domingo, 18 de noviembre de 2012

CARTA ABIERTA A MERCHE (Homenaje)

Como mariposas


Carta abierta a Merche  (Homenaje)


Logroño, noviembre de 2012


Todo empezó el día que apareciste por la empresa en la que yo trabajaba, venías en busca de un puesto de trabajo. Te vi, me fijé en tu cara alargada, con el mentón pronunciado; ojos negros, grandes, un pelín gordos; de nariz generosa y recta; los labios sensuales, muy sensuales; de pechos pronunciados, ni demasiado grandes y tampoco pequeños, tiraban hacia adentro, a través del escote aparecía la línea mágica y las formas redondeadas de la zona alta de tus senos, todavía juveniles, de una muchacha de veintiún años; talle enjuto y caderas fuertes; piernas robustas, diseñadas para caminar por el monte si no hubieras sido tan torpe en la montaña. Me dije: “esta tía tiene gancho. Me gusta”

Así fue como tú y yo nos conocimos, en la antesala de una estúpida oficina comercial, aséptica, impersonal, una más entre millones, todavía en este país no se priorizaba la estética, justo que empezábamos a salir del hambre, entre comillas, pero hambre a fin de cuentas. Yo inicié mi danza de urogallo previa al romance, anché mi pecho, revoloteé a tu alrededor, y tú te sacaste el disfraz de culebra, lengua bífida incluida, y te dejaste hacer, y nos fuimos enredando poco a poco. Días más tarde tu lengua bífida en mi pico, y mi lengua de urogallo en tu boca de culebra, de caverna a caverna, húmedas y tibias, las dos, la tuya y la mía. Y así nos enrollamos y continuamos con nuestros encantamientos, yo encantador de tu culebra y tú encantadora de mi urogallo. Al final sucedió lo inevitable, la multiétnica Arca de Noé abrió sus puertas a una nueva pareja, y la inexorable arca del amor se expandió para darnos cabida, acogernos en su interior y de este modo pudiéramos priorizar nuestros sentimientos.

Y lo hicimos, como estaba mandado, como lo habían hecho nuestros padres en la generación precedente y los abuelos en la anterior. Ya sabes cómo es lo de las familias, la historia de la humanidad no se contabiliza por siglos, sino que camina a lomos de las generaciones, unas tras otras se persiguen y los seres humanos nos eternizamos sobre la faz del planeta, el Arca de Noé, la maravillosa Arca de Noé del planeta tierra. Lo de nuestra aportación a las generaciones sucedió años más tarde, después de curar tu enfermedad, tuberculosis ovárica, ¡hostias qué guerra nos dio aquella mierda!; los médicos no tenían ni idea de por dónde cogerla y menos curarla, menos mal que al final encontré al médico oportuno, un tal Ilarraza. Para entonces ya te habías ido desprendiendo de tu disfraz de princesita; ¿te acuerdas?, tontamente decías: “yo he nacido para ser princesa”, y mi sempiterna respuestas: “pues te equivocas de príncipe”, refiriéndome a mi persona, a la nimiedad de mi ser que no aspiraba a la gloria.

Después de tanta reclusión, un buen día acordamos que salieras de casa, en la que te habías refugiado con la excusa de tu enfermedad y una dosis letal de indolencia, demasiada indolencia. “Estudiaré magisterio, el plan nuevo”, decidiste por fin, luego de darle mil vueltas a tu cabecita que desde hacía algún tiempo había dejado de ser de princesita y se disponía a participar en la lucha de los seres libres. Y sacaste coraje y te enfrentaste valientemente a la vida, a los estudios, a las inquietudes sociales del momento; en fin, iniciaste una andadura que no habías de abandonar si no fuera porque la muerte habría de interponerse en tu camino.

Y tuvimos nuestros más y nuestros menos, juntos luchamos por la liberación de la mujer, la libertad o es para todos o para nadie; pero yo, que veía peligrar mi libertad, reclamaba el respeto debido y se produjeron malentendidos, nada que no fuera insalvable, simples malas interpretaciones. Y tuvimos que acoplar los ritmos individuales a los de la pareja, y también a los del amor, porque hacíamos el amor y nos entendíamos, también nos necesitábamos, igual que cualquier otra pareja. El endemoniado amor, me consta que a veces reñíamos para tener la excusa que nos permitiera la reconciliación, y después de amarnos la consabida reflexión: ¡cariño, qué tontos somos, reñimos por nimiedades!, me decías con la expresión de felicidad dibujada en tu cara. Y yo te sonreía y te acariciaba el rostro, y de nuevo nos abrazábamos.

Acaso, ¿recuerdas las fiestas de S. Bernabé del 75? De Pamplona nos venimos a Logroño, a pasar el fin de semana, inevitable refugio, en casa de tu madre. Por la noche salimos con los amigos y nos fuimos de juerga, de vinos por Laurel o S. Juan, no recuerdo bien; después se sucedieron las copas y nos dieron las horas de la canción de Sabina. Bien cargados regresamos a casa, íbamos eufóricos y contentos. Ya sabes, la habitación del fondo, en la que dormíamos cuando estábamos en Logroño, al final del pasillo, incluso había que pasar por el viejo comedor para acceder a ella. “No hagas ruido que despiertas a mi madre”, tu recomendación reiterada cuantas veces llegáramos a las tantas. ¡Pesada!, y yo me moría de risa.

Y entramos en la habitación, y nos desnudamos, y nos comimos a besos, y tu lengua bífida de culebra en mi lengua de urogallo, y tú me regalaste tu cuerpo y yo te regalé mi cuerpo, como tantas veces, e hicimos el amor una, dos…, y al despertar repetimos. A finales del mes de julio, al regresar de uno de mis viajes la noticia: “estoy embarazada”, dijiste llena de contento; y lo celebramos por todo lo alto, incluida botella de champan. “Yo quiero una hija”, decías; “no te molestes porque será hijo”, te respondía yo. En este debate estuvimos cierto tiempo, incluso te pusiste pesada con lo de la niña, y yo te insistía con que sería niño, también yo soy cabezón. Son cosas de mis corazonadas, que las tengo a menudo y nunca me equivoco, yo no tengo la culpa de ser visionario, un iluminado, ¡cómo tú quieras llamarme!, me da igual.

Viendo tu inquietud, un día te hice una proposición generosa, para calmarte, para que no se te rompieran las ilusiones de princesita, “si es niño tú le pones el nombre y si es niña se lo pongo yo”; sorpresivamente la aceptaste entusiasmada y sellamos el acuerdo. Tuvimos que esperar unos meses, el día de la ecografía los dos estábamos sobre ascuas, por fin le vimos la colita al niño. “Ya sabes, te toca buscar nombre”, y nos dimos un abrazo, delante del médico, que se quedó extrañado, y le explicamos lo del nombre, el hombre se sonrió y dijo aquello de “buena idea, al próximo mío haré lo mismo con mi mujer”.

A partir de aquí te hice trampas, ya sabes que yo manejaba la baraja de una forma no muy católica, sibilinamente te fui llevando hacia los reyes navarros: Sancho el Fuerte, Santo Garcés, Sancho el Mayor, Sancho el Sabio, etc., dejando que eligieras por ti misma, sin que para nada se notara mi influencia. Yo quería un Sancho en la familia, pero no pensaba en homenajear a los reyes navarros, yo quería un Sancho en honor a la colosal y magnífica obra de El Quijote. Sancho, el filósofo del pueblo por excelencia, el hombre apegado a la tierra, a la buena comida y al mejor vino, aunque no tuviera remilgos en beberse cualquier caldo que se le pusiera a tiro. “Muchos viajes haces a la bota, amigo Sancho”, “te recuerdo que el tabernero es el que menos tiene que beber”, recomendaciones inútiles que el Señor Don Quijote hacía a su fiel escudero y que éste se pasaba por la entrepierna. Sancho, el Gobernador de la Ínsula de Barataria, que acierta en la aplicación de la justicia, aún cuando sueña con darse la mayor comilona de su vida…

Mi estimada compañera, éste era el Sancho que yo anhelaba para nombre de nuestro hijo,  por ello no tuve ningún inconveniente en hacerte trampas. Ya sabes: hombre callado piensa dos veces. Consideré decírtelo poco después, pero no quería comentártelo prematuramente para no herir tus sentimientos, para que no te sintieras manipulada, tampoco inferior porque todos somos iguales ante la vida; hubiera sido cosa de algún año más en nuestra convivencia y te lo habría comentado clara y abiertamente. Entonces nos hubiéramos reído porque el tiempo cierra los malos entendidos y nos permite a los seres humanos reírnos de nosotros mismos. Pero se precipitaron los acontecimientos, aparecieron los primeros problemas de convivencia y nuestra relación se fue deteriorando de modo progresivo.

Quizá, si no hubiera intervenido la siempre repúgnate pléyade de abogados corruptos, que manipularon de malas formas aquel contrato firmada entre nosotros dos: incluyendo cláusulas falsas –renuncian a los tribunales de la criminal, cuando las vistas de separación se llevan por lo civil-, firmas falsificadas, la tuya, ¡querida!, mal aconsejada por el borde del abogaducho que tú y yo sabemos, etc., y, además, corrompieron a cuantos jueces se pusieron a tiro que dictaron sentencias fantasmagóricas; tú y yo podríamos habernos planteado un reencuentro de cara al futuro.  Pero aquello para mí fue duro, muy duro; entonces me enteré que la justicia es para los poderosos y las leyes recaen con saña e inusitada crueldad sobre la espalda de los débiles, y los débiles éramos nuestro hijo y yo, en especial él. Ante el cariz que tomó “la cosa”, yo me cerré en banda y plateé mi vida lejos de tu presencia, cuanto más lejos mejor, y así hemos vivido cada uno por su lado, sin molestarnos. Donde está uno el otro desaparece, y viceversa. 

“¿Ya sabes tu hijo que fumas?”, fue mi última recriminación; te la hice en la puerta del Café Moderno, la primavera pasada, cuando me paré a saludar a una amiga mía y que estaba comiendo contigo y otras dos compañeras más. Me sentó mal comprobar tu indolencia, tenías el corazón jodido y tú liándola con total inconsciencia. En realidad no debería haberte dicho nada; hace décadas que tú y yo conseguimos que abandonaras el tonto papel de princesita, te lanzaste a la calle, a la lucha y te has pasado el resto de tu vida combatiendo hasta el último suspiro. Pienso que los demás deberían aprender de tu ejemplo, también yo, por supuesto que también yo, y nuestro hijo, y los otros y los hijos de los otros. Y cuando alguien está inmerso en su lucha, ¿quién es quien para decirle que deje de fumar?, yo desde luego no; por ello te pido disculpas.

Con mis atenciones, tu ex compañero.




todos

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