martes, 9 de octubre de 2012

LA ESPIRITUALIDAD DE G. A. BÉCQUER III


Continuamos con el trabajo de ir abordando paulatinamente la hermosa y luminosa espiritualidad de Gustavo; a partir de este capítulo nos introduciremos en el estudio de sus leyendas sorianas, material que yo más domino, para ir desentrañando los secretos de un alma luminosa y que caminó por la tierra sembrando los caminos de poesía. Las conclusiones que de aquí se vayan extrayendo se pueden adaptar a cualquiera de sus otras leyendas, en consecuencia los lectores avezados pueden deducir por sí mismos los símbolos y mensajes contenidos en ellas. Terminaremos el trabajo abordando ese material tan delicado que son sus rimas, las cuales muestran retazos del alma emocionada del poeta. 


Puente de Mantible, sobre el Ebro, entre El Cortijo -La Rioja- y Asa -Álava-.
Aparece en el Quijote capítulo  XLIX


La Espiritualidad de G. A. Bécquer III


La espiritualidad viaja con el hombre desde el nacimiento hasta su muerte, cuando se produce el óbito ambos se separan y el espíritu del hombre continúa su proceso evolutivo camino de la gran espiritualidad, el encuentro con la deidad. Y en este aspecto el espíritu de G. A. Bécquer es muy evolucionado; en consecuencia, su preciosa espiritualidad permanece muy por encima del común de los mortales. El alma del poeta es vibrante, inquieta, inquisitiva con el entorno que le circunda; en consecuencia el hombre se convierte en un trotamundos impenitente, que se lanza a la aventura de reconocer la vida para “retratarla”, “amándola” desde su profundo humanismo, tejiendo el echarpe de su obra literaria desde el más conmovedor lirismo.  

G. A. Bécquer es un hermoso lujo literario, cuya presencia en Soria elevó a esa tierra al epicentro de la poética narrativa, proyectando la imagen del suelo poético soriano en todos los círculos culturales del país. Querámoslo o no, insisto, el poeta sevillano es el padre de la proyección poética de Soria en la poesía moderna; realizando un primer trabajo de zapa puso al servicio de la literatura su potencial poético, de modo que los sucesivos “machados” solamente tuvieron que empaparse de G.A. Bécquer antes de emprender sus trabajos.

El poeta llega a Soria al reencuentro con la poética narrativa épico espiritual, faceta que ya cultiva con anterioridad, sus personajes no serán héroes de fieras batallas o víctimas de las ambiciones e insidias de los hombres, sino seres humanos a la busca de la utópica épica amorosa, donde la dualidad “Eros Tanatos” impone los elementos de la tragedia que han de atrapar al lector. La primorosa predisposición de Bécquer para la narrativa poética envuelve al lector en un halo de misterio propicio no ya para liberar la imaginación, sino para liberar el alma del ser, que en alguna forma se encuentra ante el idílico paraíso espiritual perdido: El Rayo de Luna, Los Ojos Verdes y La Corza Blanca pertenecen a esa narrativa “amorosa”, espiritualmente ensalzada por mediación de la busca y encuentro efímero con el prototipo de la mujer ideal, que todo hombre lleva dentro de sí en el fondo de su alma. Personalmente sostengo que todos los hombres portamos la imagen de la mujer ideal grabada en nuestro ser interno, como de igual modo también la lleva la mujer de su hombre ideal.

Una vez llegados a este punto, es necesario reflexionar en torno a la capacidad de atracción de la intensa luz de los cielos sorianos, mujer y luz becquerianas; también de la poderosa energía que vibra en el espacio soriano sobre sus páramos, valles y montes, fuerza interior y sensualidad del alma en la mujer becqueriana; atrayendo hacía sí las desbordantes sensibilidad y sensualidad del autor, quien, suponemos, previamente se reencontraba con su tenue alma universal en los momentos previos a la realización de sus trabajos literarios.

¡Su voz!... Su voz la he oído...; su voz es suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos, y su andar acompasado y majestuoso como las cadencias de una música. Y esa mujer, que es hermosa como el más hermoso de mis sueños de adolescente, que piensa como yo pienso, que gusta de lo que yo gusto, que odia lo que yo odio, que es un espíritu hermano de mi espíritu, que es el complemento de mi ser, ¿no se ha de sentir conmovida al encontrarme? ¿No me ha de amar como yo la amaré, como la amo ya, con todas las fuerzas de mi vida, con todas las facultades de mi alma?

El amor, la grandeza del amor becqueriano unifica los sentimientos de sus personajes, armoniza la atracción y la relación de las almas en el binomio, “realidad e irrealidad”, que es común y dual en las relaciones de los amantes, y dota al espíritu humano de la genialidad del desvarío ante la presencia del ser amado. Porque el gran amor, espiritual, nunca se muestra serio y lógico en la mente de los hombres; para éstos es un estado aparte, efímero y transitorio, que dura justo el tiempo para que la relación de pareja se estabilice y de seguido desaparece. Pero en Bécquer el amor es el todo, principio, tránsito y fin de su espiritualidad; de ahí que sus personajes o bien mueran por amor o bien lleguen a la locura, que para el autor y en el caso concreto de sus personajes, es otra forma de muerte. Morir o enloquecer de amor, esa es la cuestión.


Al parecer coincide con el fantástico puente construido
por los árabes en territorio español. Leyenda de
Carlomagno y los Doce Pares de Francia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario