jueves, 27 de diciembre de 2012

EL ACHICHUELO (y tres)

Simplemente una vista de Lomos de Orio

EL ACHICHUELO (y tres)


 -¿Estará el santero?, –inicia Yoli la conversación, cuando el coche se enfrenta al ascenso por el empinado carretil. –Vive en la ermita, luego tiene que estar; él igual anda de viaje, pero estará su mujer y los hijos. – Responde Pablo, que mantiene una buena relación con el matrimonio. –¿Has cogido los caramelos?, -pregunta María, -a mí se me ha olvidado. –Sí, los llevo en la mochila. -El resto de la trayecto discurre entre los clásicos comentarios que se dan en las relaciones de amistas y los relacionados con la belleza del abrupto entorno, la intensidad de la luz, la serenidad del cielo completamente azul, el principio de la primavera y la vegetación que inicia su despertar, etc.

Frente a la galería de la entrada juegan en la explanada los dos hijos, en compañía de los perros que realizan su labor de fieles guardianes. Gozan de la libertad de la naturaleza, del sol y del aire cálido que les tuesta la cara, ambos mantienen una expresión serena y la mirada profunda. Algunas personas pasean por el entorno y hay un grupo de jóvenes apostados en el pilón de la fuente, andan bromeando con el agua. Al descender, los niños reconocen a María y Pablo y se les acercan corriendo, los reciben con besos sabedores de que les traerán algunas golosinas. Al poco sale la madre, su presencia es ingrávida: de buen porte, talle enjuto y caderas escurridizas, su caminar es de levedad, casi impalpable; amablemente los recibe con afecto y luego de las presentaciones los cinco se sientan en la bancada del pórtico para hablar, y allí permanecen degustando algunas cervezas que Pablo había echado en el portamaletas, mientras los niños dan buena cuenta de los dulces. Efectivamente, el padre está de viaje y no retornará hasta después de la semana santa, anda enciscado con unos temas sobre etnografía en Italia.

Cuando la madre decide que para sus dos hijos es la hora de merendar, les han dado las uvas hablando, nuestros cuatro protagonistas regresan a su campamento. Han tenido mala suerte, en el ínterin la campa se ha llenado de basca y se encuentran con nada menos que ocho tiendas plantadas y diseminadas por el recinto; para más inri, han utilizado parte de la leña que tenían cortada y no les quedará más remedio que volver al monte y recoger más para la noche. María se enfada, Yoli hace causa común con su amiga y entre las dos les llaman la atención; no llega la sangre al río, les piden disculpas y además les aseguran que ellos cortarán esta tarde para todos. Así que, solucionado el incidente, se aprestan a hacer la comida del día.

-Espaguetis con chorizo. Plato único, que es sencillo y rápido de hacer –exclama María, preparándose para cocinar en compañía de Yoli. –Yo voy por el agua, -responde la amiga, -tú saca la pasta y los ingredientes, y estos dos que vayan avivando el fuego. – Yoli coge la cazuela y se marcha en dirección a la orilla canturreando; por su parte, María, se mete en la tienda en busca de los alimentos. -Abre unas birras, anda, -le dice Javi a su amigo, -yo me hago cargo del fuego. – ¿Quedan frías?, -pregunta Pablo. –Sí, por supuesto, hay unas cuantas en el río. De todos modos mete el resto, así las tenemos frescas para luego. – Ayer bebimos mucho, ¿no crees?, yo me pasé mil pueblos. -Te pusiste pesado, conduciendo a todo pasto. -¡Joder!, sí a mí me parecía que iba despacio. – ¡Pues no!, corrías como tonto. ¡Venga, déjalo!, no sirve de nada darle vueltas a la cabeza. –Perdona chico, ya sé que me pasé, no volverá a ocurrir. –Esta noche iremos otra vez al pueblo, ya te lo contaré mañana. –Enfatiza, Pablo, burlón, y los dos se ríen a carcajadas.

Al final tuvieron suerte con los vecinos, eran gente maja, de la cornisa, amantes de la naturaleza y respetuosos con ella; sabían estar, respetar los elementos naturales y, por supuesto, a sus vecinos de tienda. Como suele suceder en casi todas estas historias, nuestros amigos acabaron integrándose en el grupo, muchísimo más números, compartiendo el fuego, brumas, cervezas, chascarrillos y cocinando todos para todos. Ni que decir tiene que al atardecer marcharon juntos al mismo bar, se tomaron el mismo número de cervezas, se rieren con los mismos chistes, y colocaditos retornaron al campamento de diez tiendas diseminadas en la pradera, donde, entre bromas, hicieron la cena para el numeroso grupo que el puñetero destino tuvo a bien reunir.

La noche fue, incluso, más larga que la anterior. Cocinar para tanta gente costó lo suyo, el tiempo se llevó sus buenas dos horas para cuando terminaron de cenar; después llegó lo de la gran tertulia en torno al fuego, más tarde los chistes, al rato siguiente los cánticos, algunos en voz en grito compitiendo con los búhos; para finalizar con el relato de aventuras fantásticas vivenciadas por unos y por otros, en no se sabe bien en qué lugar ni en qué tiempo. Cuando los rezagados marcharon a la cama, hacía rato que el sol dominaba el panorama desde lo alto, no en vano eran algo así como las nueve y media de la mañana. Es lógico pensar que no quedaron cervezas para la comida y menos después de la recena que alguien propuso acertadamente a eso de las siete, idea que fue aprobada por mayoría absoluta de la asamblea de bebedores. 


Nuestros amigos aún dispusieron de un día entero, una noche más y otro medio día para olvidarse de las cuadrículas que forman las calles de la ciudad, de los escaparates de Logroño, de la vigilancia de sus padres, etc.; para despertar a las dos y media del mediodía o hacer cuantos viajes les diera la gana al pueblo y su tasca, para alimentar el fuego hasta altas horas de la madrugada compitiendo con la luna que no se cansaría jamás de reflejarse en las aguas del Iregua. Ya sabe el lector que todo lo que en esta existencia se inicia tiene su final, es ley irrefutable de la vida; el domingo a la tarde los cuatro acabaron retornando al nido familiar y Yoli a las mismas broncas con su madre.




y otra vista más.


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