé mil pueblos. -Te pusiste
pesado, conduciendo a todo pasto. -¡Joder!, sí a mí me parecía que iba
despacio. – ¡Pues no!, corrías como tonto. ¡Venga, déjalo!, no sirve de nada
darle vueltas a la cabeza. –Perdona chico, ya sé que me pasé, no volverá a
ocurrir. –Esta noche iremos otra vez al pueblo, ya te lo contaré mañana.
–Enfatiza, Pablo, burlón, y los dos se ríen a carcajadas.
Al final tuvieron suerte con los vecinos, eran gente maja, de la
cornisa, amantes de la naturaleza y respetuosos con ella; sabían estar,
respetar los elementos naturales y, por supuesto, a sus vecinos de tienda. Como
suele suceder en casi todas estas historias, nuestros amigos acabaron
integrándose en el grupo, muchísimo más números, compartiendo el fuego, brumas,
cervezas, chascarrillos y cocinando todos para todos. Ni que decir tiene que al
atardecer marcharon juntos al mismo bar, se tomaron el mismo número de
cervezas, se rieren con los mismos chistes, y colocaditos retornaron al
campamento de diez tiendas diseminadas en la pradera, donde, entre bromas,
hicieron la cena para el numeroso grupo que el puñetero destino tuvo a bien
reunir.
La noche fue, incluso, más larga que la anterior. Cocinar para tanta
gente costó lo suyo, el tiempo se llevó sus buenas dos horas para cuando
terminaron de cenar; después llegó lo de la gran tertulia en torno al fuego,
más tarde los chistes, al rato siguiente los cánticos, algunos en voz en grito
compitiendo con los búhos; para finalizar con el relato de aventuras fantásticas
vivenciadas por unos y por otros, en no se sabe bien en qué lugar ni en qué
tiempo. Cuando los rezagados marcharon a la cama, hacía rato que el sol
dominaba el panorama desde lo alto, no en vano eran algo así como las nueve y
media de la mañana. Es lógico pensar que no quedaron cervezas para la comida y
menos después de la recena que alguien propuso acertadamente a eso de las
siete, idea que fue aprobada por mayoría absoluta de la asamblea de bebedores.
Nuestros amigos aún dispusieron de un día entero, una noche más y otro
medio día para olvidarse de las cuadrículas que forman las calles de la ciudad,
de los escaparates de Logroño, de la vigilancia de sus padres, etc.; para
despertar a las dos y media del mediodía o hacer cuantos viajes les diera la
gana al pueblo y su tasca, para alimentar el fuego hasta altas horas de la
madrugada compitiendo con la luna que no se cansaría jamás de reflejarse en las
aguas del Iregua. Ya sabe el lector que todo lo que en esta existencia se
inicia tiene su final, es ley irrefutable de la vida; el domingo a la tarde los
cuatro acabaron retornando al nido familiar y Yoli a las mismas broncas con su
madre.
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| y otra vista más. |


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