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| No existe mayor locura, que vivir una vida sin preguntarte quién eres. |
La espiritualidad en G. A. Bécquer VI
“Yo no sé si esto es una
historia que parece cuento o un cuento que parece historia; lo que puedo decir es
que en el fondo hay una verdad, una verdad muy triste, de la que acaso yo seré
uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.
Otro, con esta idea, tal vez hubiera hechos un tomo de filosofía
lacrimosa; yo he escrito esta leyenda que, a los que nada vean en su fondo, al
menos podrá entretenerle un rato”.
Sólo se precisa leer un par de ocasiones los
dos puntos anteriores, inicio presentación de su leyenda realizada por el autor,
para entender el deseo del poeta de alejarse de la cultura de la erudición, que
de hecho menosprecia (filosofía lacrimosa), y acercarse a la cultura de
divulgación mediante el uso de un lenguaje fluido, poético y vivaz, “conformándose”
con el hecho de que sirva de entretenimiento para el lector. Pero no nos
engañemos, su actitud no es la del mero contador de aventuras más a menos
intranscendentes; antes bien, Bécquer, utiliza la entrada para confiarle en el
aspecto literario, literatura de aventuras, partiendo de la indefinición del
género -historia cuento, cuento historia-, porfiando en que alguna enseñanza le
aportará su lectura.
Ya, en los dos puntos citados, se
inicia la ambivalencia del relato, presentada prematuramente por Bécquer, y que,
como veremos, será la constante a seguir hasta el final. Que las grandes
enseñanzas se presentan a los ojos de las personas de modo velado, es una
constante en la historia de la humanidad y de la literatura. El juego del misterio
azuza la curiosidad del alumno y le empuja a la introspección, lenguaje socrático;
que le permitirá hacer fluir las enseñanzas internas, de su espíritu, que porta
en sí mismo, para, en un proceso posterior, racionalizarlas y estructurarlas en
su beneficio, en definitiva, enriquecer su vida existencial. El magisterio
metafísico no se aprende en la escuela, ni es academicista, ni tampoco es universitario;
nace con la persona elegida, todos los grandes maestros de la humanidad son “elegidos”,
y son ellos mismos quienes lentamente lo van desarrollando a lo largo de su
vida merced al diálogo y la experiencia, empujados por el vibrante ritmo de su
espíritu y sus prodigiosas inteligencia y sabiduría. N hace falta nada más, “todo
lo demás les es dado por añadidura”.
Y Gustavo Adolfo Bécquer fue un
elegido. Su alma, que había volado desde el sol para posarse en el cuerpo de Gustavo
cual delicada mariposa de luz, llegaba adornada con el principio de la
sabiduría, del conocimiento, de la sensualidad que emanaba de su gran capacidad
amorosa; luego de las correspondientes renuncias al amor, a la posesión
crematística, a los bienes terrenales se convirtió en aire y fue volando de
cumbre en cumbre, hasta posarse en la alta meseta castellana y finalmente en el
Moncayo. Pero es que Bécquer no era nuevo en la tierra, venía de otras
reencarnaciones, cientos o miles o decenas de millares, ¿quién sabe?; llegó
para descubrir una tierra nueva de la poesía, desentrañar sus misteriosas
leyendas celtíberas, actualizarlas y presentar sus enseñanzas, primorosamente,
en el ágape de la cultura para quienes tuvieran a bien alimentarse con ellas.
Del inicio del romanticismo a los posrománticos una generación, solamente una generación de lucidez; de Goethe a Bécquer una generación, nada más que cuatro años separan la muerte del primero con el nacimiento del segundo (1832/1836). Dos voces clarividentes de la literatura, se persiguen la una a la otra sin darse tregua, inmisericordes, tejiendo incansables el echarpe del cielo literario, adornándolo de luceros en forma de poemas, relatos, leyendas, reflexiones, etc. "Un loco enamorado sería capaz de hacer fuegos artificiales con el sol, la luna y las estrellas, para recuperar a su amada". Maravillosa frase de Johann W. Goethe, que Gustavo A. Bécquer se encargará de materializar en sus escritos, y no sólo en un ocasión, sino que el camino marcado en el pasado guiará de continuo la obra becqueriana, puesto que se convierte en reincidente en varios de sus escritos. Es una constante en la obra del poeta sevillano: "el enamoramiento hacia la luz, que indefectiblemente llevará al hombre a las tinieblas de la locura y la muerte.
La eterna dualidad humana flotando en el alma del ser, que le lanza sin compasión del extremo de la iluminación al de las tinieblas, del extremo de la razón al de la locura, bamboleándole de un lado a otro sin contemplaciones y en él que el hombre se muestra incapaz de actuar de modo controlado, racionalista. La eterna búsqueda de la quimera, en este caso amorosa, el encuentro con ella y la resultante de su indestructibilidad; pero el hombre insiste, se enfrenta, lucha y sucumbe a consecuencia de su manifiesta incapacidad e inferioridad. Porque la quimera es el destino mismo y jamás ningún ser podrá vencerle sino es a cuenta de su propia destrucción. En definitiva, podría ser esta pequeña enseñanza, expresada desde la Grecia Clásica, la que de nuevo, Bécquer a través de Goethe, nos presenta en sus leyendas renovando el mensaje y en lenguaje renovado.
La eterna dualidad humana flotando en el alma del ser, que le lanza sin compasión del extremo de la iluminación al de las tinieblas, del extremo de la razón al de la locura, bamboleándole de un lado a otro sin contemplaciones y en él que el hombre se muestra incapaz de actuar de modo controlado, racionalista. La eterna búsqueda de la quimera, en este caso amorosa, el encuentro con ella y la resultante de su indestructibilidad; pero el hombre insiste, se enfrenta, lucha y sucumbe a consecuencia de su manifiesta incapacidad e inferioridad. Porque la quimera es el destino mismo y jamás ningún ser podrá vencerle sino es a cuenta de su propia destrucción. En definitiva, podría ser esta pequeña enseñanza, expresada desde la Grecia Clásica, la que de nuevo, Bécquer a través de Goethe, nos presenta en sus leyendas renovando el mensaje y en lenguaje renovado.
Suponiendo que Johann W. Goethe
fuera el profeta poeta que ocupó la parte histórica que va desde su nacimiento,
en el siglo diecisiete, hasta su muerte en el año treinta y dos del dieciocho;
Gustavo A. Bécquer sería el espíritu reencarnado del primero, destinado a
ocupar buena parte del ciclo histórico del dieciocho. Quizá si fuéramos lo
suficiente inteligentes para entenderlo, nos encontraríamos con las múltiples
explicaciones al camino seguido por el poeta de Sevilla, su renuncia expresa al
dinero, al poder y a la banalidad de la fama, y, por supuesto, en el trasfondo
de su obra literaria. La continuidad del movimiento romántico y de conceptos vitales
que son coincidentes en la vida y obra de Bécquer así nos lo atestigua; también,
este apartado es más importante, la coincidencia de la maravillosa
espiritualidad de ambos; sus preocupaciones constantes por la belleza, la
naturaleza, la armonía y el arte en general, así como, igualmente, por el
sentido ético que ambos escritores mantuvieron indemne a lo largo de sus vidas.
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| el espíritu del hombre siempre está a medio construirse, por ello hay que renovarlo constantemente. |


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