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| Portada de la novela ya maquetada |
Hoy, he dado por concluidos los trabajos de corrección de mi novela "Gente Anónima", ardua y pesadísima labor es esta de corregir seiscientas cincuenta páginas, que a groso modo será la extensión de la obra una vez se realice la maquetación en formato libro. Este otoño, noviembre, la obra estará en las librerías para asombro de propios y extraños, y mirad por donde, la Ciudad de Logroño entrará en los anales de la historia literaria en castellano por obra y gracia de mi prodigiosa mano. Cosas de la vida y por supuesto de la magia de las palabras que bien encadenadas producen tanto placer al leerlas y también al escribirlas, que, dicho sea de paso, es uno de los pocos placeres que los autores academicistas, lease novelistas de lance, nos permiten a los autores serios y concienzudos, que desde luego no renegamos de nuestra condición de literatos comprometidos con el hecho cultural y literario.
Os pongo la miel en la boca para que vayáis degustando las exquisiteces de la gran narrativa actual. Modestia aparte, mis abuelas han muerto las dos, pobrecitas, que disfruten en la gloria de los piadosos.
(fragmento)
En un santiamén el joven se encuentra bajo
la ducha y en un abrir y cerrar de ojos termina. Con la toalla alrededor de la
cintura reaparece en el dormitorio sonriente, relajado y el pelo escupiendo
agua, en silencio se acerca a ella por la espalda, y tomándola por la cintura
la aprieta con fuerza contra su cuerpo. La muchacha permanece contra el
ventanal del balcón, mira a los tejados y contempla la fachada de la iglesia
románica. Mientras la sujeta con el brazo derecho, la mano izquierda recorre el
pecho acariciándole los senos, de cuando en cuando se desliza hacia la parte
inferior del vientre que es repelida por la mujer, ella está decidida a
mantener unas relaciones de plenitud. De pronto se revuelve hacia él y le
estampa boca contra boca, allí permanecen un buen rato sumergidos en la calidez
de las bocas.
Ya sea porque ella le quiere, ya porque él
la ama, ya porque los dos se necesitan, la cuestión es que se demoran y no
salen hasta las nueve y media dispuestos a devorar la noche del sábado, luego
de haberse devorado a besos en acuerdo mutuo. Dado lo tardío de la hora deciden
acercarse a las consabidas callejuelas del poteo, donde las puertas de las
tabernas se suceden unas a otras como cuentas de rosario, para cenar a base de
pinchos. Es obvio reseñar que la salida es obligada, puesto que el frigorífico
de nuestra buena amiga, a tenor de las últimas circunstancias, está más vacío
que el salón de actos del ateneo de la ciudad durante un recital de poesía;
abrirlo es un poema, el pobre está más tieso que las manitas de un niño en
tarde de ventoso cierzo. Ya en la calle, él la toma por el hombro con la
familiaridad de quienes mantienen una relación estable, por su parte la mujer
se deja hacer y ambos caminan dispuestos a mostrar al mundo la plenitud de su
amor.
A la luz de las farolas brillan los
adoquines de la plaza de la iglesia románica, multiplicándose los reflejos como
serpientes reptando por el suelo de la calle; el sirimiri es magro, siguiendo
su metódico hacer acabará calando a cuantos ilusos piensen que no es necesario
el paraguas, entre los que se encuentran nuestros dos protagonistas. Engaña
tanto como los vinos de cuerpo ligero a los bebedores inexpertos, en especial
si se beben en bodega, el contacto suave y fresquito del vino en la cueva hace
creer a los ilusos que se puede tomar como agua, olvidándose que es vino;
¡caramba!, muy natural es cierto, ahora bien, no debe olvidarse que tiene sus
doce o trece grados de alcohol, por lo que antes o después acabará
emborrachando al personal si no se anda con tiento. El vino es el vino, el vino
es el vino de los dioses y también el vino de los demonios, allá cada cual el
vino que toma, pero es recomendable tener cuidadito cuando los demonios se
encabritan.
Precisamente, uno de los divertimentos del
personal, por estos pagos, consiste en emborrachar a los forasteros en la
bodega, acción que no resulta complicada pues los neófitos se empecinan en
pasarse de listos, haciendo demostraciones tontas para las que no están
preparados ni de coña. En cierta ocasión, una pareja de invitados míos vinieron
de una ciudad próxima a pasar un fin de semana, fuimos a merendar a la bodega
con otros amigos y el marido se empecinó en montarla. Es agua, decía, este
vinillo es agüita, insistía. Después de varios consejos le dimos de lado, el
resultado fue que al día siguiente se levantaba a las tres y media de la tarde
hecho polvo, entonces ya no se reía.
Brillan los adoquines de la plazuela, las
piedras mojadas de la iglesia y del palacio renacentista responden con sus
reflejos húmedos a las modestas luces de las farolas, el persistente sirimiri
dirige la sinfonía de agua y de luz en su concierto de otoño. Contra las
figuras corroídas de la portada gótica, los claroscuros de la noche crean en el
espectador la impresión de hallarse ante algo inconcreto, casi fantasmal; por
los efectos de la erosión, producida a lo largo de los siglos, las figuras se
han desgastado, en buena medida casi desaparecido, líneas y volúmenes se
estructuran en formas esquemáticas tendiendo hacia la vital y moderna
abstracción, incluso hacia el primitivismo, haciendo trasponer el tiempo pasado
de varios siglos atrás hasta nuestra época. Románicas en el trece, digamos que
góticas en el quince, se convierten en esculturas abstractas en el veintiuno,
cosas de la vida, para que luego digan que los elementos naturales no son
inteligentes y que no trascienden el tiempo.
Al salir de la plazoleta giran hacia la
derecha, más adelante lo hacen a la izquierda para entrar en la calle de los
soportales, de este modo caminarán protegidos de la lluvia y llegarán
tranquilos a las callejuelas de las tabernas. ¿Por dónde empezaremos la ronda?
Pregunta la mujer en tono despreocupado, aferrándose a la cintura del hombre.
Si te parece iniciamos en la taberna de los champiñones, hacemos un poco de
boca y los acompañamos con un reserva de la tierra, los dos entran suaves y
dejan buen saborcillo en el paladar, ¡Vale!, magnífica idea. Responde la
muchacha, que prosigue a modo de aclaración. A mí esos vinos me entonan, además
me encanta los pinchos de champiñones, ¡Claro!, a mí también, si morro y buen
gusto tenemos todos. Responde el compañero en un deje un tanto burlón. Ante la
salida del hombre los dos se ríen, poco después se paran y se funden en un
abrazo al amparo de los soportales. Algunos transeúntes se les quedan mirando
al transitar a su lado; pero ellos, que viven y sienten al margen de los demás,
permanecen cobijados en su nimbo amoroso.


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