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| Laberinto vital |
Son ya demasiados años los que llevo con el tema de la espiritualidad
en el hombre, en la mujer, en el ser humano. Me place sentir al hombre en su
dualidad mutante, al encuentro de la gran sabiduría que anida en el alma del
hombre; dualidad que nos dota de la unicidad tan necesaria para llegar al
equilibrio existencial, desde donde podamos realizar nuestra obra para legarla
a las generaciones siguientes. Es una constante en las sucesivas vidas de los
seres humanos, nos esforzamos por realizar una obra con nuestro trabajo y
cuando lo hemos conseguido resulta que morimos de viejos. Ahí queda el resultado,
moviendo conciencia, creando inquietud, abriendo los caminos inteligentes de un
humanismo culto, porque está demostrado que sin cultura no existe humanismo que
valga.
El hombre en sí mismo es su esencia espiritual, que fluye al exterior
a través de su obra artística, literaria o musical para atraer a los otros
hombres hacia el supremo lenguaje del espíritu; hacia el momento del éxtasis donde
han de encontrarse, fundirse y confundirse la inteligencia y sensualidad del
espíritu con la inteligencia y la sensualidad de la mente, permitiendo emerger
al “gran ser superior”, el gran ego, que todo lo sabe y dispones los diferentes
avatares de nuestro destino de acuerdo con el trabajo que tenemos que
desarrollar, y también marca los jalones de los caminos que en su momento
fueron propuestos a la consecución de nuestros fines espirituales y artísticos.
Ahí nos encontramos todos, en medio de la encrucijada de los caminos
que se hacen al andar; debatiendo con nosotros mismos la dirección a seguir,
para no equivocarnos, para no perder el tiempo andando y desando trayectos ilusorios
e inútiles. Y en cada encrucijada la misma eterna pregunta: ¿cuál es la
dirección correcta?, y es necesario pararse, dejarse llevar por la “no acción”
escuchando al destino. ¡Qué hable él!, ¡qué hable él!, parecen decirse los hombres
sabios al tiempo que rebuscan en la mochila del tiempo su rosa de los vientos
espiritual. La que inmisericorde marca el norte de cada persona, y pobre de
aquellos que la pierdan porque sus vidas acabarán en fracaso.
Mirando atrás sin ira, comprendemos que hemos ido dejando las perlas
de nuestros trabajos a disposición de la humanidad, también a la nuestra pues
el trabajo realizado ya no es necesario repetirlo. El hilo azul va engarzando
las sucesivas vidas a la rueca del tiempo, y ésta sigue girando, girando,
girando eternamente, por el tiempo por llegar, por el tiempo del tiempo; y
nosotros nos iremos y volveremos a ser engarzados al hilo azul, y de nuevo la vieja
rueca, y de nuevo la obra nueva y de nuevo la tan ansiada evolución camino de la
gran espiritualidad. En medio la luz de la unicidad, la eterna luz de los
espíritus sabios iluminando el camino sombrío de la tozudez social, de la
ignorancia social, del despotismo de los poderosos cuyas sentencias y malas
maneras condenan a los hombres al infierno de la ignorancia.
Mirando al norte o mirando al sur la estrella polar de la gran
espiritualidad espera paciente a los hombres mansos, que generosamente legaron
su obra a la humanidad para el bien de la humanidad, propiciando su evolución
espiritual y que algún día les llevará a la universalidad; aquella que dice que
todo lo creado es una proyección del principio creador, incluyendo a los
hombres, por supuesto. Así que desde el nacimiento el niño ya es el hombre que
será, el adolescente ya es el hombre que será, el joven ya es el hombre que
será, y por más que lo enredemos no existe otra ecuación que miniminice el
impacto. El hombre morirá joven o morirá viejo, poco importa, será el hombre
que será.
Ahí te quiero ver G. A. Bécquer, muriéndote hombre joven cuando habías
iniciado tu vida siendo poeta adolescente; entregando tus trabajos literarios -en
forma de rimas, leyendas y cartas- a la humanidad y muriéndote en ese acto
heroico del anonimato literario en formato libro. Ahí te quiero ver amigo,
contemplando desde el otro lado los devaneos y esfuerzos de tus amigos, los
Nombela, buscando y rebuscando tus escritos por los periódicos, entre tus
papeles, y poniendo orden al hermoso “caos” de tu obra literaria. ¿Hay quién dé
más?, dejarse morir lindamente para dar trabajo a los amigos; a eso se le llama
solidaridad, entre amigos, de ti hacia ellos, de ellos a tu recuerdo
imperecedero.
(Continuará)
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| De oca a oca y tiro porque me toca |


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