sábado, 5 de mayo de 2012

PÁGINA CUARTA O DE LA PERSONALIDAD


Todos los días asistimos al prodigio de reinventarnos al amanecer


He visto llegar a mi rostro en el rostro de otro rostro, trascendía desde las sombras de lo impalpable, venía recorriendo el último tramo marcado por el destino inmisericorde; porque la vida es el síndrome de Sísifo aplicado a cada una de nuestras experiencias vitales, que insistentemente nos obligan a los hombres a practicar en la senda de la sabiduría. El conocimiento adorna al espíritu con su aureola del triunfo, matiza los canales por donde discurre el análisis, sirve de cedazo selector en la aplicación de la síntesis, predispone las condiciones que harán factible la gran abstracción de nuestra inteligencia. Porque en gran medida la sabiduría es experimentación, debe ésta realizarse con mesura y precisión, nada de prisas ni carreras alocadas, sin miedos ni temores y libres del pánico, con dudas existenciales pero sin vacilación, después todo queda tan claro como el agua en el arroyo de la verdad.

Pero mi rostro no era mi rostro, ¡si lo sabré yo!, era la faz de otro rostro que se aprestaba a la practica “del otro yo”, y mi yo permanecía estático, el poder de la contemplación ente el manifiesto de la vida, a la espera de cómo había de actuar el personaje llamado a ser mi doble. Él, exclusivamente él, es el único protagonista del gran libro de las gentes anónimas. Por consiguiente hará de su capa un sayo, haciendo y deshaciendo según le venga en gana, actuando de acuerdo a su propia idiosincrasia; por supuesto, se supone, que usará las sutilizas de la lógica humana, la sensual explosión de los sentidos, la sensibilidad en la percepción de su entorno y la sagaz penetración de su exquisita inteligencia en el desarrollo del análisis psicológico de las personas que le rodean. Yo, por mi parte, testigo mudo e inexistente para él en esta experiencia, permaneceré atento a cuanto suceda, estaré callado muy callado, analizaré con determinación cada uno de sus actos, penetraré en el santa sanctórum de su personalidad íntima, estudiaré con detenimiento sus discursos, aprenderé de su capacidad de entrega en el amor, tomaré detalladas notas de sus pensamientos y vivencias para transcribirlos a la cuartilla en blanco de mi mente a mi mejor manera. Porque su personalidad será parte de mi personalidad y el desdoblamiento de ambos originará, a intervalos, nuestra personalidad dual.

Era una mañana de verano cuando mi rostro medio aturdido abandonaba el ensueño, se aprestaba a transcribir las actuaciones que por derecho propio le correspondían, pero ahora no era su ser. En aquellos momentos surgía un nuevo trabajo, durante su ejecución mi alma había de desdoblarse hasta lo más profundo; por un lado mi rostro de la contemplación, bien calladito y expectante, y del otro mi rostro de la acción que no era mi rostro y que estaba dispuesto a destronarme. Dualidad existencial, Yin y Yang, positivo y negativo, luz y sombra. La dualidad humana provoca en el ser existencial el acuerdo de conductas en concordancia con los sentimientos o en contradicción con los mismos. Durante el acto de la contemplación revierte hacia el interior, al espíritu, las cadencias de la belleza externa fusionándolas con las cadencias internas, la unión de estos ritmos lo enamoran en el éxtasis de la abstracción contemplativa. A la manifestación de estos fenómenos le llamamos armonía en la no acción.

Por su parte, él, mi doble, deberá morir por prestarse a experimentar una vida que no le corresponde, le es ajena; le permitieron usurparla en una partida de dados cuando el destino, previo advertirle severamente, tuvo a gala jugarla con él. Porque nadie puede vivir la vida de nadie sin pagar un alto precio por su atrevimiento y osadía, a nadie se le permite alquilar la esencia de nadie sin tributar un gran precio, nadie puede morir por nadie sin encontrarse con la muerte.

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