domingo, 29 de abril de 2012

Página tercera o de la inteligencia


Amanecer en Valencia. 21/04/12.
Los toros, como el hombre, como
el sol y como el tiempo son universales.


He visto llegar mi rostro en la neblina de la mañana, trascendía desde el rocío de las flores que indolentes se dejan engalanar por la luz del sol; venía jugando con los toros bravos que moran en la extensa dehesa, surcada por riachuelos de aguas blancas, y las reses en el amanecer proclamaban al unísono su identidad al día llegado. Mi rostro se había multiplicado a sí mismo y viajada montado en la frente de los astados, apoyaba los brazos en los cuernos y se arropaba en la sutileza de la inteligencia que manaba de la manada. El grupo expresaba a la vez el signo de la fuerza regeneracional y el poderío de la virilidad mutante; era algo así como las sinergias de los fenómenos tauromágicos que nuevamente se aprestaban a la protección de la vida, tributando honores de fidelidad a la verdad que permanece en contacto con el camino de lo auténtico. Y mi rostro pugnaba con la humilde insistencia, para abrir nuevas veredas en la complicada senda del análisis metafísico.

Porque allí donde se pensaba que la existencia no era, en realidad sí existía, simplemente los hombres no habían encontrado los métodos de detección. La práctica común dice que el ser humano niega la verdad del conocimiento, como método de defensa ante su propia ignorancia. Para el personal aquello que su ignorancia les dice que no es, no es que no exista, sencillamente abominan de la existencia de lo desconocido por miedo a delatar sus escasos valores culturales. De hecho ahí radica el principio de la ignorancia: se dogmatiza en nombre de dioses erráticos y con posterioridad el comportamiento social y cultural se soporta en el ejercicio del error.

La fuerza de la inteligencia marcaba en la manada sus actuaciones en defensa de la existencia noble, cuyo empuje en la embestida redoblaba el poderío de sus astas -el paso por el fuego fortalece al hierro-, sosteniendo el estandarte de la luz en su frente ancha y en su mirada vivaz. La dignidad en el comportamiento de los toros denotaba el respeto que sentían ante la vida dadivosa, al tiempo que la existencia se dignificaba con la aceptación mental, libre y voluntaria, que los astados habían realizado de sí mismos y del entorno en el que moraban. Porque la libertad es el origen y el fin de la libertad, no debemos apartar a los toros de sus veredas de la libertad o se revolverán contra el trasgresor; ellos fueron nombrados los “guardianes” de la libertad, son los delfines de las mitologías libertarias, que despiertan para aportar la esencia vivificante de la vida al principio existencial. 

Era en la dehesa, en una mañana de verano, la manada caminaba por los senderos en dirección al arroyo, se dirigían a saciar su sed de luz en las aguas, que a su llegada reflejarían los rayos del sol emergente. La luz del conjunto de las estrellas transmutada en la luz de una sola estrella, algo así como la dualidad de los hombres elevada al resplandor divino, allí donde el tiempo se paraliza: nuestra estrella es su luz, su luz en cada estrella. Porque los seres humanos somos lo que mostramos, más la luz del espíritu que proyecta la fuerza de la inteligencia interna, que es fuente de conocimiento y sabiduría. Y, a través de nuestro espíritu, somos el tiempo pasado y presente, más el futuro unidos en la simbiosis de los tiempos; algo semejante a la semilla que genera el árbol, para, a su vez, ser generada por el árbol y así hasta la infinitud. Sin embargo, cada semilla es su semilla y no otra, posee su identidad y no puede ser anulada por otra identidad ajena a su propia esencia, sólo ella podría, dado el caso hipotético, anularse a sí misma, pero es harto improbable puesto que la vida le obligaría a ser ante la vida, por ello se obligará  frente a su ser.

Ser existencial y ser esencial son conceptos mágicos que pueden parecer sinónimos, tienden a aparentar el mismo significado, pero se contradicen en el factor tiempo; el fenómeno se debe a que el ser esencial (la esencia del ser) pervive más allá del tiempo, digamos que por encima del tiempo, luego es atemporal; mientras que el ser existencial (la existencia en al Tierra) permanece indisolublemente atado a la fuerza dual de la semilla inteligente del tiempo terrestre, que es nuestro tiempo existencial y no atemporal, en definitiva, se trata del tiempo que nosotros pretendemos conocer y dominar.

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