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| Roca dura en el plano existencial |
La espiritualidad en G. A. Bécquer VII
La fascinante leyenda del Rayo de Luna, no es sino la
resultante de la maravillosa capacidad de enamoramiento del autor hacia la luz
espiritual en general y hacia la luz amorosa en particular. Que el poeta entiende
sólo se puede encontrar en medio de la soledad, abrazado a la soledad. “-¿Dónde está
Manrique, dónde está vuestro señor? –preguntaba algunas veces su madre. –No
sabemos –respondían sus servidores-: acaso estará en el claustro del monasterio
de la Peña, sentado al borde de una tumba, prestando oído haber si sorprende
alguna palabra de las conversaciones de los muertos; o en el puente, mirando
correr una tras otras las olas del río por debajo de los arcos; o acurrucado…
En cualquier parte estará menos en donde esté todo el mundo”. Sueño y
ensoñación acompañan al hombre en sus momentos de soledad, cuando el hombre se
abandona así mismo en la única compañía de su sí mismo.
¿Qué tiene de extraño que para que el alma emerja
libremente desde el interior del ser el “propietario” del alma deba estar en
soledad?, ¿acaso, no es el principio de la universalidad de la creación quien
se manifiesta en y desde el alma del ser, como medio de enseñar los secretos de
los arcanos al hombre?, ¿tendremos que recordad de nuevo que la gran obra
solamente puede ser realizada desde el silencio?, ¿no son, quizá, los compases
del silencio en el amor el gran lenguaje del amor, mediante el cual los amantes
de expresan en libertad? Cuatro interrogantes que deberemos contestarnos si no
queremos naufragar en la incertidumbre de la ignorancia amorosa y creativa de
la luz.
Porque la soledad es la llave que permite fluir la
gran verdad oculta de la vida, mediante la introspección occidental o la “no
acción” del tao oriental. Es decir, el ser permanece en sí mismo sin que nadie
interfiera su relación con el origen primigenio de la existencia, cuyas fuentes
siguen manando vida permanentemente y que le son “dadas”, reveladas, como
premio a su trabajo y tesón, para que continúe con el proceso de expresarlas a
los demás. Ahí radica el principio de la
universalidad del ser, en su “abandono” el hombre pierde su personalidad
transitoria, existencial, para revestirse de la personalidad del origen
primigenio en el que permanece la esencialidad del concepto universal de la
vida; cuando retorna se unifican las dos personalidades, transitoria y
universal, creando un nuevo ser cuyo pensamiento se hace universalista. Pero la
espiritualidad es creación pura, sólo en el amor y en la obra artística se manifiesta
la gran espiritualidad, luego, es en el silencio, emanado desde la soledad del
ser, en donde surge la gran obra creativa; y ahí están los compases del
silencio, para bien o para mal, esperando la presencia del hombre para
revelarle su capacidad creativa y amorosa.
El Rayo de Luna sólo es la consecución del proceso
llevado satisfactoriamente hasta su final. Manrique nos traslada desde el
principio creativo del hombre, Arcos de San Juan de Duero, inicio de la
leyenda, donde fluctúa la luz jugando al escondite con las hojas de los álamos
del río, hasta el centro de la luz total, suspendida en el espacio del cielo
nocturno, infinitud. Desde el espacio concreto en el que se manifiesta el ser existencial,
al espacio ilimitado donde tiene casa el alma humana; allí la limitación del
hombre se encuentra con la gran plenitud, que se expande y le permite sentir el éxtasis. El sentido del
viaje de Manrique es cauce abajo, persiguiendo la luz y siguiendo el camino del
agua, paralelamente, son los arcanos que se manifiestan asociados a los
elementos naturales, de los que también se aparecen la tierra y el viento, si
bien en un segundo plano.
Y es el agua el elemento que impondrá la distancia
definitiva entre el amante y la mujer deseada, la aparición de la barca de la
muerte que interpondrá la distancia insalvable entre las dos orillas y habrá de
conducir definitivamente a Manrique a su destrucción mediante la locura. La
imposibilidad del amor total, en el ser humano, como fatal consecuencia de la
prohibida felicidad permanente, nos habla por sí misma de la limitación amorosa
en los seres existenciales; la leyenda viene a hacernos algo así como una
prevención: no busquéis ni el amor ni la felicidad totales, puesto que son
imposibles de conseguir en una vida tan limitada como de hecho son las
nuestras. Y esta moraleja es consecuencia de la grandiosa espiritualidad del
poeta, pues no en vano aconseja a los hombres que pongamos los pies en la
tierra luego de haber viajado por las estrellas; si bien el poeta rompe una lanza
a favor del amor en el último punto y aparte del texto: “Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí,
por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio”;
que, personalmente, entiendo es un lujo de final.
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| ¿Une o separa la orilla existencial de la espiritual? |


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