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| Amanecer en Valencia. 21/04/12. Los toros, como el hombre, como el sol y como el tiempo son universales. |
He visto
llegar mi rostro en la neblina de la mañana, trascendía desde el rocío de las
flores que indolentes se dejan engalanar por la luz del sol; venía jugando con
los toros bravos que moran en la extensa dehesa, surcada por riachuelos de
aguas blancas, y las reses en el amanecer proclamaban al unísono su identidad
al día llegado. Mi rostro se había multiplicado a sí mismo y viajada montado en
la frente de los astados, apoyaba los brazos en los cuernos y se arropaba en la
sutileza de la inteligencia que manaba de la manada. El grupo expresaba a la
vez el signo de la fuerza regeneracional y el poderío de la virilidad mutante;
era algo así como las sinergias de los fenómenos tauromágicos que nuevamente se
aprestaban a la protección de la vida, tributando honores de fidelidad a la
verdad que permanece en contacto con el camino de lo auténtico. Y mi rostro
pugnaba con la humilde insistencia, para abrir nuevas veredas en la complicada
senda del análisis metafísico.
Porque allí
donde se pensaba que la existencia no era, en realidad sí existía, simplemente
los hombres no habían encontrado los métodos de detección. La práctica común
dice que el ser humano niega la verdad del conocimiento, como método de defensa
ante su propia ignorancia. Para el personal aquello que su ignorancia les dice
que no es, no es que no exista, sencillamente abominan de la existencia de lo
desconocido por miedo a delatar sus escasos valores culturales. De hecho ahí
radica el principio de la ignorancia: se
dogmatiza en nombre de dioses erráticos y con posterioridad el comportamiento
social y cultural se soporta en el ejercicio del error.
La fuerza de
la inteligencia marcaba en la manada sus actuaciones en defensa de la
existencia noble, cuyo empuje en la embestida redoblaba el poderío de sus astas
-el paso por el fuego fortalece al hierro-, sosteniendo el estandarte de la luz
en su frente ancha y en su mirada vivaz. La dignidad en el comportamiento de
los toros denotaba el respeto que sentían ante la vida dadivosa, al tiempo que
la existencia se dignificaba con la aceptación mental, libre y voluntaria, que
los astados habían realizado de sí mismos y del entorno en el que moraban. Porque la libertad es el origen y el fin
de la libertad, no debemos
apartar a los toros de sus veredas de la libertad o se revolverán contra el
trasgresor; ellos fueron nombrados los “guardianes” de la libertad, son los
delfines de las mitologías libertarias, que despiertan para aportar la esencia
vivificante de la vida al principio existencial.
Era en la
dehesa, en una mañana de verano, la manada caminaba por los senderos en
dirección al arroyo, se dirigían a saciar su sed de luz en las aguas, que a su
llegada reflejarían los rayos del sol emergente. La luz del conjunto de las
estrellas transmutada en la luz de una sola estrella, algo así como la dualidad
de los hombres elevada al resplandor divino, allí donde el tiempo se paraliza: nuestra estrella es su luz, su luz en
cada estrella. Porque los seres humanos somos lo que mostramos, más la
luz del espíritu que proyecta la fuerza de la inteligencia interna, que es
fuente de conocimiento y sabiduría. Y, a través de nuestro espíritu, somos el
tiempo pasado y presente, más el futuro unidos en la simbiosis de los tiempos; algo
semejante a la semilla que genera el árbol, para, a su vez, ser generada por el
árbol y así hasta la infinitud. Sin embargo, cada semilla es su semilla y no
otra, posee su identidad y no puede ser anulada por otra identidad ajena a su
propia esencia, sólo ella podría, dado el caso hipotético, anularse a sí misma,
pero es harto improbable puesto que la vida le obligaría a ser ante la vida,
por ello se obligará frente a su ser.
Ser
existencial y ser esencial son conceptos mágicos que pueden parecer sinónimos,
tienden a aparentar el mismo significado, pero se contradicen en el factor
tiempo; el fenómeno se debe a que el ser esencial (la esencia del ser) pervive
más allá del tiempo, digamos que por encima del tiempo, luego es atemporal;
mientras que el ser existencial (la existencia en al Tierra) permanece
indisolublemente atado a la fuerza dual de la semilla inteligente del tiempo
terrestre, que es nuestro tiempo existencial y no atemporal, en definitiva, se
trata del tiempo que nosotros pretendemos conocer y dominar.

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