miércoles, 12 de septiembre de 2012

GENTE ANÓNIMA

Portada de la novela ya maquetada


Hoy, he dado por concluidos los trabajos de corrección de mi novela "Gente Anónima", ardua y pesadísima labor es esta de corregir seiscientas cincuenta páginas, que a groso modo será la extensión de la obra una vez se realice la maquetación en formato libro. Este otoño, noviembre, la obra estará en las librerías para asombro de propios y extraños, y mirad por donde, la Ciudad de Logroño entrará en los anales de la historia literaria en castellano por obra y gracia de mi prodigiosa mano. Cosas de la vida y por supuesto de la magia de las palabras que bien encadenadas producen tanto placer al leerlas y también al escribirlas, que, dicho sea de paso, es uno de los pocos placeres que los autores academicistas, lease novelistas de lance, nos permiten a los autores serios y concienzudos, que desde luego no renegamos de nuestra condición de literatos comprometidos con el hecho cultural y literario.

Os pongo la miel en la boca para que vayáis degustando las exquisiteces de la gran narrativa actual. Modestia aparte, mis abuelas han muerto las dos, pobrecitas, que disfruten en la gloria de los piadosos.



Aferraros a la vida que está en vosotros


Gente Anónima
     (fragmento)

En un santiamén el joven se encuentra bajo la ducha y en un abrir y cerrar de ojos termina. Con la toalla alrededor de la cintura reaparece en el dormitorio sonriente, relajado y el pelo escupiendo agua, en silencio se acerca a ella por la espalda, y tomándola por la cintura la aprieta con fuerza contra su cuerpo. La muchacha permanece contra el ventanal del balcón, mira a los tejados y contempla la fachada de la iglesia románica. Mientras la sujeta con el brazo derecho, la mano izquierda recorre el pecho acariciándole los senos, de cuando en cuando se desliza hacia la parte inferior del vientre que es repelida por la mujer, ella está decidida a mantener unas relaciones de plenitud. De pronto se revuelve hacia él y le estampa boca contra boca, allí permanecen un buen rato sumergidos en la calidez de las bocas. 

Ya sea porque ella le quiere, ya porque él la ama, ya porque los dos se necesitan, la cuestión es que se demoran y no salen hasta las nueve y media dispuestos a devorar la noche del sábado, luego de haberse devorado a besos en acuerdo mutuo. Dado lo tardío de la hora deciden acercarse a las consabidas callejuelas del poteo, donde las puertas de las tabernas se suceden unas a otras como cuentas de rosario, para cenar a base de pinchos. Es obvio reseñar que la salida es obligada, puesto que el frigorífico de nuestra buena amiga, a tenor de las últimas circunstancias, está más vacío que el salón de actos del ateneo de la ciudad durante un recital de poesía; abrirlo es un poema, el pobre está más tieso que las manitas de un niño en tarde de ventoso cierzo. Ya en la calle, él la toma por el hombro con la familiaridad de quienes mantienen una relación estable, por su parte la mujer se deja hacer y ambos caminan dispuestos a mostrar al mundo la plenitud de su amor.
 
A la luz de las farolas brillan los adoquines de la plaza de la iglesia románica, multiplicándose los reflejos como serpientes reptando por el suelo de la calle; el sirimiri es magro, siguiendo su metódico hacer acabará calando a cuantos ilusos piensen que no es necesario el paraguas, entre los que se encuentran nuestros dos protagonistas. Engaña tanto como los vinos de cuerpo ligero a los bebedores inexpertos, en especial si se beben en bodega, el contacto suave y fresquito del vino en la cueva hace creer a los ilusos que se puede tomar como agua, olvidándose que es vino; ¡caramba!, muy natural es cierto, ahora bien, no debe olvidarse que tiene sus doce o trece grados de alcohol, por lo que antes o después acabará emborrachando al personal si no se anda con tiento. El vino es el vino, el vino es el vino de los dioses y también el vino de los demonios, allá cada cual el vino que toma, pero es recomendable tener cuidadito cuando los demonios se encabritan.

Precisamente, uno de los divertimentos del personal, por estos pagos, consiste en emborrachar a los forasteros en la bodega, acción que no resulta complicada pues los neófitos se empecinan en pasarse de listos, haciendo demostraciones tontas para las que no están preparados ni de coña. En cierta ocasión, una pareja de invitados míos vinieron de una ciudad próxima a pasar un fin de semana, fuimos a merendar a la bodega con otros amigos y el marido se empecinó en montarla. Es agua, decía, este vinillo es agüita, insistía. Después de varios consejos le dimos de lado, el resultado fue que al día siguiente se levantaba a las tres y media de la tarde hecho polvo, entonces ya no se reía.
 
Brillan los adoquines de la plazuela, las piedras mojadas de la iglesia y del palacio renacentista responden con sus reflejos húmedos a las modestas luces de las farolas, el persistente sirimiri dirige la sinfonía de agua y de luz en su concierto de otoño. Contra las figuras corroídas de la portada gótica, los claroscuros de la noche crean en el espectador la impresión de hallarse ante algo inconcreto, casi fantasmal; por los efectos de la erosión, producida a lo largo de los siglos, las figuras se han desgastado, en buena medida casi desaparecido, líneas y volúmenes se estructuran en formas esquemáticas tendiendo hacia la vital y moderna abstracción, incluso hacia el primitivismo, haciendo trasponer el tiempo pasado de varios siglos atrás hasta nuestra época. Románicas en el trece, digamos que góticas en el quince, se convierten en esculturas abstractas en el veintiuno, cosas de la vida, para que luego digan que los elementos naturales no son inteligentes y que no trascienden el tiempo.

Al salir de la plazoleta giran hacia la derecha, más adelante lo hacen a la izquierda para entrar en la calle de los soportales, de este modo caminarán protegidos de la lluvia y llegarán tranquilos a las callejuelas de las tabernas. ¿Por dónde empezaremos la ronda? Pregunta la mujer en tono despreocupado, aferrándose a la cintura del hombre. Si te parece iniciamos en la taberna de los champiñones, hacemos un poco de boca y los acompañamos con un reserva de la tierra, los dos entran suaves y dejan buen saborcillo en el paladar, ¡Vale!, magnífica idea. Responde la muchacha, que prosigue a modo de aclaración. A mí esos vinos me entonan, además me encanta los pinchos de champiñones, ¡Claro!, a mí también, si morro y buen gusto tenemos todos. Responde el compañero en un deje un tanto burlón. Ante la salida del hombre los dos se ríen, poco después se paran y se funden en un abrazo al amparo de los soportales. Algunos transeúntes se les quedan mirando al transitar a su lado; pero ellos, que viven y sienten al margen de los demás, permanecen cobijados en su nimbo amoroso.  

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