jueves, 8 de noviembre de 2012

LA ESPIRITUALIDAD EN G. A. BÉCQUER V



Quizá la vida sólo sea un vuelo al amanecer,
al encuentro con la luz.




Sin embargo la temática y el trasfondo de las dos leyendas que nos ocupan nada tienen que ver entre sí, mientras que en “El Monte de las Ánimas” asistimos al penoso espectáculo de la muerte y la locura de sus dos protagonistas; consecuencia de la actitud caprichosa de la mujer, que valiéndose de su poder de seducción empuja al hombre por los caminos de la destrucción. Aunque si podemos comprobar que el amor está manifiesto en la leyenda, es una constante en la obra literaria de Bécquer, pero es mal entendido y peor interpretado por los dos jóvenes, quienes atienden a los caprichos y deseos propios de la juventud y cuyos resultados, en consecuencia, son desastrosos. El amor no es indestructible, antes bien es frágil como el cristal. Por el contrario, en “El Rayo de Luna”, nos hallamos ante la idealización del amor platónico, espiritual, llevado al paroxismo en los momentos de plenitud total sentida en el alma del protagonista, Manrique. Y es mediante el rayo de luna, la luz, del que el poeta se sirve para hacer emerger su grandiosa espiritualidad, que, es indudable, permanece asociada a la claridad y clarividencia del amor platónico.

Y digo “clarividencia del amor platónico”, a riesgo de ser mal interpretado por la pléyade de gentes obtusas que se obstinan en considerar a Bécquer un romántico trasnochado y empedernido, poetilla de rima facilona y de cuantas necedades tengan a mal tildarle. En la tradición espiritual coránica permanece arraiga la idea de que en cada siglo aparece un profeta para el bien de la humanidad, personaje que se encarga de actualizar y transmitir la gran espiritualidad del ser, reinterpretándola a los usos de la gente de su tiempo, ponerla al día expresándola en lenguaje popular, culto, para que sea aceptada por las personas como una parte más de su “si mismo” e integrada en el acerbo cultural de los pueblos. Tendremos que pensar que ese “profeta” no nace bajo el signo de ninguna religión, simplemente su trabajo consiste en hacer humanismo desde el lugar geográfico en el que nace, aunque por tradición familiar sea educado en alguna de ellas.

La espiritualidad y el humanismo, el segundo nace de la primera, son integradores del elemento humano: “todos a una al encuentro de la ansiada evolución espiritual”, parecen decir los grandes maestros en sus mensajes renovados siglo tras siglo; mientras que las religiones, por definición, son clasistas y xenófobas, excluyentes, “sólo llegarán al cielo quienes sigan nuestros preceptos. Los infieles no son merecedores de conocer la gloria de dios”, aseveran desde sus odiosos púlpitos los borrachos del poder y del oro, deseoso de someter a los hombres a los principios de la esclavitud, la ignorancia y la incultura.

En alguno de mis trabajos tengo escrito: “El desierto de los profetas, la soledad de los poetas”. Si tenemos en cuenta que semánticamente desierto significa lugar solitario, entenderemos con más facilidad la expresión citada, pues no existe mayor soledad que la del ser solitario que la acepta voluntariamente. Además, ambos han tenido que recorrer su particular travesía del desierto, el primero para preparar sus profecías que a modo de poemas cortos, sentencias, irá vertiendo en las mentes de los hombres y mujeres que pueblan la tierra; el segundo intentará emulsionar su concepción filosófico poética de la vida, que a modo de poesía irá esparciendo por el planeta, exhortando a los hombres para que presten atención a las necesidades de su espíritu. Alguien me habló en su día en torno a la poesía que está contenida en el antiguo testamento, fue a tenor de la expresión que yo pronuncié: “los lirios del valle”; me limité a responderle que Moisés era un buen poeta. El, sacerdote católico de profesión y gorrón por afición, quiso aprovechar la ocasión para insistir sobre la ideología judeocristiana, pero yo decidí cortarle por lo sano y le refuté: la poesía nada tiene que ver con las religiones, ni tan siquiera la mal llamada poesía mística, cuyo concepto es falso de raíz porque ha sido creado, “bautizado”, en nombre de los interese ideológicos, particulares, de la iglesia católica y al margen de la gran poesía.

De nuevo aparece aquí el concepto “excluyente” de las religiones, que dicho sea de paso, no les duelen prendas perseguir a los poetas siglo tras siglo. Es curioso el caso de Juan de la Cruz, hoy en día en el santoral de la iglesia católica; quien estando detenido en un convento de monjas de Toledo, hubo de comerse algunos de los papeles que contenían sus poemas para ocultarlos de los inquisidores, que por sorpresa se presentaron con la orden de registrar su celda y requisarle cuanto papeles fueran precisos. No dudo que esta historia tiene bastante de fantasiosa, pero sí me interesa reseñar que un poeta perseguido por la inquisición de su tiempo, dos siglos después fuera elevado a los altares del catolicismo en nombre del dios que le había encarcelado; lo cual nos confirma que en realidad a las iglesias no les preocupa la poesía ni los poetas, menos su espiritualidad, sino el mantenimiento ideológico y doctrinal caiga quien caiga. Pero si espiritualidad y poesía andan de la mano, de ello no existen dudas, la persecución a la primera incluye obligatoriamente a la segunda; luego, por lógica, nunca podremos encontrar ningún atisbo de espiritualidad en los mal llamados descendientes de los grandes profetas, pues ellos mismos se han convertido en los enemigos del hombre y la libertad, en consecuencia de sus enseñanzas.

Las aclaraciones que me he permitido realizar en los puntos anteriores las entiendo de máxima necesidad, pues es imposible entender la espiritualidad del hombre, dada la mísera educación recibida desde los estamentos religiosos, en la que nos han secuestrado nuestra espiritualidad de hombres dioses reduciéndonos al calamitoso estado de hombres míseros, condenados al papel de meros esclavos frete al grandilocuente y vengativo dios absoluto de las religiones. G. A. Bécquer es un hombre dios, su obra así lo atestigua, pero no es el único, ni tampoco la excepción que confirme la regla; hombre dios espiritualizados somos la mayoría de los seres humanos que poblamos la tierra, a excepción de los eclesiásticos que manipulan desde los cetros de sus iglesias y que si leyésemos el apocalipsis de Juan identificaríamos como los concubinos de la gran prostituta. 

Dicho esto, en los siguiente capítulos proseguiremos con la espiritualidad de G. A. Bécquer, que en definitiva es la espiritualidad de todo hombre libre.

Contra el pronóstico de las iglesias no vivimos boca a bajo.
Los hombres y mujeres libres miramos cara a cara a dios.
ÉL NOS COMPRENDE.



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