sábado, 6 de octubre de 2012

LA ESPIRITUALIDAD EN G. A. BÉCQUER II



Río Guadalquivir a su paso por Sevilla

LA ESPIRITUALIDAD EN G. A. BÉCQUER II

Porque fueron ellos, tus amigos, Gustavo, quienes sintieron el necesario agradecimiento hacia la persona que tanto les había dado en vida, que tan magníficamente condujo los hilos metafóricos de la poesía para dotarla de nuevos ritmos, breves y concisos, como manda el lenguaje de las almas: concreción, sutileza, brevedad, palabra sencilla y comprensible, ritmo y rompimiento del ritmo para adornas los versos con los nuevos ritmos de la increíble dinámica vital, y, en especial, dotar a la palabra de significado concreto, siendo el significante en sí mismo, dotando al adjetivo de la naturaleza del sustantivo. Ahí radica el secreto de la gran poesía, de la poesía espiritual que ignora la frase rimbombante, que desprecia el uso de la palabra por la palabra construyendo florituras sin sentido y relega al olvido la palabra exageradamente culta, ampulosa, sometida a la rígida contracción del “no ritmo”.

Tu hermosa espiritualidad, Gustavo, madre y esposa de tu genial verbo creador, continúa embelesando las almas de los hombres y de las mujeres ciento cuarenta y dos años más tarde. Así de sencillo, la sombra espiritual y alargada del poeta se proyecta sobre el altar metafísico de la poesía, transformándose en agua, siendo fuente y nacedero donde embeben su sed las generaciones de poetas que de nuevo osan prender la pluma con mano decidida. Para que el interminable proceso de la poesía siga siendo realidad, para que las aguas de la poesía lentamente vayan reuniéndose en el gran río de la poesía madre, la poesía magmática, principio y fin de toda la poesía escrita. “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”. Son tus versos, que se han proyectado desde tu tiempo vivencial hacia el nuestro, sólo porque tú escribías desde el tiempo atemporal de tu alma, y ésta no sabe de tiempos finitos.  

Ahora nos corresponde a nosotros recomponer el maltrecho campo de la poesía -estoy de acuerdo contigo, siempre fueron malos tiempos para la lírica-, y no podemos olvidarnos de tus fuentes, de tu río, tu Guadalquivir espiritual, que vislumbramos luminoso y claro allende de las montañas. Desciende cantado entre riscos, precipitándose contras las rocas, acaricia las orillas con sus manos de agua, sus pies de agua, sus dedos de agua, y su pluma de escribir son sus yemas de agua, anacaradas, blancas de espuma blanca. A medida que crece se calma, a medida que realiza su recorrido vital se asienta, a medida que se acerca a la desembocadura con el mar prepara su finiquito y de seguido se marcha caminito de la luz.

Porque la espiritualidad es luz, el alma humana es luz, también lo es el espíritu humano, la poesía es luz, las horas son luz y el tiempo es luz. Luz para deslumbrar a los visionarios, para alumbrar a los poetas pues sólo lo son de la luz. Ya lo dijo el otro poeta de Sevilla, el Machado, D. Antonio: ““Yo veo la poesía como un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes. Pero hoy, después de haber meditado mucho, he llegado a una afirmación: todos nuestros esfuerzos deben tender hacia la luz, hacia la conciencia”. Porque la luz es el principio del encuentro del hombre consigo mismo, es su fuente de conocimientos, su guía espiritual permanente y, además, representa el origen del hombre allá en el tiempo atemporal del espacio tiempo y del vacío primigenio.

La espiritualidad de G. A. Bécquer existía en el poeta desde su esencialidad infantil, desde el mismo momento de su nacimiento, incluso antes porque de la espiritualidad partimos y de ella nacemos todos los seres humanos. En ella radica el principio de la universalidad de la obra de arte, que asociado a la atemporalidad hacen que la poética becqueriana siga estando de vigente actualidad y continúe ejerciendo el embrujo y atracción con los que embelesa a su lectores. No queramos usurpar el valor de la palabra poética, esencial, envolviéndola en el resultado facilón del artificio; esa no es la misión del poeta, no es el resultado de la gran poesía, son florituras carentes de sentido poético, donde el uso de la palabra se esclaviza sometiéndola a la patética grandilocuencia de la oratoria. Y la palabra de la oratoria nunca ha sido palabra poética; a los hechos me remito.

... y no podemos olvidarnos de tus fuentes,
de tu río, tu Guadalquivir espiritual,


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