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| Todos los días asistimos al prodigio de reinventarnos al amanecer |
He visto llegar a mi rostro en el rostro de otro rostro, trascendía desde las sombras de lo impalpable, venía recorriendo el último tramo marcado por el destino inmisericorde; porque la vida es el síndrome de Sísifo aplicado a cada una de nuestras experiencias vitales, que insistentemente nos obligan a los hombres a practicar en la senda de la sabiduría. El conocimiento adorna al espíritu con su aureola del triunfo, matiza los canales por donde discurre el análisis, sirve de cedazo selector en la aplicación de la síntesis, predispone las condiciones que harán factible la gran abstracción de nuestra inteligencia. Porque en gran medida la sabiduría es experimentación, debe ésta realizarse con mesura y precisión, nada de prisas ni carreras alocadas, sin miedos ni temores y libres del pánico, con dudas existenciales pero sin vacilación, después todo queda tan claro como el agua en el arroyo de la verdad.
Pero mi
rostro no era mi rostro, ¡si lo sabré yo!, era la faz de otro rostro que se
aprestaba a la practica “del otro yo”, y mi yo permanecía estático, el poder de la contemplación ente el
manifiesto de la vida, a la espera de cómo había de actuar el personaje
llamado a ser mi doble. Él, exclusivamente él, es el único protagonista del
gran libro de las gentes anónimas. Por consiguiente hará de su capa un sayo,
haciendo y deshaciendo según le venga en gana, actuando de acuerdo a su propia
idiosincrasia; por supuesto, se supone, que usará las sutilizas de la lógica
humana, la sensual explosión de los sentidos, la sensibilidad en la percepción
de su entorno y la sagaz penetración de su exquisita inteligencia en el
desarrollo del análisis psicológico de las personas que le rodean. Yo, por mi
parte, testigo mudo e inexistente para él en esta experiencia, permaneceré
atento a cuanto suceda, estaré callado muy callado, analizaré con determinación
cada uno de sus actos, penetraré en el santa sanctórum de su personalidad
íntima, estudiaré con detenimiento sus discursos, aprenderé de su capacidad de entrega
en el amor, tomaré detalladas notas de sus pensamientos y vivencias para
transcribirlos a la cuartilla en blanco de mi mente a mi mejor manera. Porque
su personalidad será parte de mi personalidad y el desdoblamiento de ambos
originará, a intervalos, nuestra personalidad dual.
Era una
mañana de verano cuando mi rostro medio aturdido abandonaba el ensueño, se
aprestaba a transcribir las actuaciones que por derecho propio le
correspondían, pero ahora no era su ser. En aquellos momentos surgía un nuevo
trabajo, durante su ejecución mi alma había de desdoblarse hasta lo más
profundo; por un lado mi rostro de la contemplación, bien calladito y
expectante, y del otro mi rostro de la acción que no era mi rostro y que estaba
dispuesto a destronarme. Dualidad existencial, Yin y Yang, positivo y negativo, luz y sombra. La dualidad humana provoca en el ser existencial el acuerdo de
conductas en concordancia con los sentimientos o en contradicción con los
mismos. Durante el acto de la contemplación revierte hacia el interior, al
espíritu, las cadencias de la belleza externa fusionándolas con las cadencias
internas, la unión de estos ritmos lo enamoran en el éxtasis de la abstracción
contemplativa. A la manifestación de estos fenómenos le llamamos armonía en
la no acción.
Por su
parte, él, mi doble, deberá morir por prestarse a experimentar una vida que no
le corresponde, le es ajena; le permitieron usurparla en una partida de dados
cuando el destino, previo advertirle severamente, tuvo a gala jugarla con él.
Porque nadie puede vivir la vida de nadie sin pagar un alto precio por su
atrevimiento y osadía, a nadie se le permite alquilar la esencia de nadie sin
tributar un gran precio, nadie puede morir por nadie sin encontrarse con la
muerte.

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