| Río Guadalquivir a su paso por Sevilla |
LA ESPIRITUALIDAD EN G. A. BÉCQUER II
Porque fueron ellos, tus amigos, Gustavo, quienes sintieron el
necesario agradecimiento hacia la persona que tanto les había dado en vida, que
tan magníficamente condujo los hilos metafóricos de la poesía para dotarla de
nuevos ritmos, breves y concisos, como manda el lenguaje de las almas: concreción,
sutileza, brevedad, palabra sencilla y comprensible, ritmo y rompimiento del
ritmo para adornas los versos con los nuevos ritmos de la increíble dinámica
vital, y, en especial, dotar a la palabra de significado concreto, siendo el
significante en sí mismo, dotando al adjetivo de la naturaleza del sustantivo.
Ahí radica el secreto de la gran poesía, de la poesía espiritual que ignora la
frase rimbombante, que desprecia el uso de la palabra por la palabra
construyendo florituras sin sentido y relega al olvido la palabra
exageradamente culta, ampulosa, sometida a la rígida contracción del “no ritmo”.
Tu hermosa espiritualidad, Gustavo, madre y esposa de tu genial verbo
creador, continúa embelesando las almas de los hombres y de las mujeres ciento
cuarenta y dos años más tarde. Así de sencillo, la sombra espiritual y alargada
del poeta se proyecta sobre el altar metafísico de la poesía, transformándose
en agua, siendo fuente y nacedero donde embeben su sed las generaciones de
poetas que de nuevo osan prender la pluma con mano decidida. Para que el
interminable proceso de la poesía siga siendo realidad, para que las aguas de
la poesía lentamente vayan reuniéndose en el gran río de la poesía madre, la
poesía magmática, principio y fin de toda la poesía escrita. “Podrá no haber poetas, pero siempre habrá
poesía”. Son tus versos, que se han proyectado desde tu tiempo vivencial
hacia el nuestro, sólo porque tú escribías desde el tiempo atemporal de tu
alma, y ésta no sabe de tiempos finitos.
Ahora nos corresponde a nosotros recomponer el maltrecho campo de la
poesía -estoy de acuerdo contigo, siempre fueron malos tiempos para la lírica-,
y no podemos olvidarnos de tus fuentes, de tu río, tu Guadalquivir espiritual,
que vislumbramos luminoso y claro allende de las montañas. Desciende cantado
entre riscos, precipitándose contras las rocas, acaricia las orillas con sus
manos de agua, sus pies de agua, sus dedos de agua, y su pluma de escribir son
sus yemas de agua, anacaradas, blancas de espuma blanca. A medida que crece se
calma, a medida que realiza su recorrido vital se asienta, a medida que se
acerca a la desembocadura con el mar prepara su finiquito y de seguido se
marcha caminito de la luz.
Porque la espiritualidad es luz, el alma humana es luz, también lo es el
espíritu humano, la poesía es luz, las horas son luz y el tiempo es luz. Luz
para deslumbrar a los visionarios, para alumbrar a los poetas pues sólo lo son
de la luz. Ya lo dijo el otro poeta de Sevilla, el Machado, D. Antonio: ““Yo veo la poesía como
un yunque de constante actividad espiritual, no como un taller de fórmulas
dogmáticas revestidas de imágenes más o menos brillantes. Pero hoy, después de
haber meditado mucho, he llegado a una afirmación: todos nuestros esfuerzos
deben tender hacia la luz, hacia la conciencia”. Porque la luz es el
principio del encuentro del hombre consigo mismo, es su fuente de
conocimientos, su guía espiritual permanente y, además, representa el origen
del hombre allá en el tiempo atemporal del espacio tiempo y del vacío
primigenio.
La espiritualidad
de G. A. Bécquer existía en el poeta desde su esencialidad infantil, desde el
mismo momento de su nacimiento, incluso antes porque de la espiritualidad
partimos y de ella nacemos todos los seres humanos. En ella radica el principio
de la universalidad de la obra de arte, que asociado a la atemporalidad hacen
que la poética becqueriana siga estando de vigente actualidad y continúe
ejerciendo el embrujo y atracción con los que embelesa a su lectores. No
queramos usurpar el valor de la palabra poética, esencial, envolviéndola en el
resultado facilón del artificio; esa no es la misión del poeta, no es el
resultado de la gran poesía, son florituras carentes de sentido poético, donde el
uso de la palabra se esclaviza sometiéndola a la patética grandilocuencia de la
oratoria. Y la palabra de la oratoria nunca ha sido palabra poética; a los
hechos me remito.
| ... y no podemos olvidarnos de tus fuentes, de tu río, tu Guadalquivir espiritual, |
No hay comentarios:
Publicar un comentario