lunes, 27 de febrero de 2012

LA NOCHE LOCA



Girando a nuestro alrededor. Cosa de locos

Eran algo así como las once de la noche, calle de San Juan, Logroño. Siguiendo mi costumbre de chiquitero empedernido, ya sabéis, consiste en el noble ejercicio de apagar la sed a base de vinos hasta que se funde la mente, me encontraba tomando el que había pensado sería mi penúltimo vino antes de largarme en dirección a mi casas. Digo penúltimo porque entre los chiquiteros existe la tradición de nunca, bajo ningún concepto, referirse al último; el cual llegará, inevitablemente, cuando el personal mire la hora y entienda que debe largarse, con el fin de mantener las consabidas buenas relaciones con la parienta, que dicho sea de paso suelen poner el vinagre en la vida de los poteadores. Y es que en la vida de los bebedores de vinos suele sucederse el habitual estar bien, de la taberna, con el estar mal, en el hogar familiar; por eso mismo los frailes de la Edad Media crearon los calaos o bodegas y se dedicaron en cuerpo y alma al cultivo de la vid y a perfeccionar la elaboración de los caldos, se entiende que pudieran hacerlo porque no tenían mujer que les leyera la cartilla.

Bien, cuando más tranquilo estaba tomando mi chiquito y fumando en el salón de humos, es decir la puñetera calle, se me echa encima la torbellino y afamada bebedora de cervezas, desde hace varios lustros, Elena. Mujer a quien conozco desde ni sé cuántos años, ventajas de la edad que te hacen perder el sentido de los almanaques y su transcendental camino hacia el último día… Bebida, siguiendo su eterna tónica de la vida estaba bebida, normal en ella y también en cuantos osen desayunarse con alcohol manteniendo la misma dieta durante todo el día, y así día tras día. En el mismo bar tomamos, ella su birra y yo mi vino, luego nos fuimos a otro, adrede no determino su situación pues el resultado fue dramático, trágico, hiriente, doloroso, nauseabundo e inhumano. No sabía yo que las personas podían degradarse tan profundamente como para llegar a la infra humanidad, y no soy exagerado porque lo que me vi obligado a vivenciar fue terrorífico.

Entramos, nueva birra y nuevo vino, ya sabe el lector para quien va destinado una y otro. Al poco nos salimos a la calle a fumar, mierda de políticos que en lugar de legislar una ley anti tabaco se empecinan en abrumarnos con leyes anti fumador; pero, ¡claro está!, los fumadores no somos grandes corporaciones que andan por esos mundos sin dios untando a la vasca millones de voluntades en forma de pasta gansa. A los fumadores nos han convertido en los apestados del siglo veintiuno, los apestados del veinte fueron los borrachos, y todo en la vida social es cuestión de modas y modos y malas formas de la clase médica apoyándose en la basura ideológica religiosa de las oligarquías triunfantes, las que hacen con su nefasta influencia que la sociedad esté más podrida que la manzana de Eva.

Lo dicho, estamos en la puerta y al pronto una muchacha sale del bar escopeteada, nos empuja llevándonos por delante con sus aires de guerrillera. Ingenuo de mí pienso que está despechada de amores, bien del camarero, un tipo joven con buena presencia y de aspecto formal, o bien del dueño, un tipejo de mediana edad, mala catadura con cara de vinagre y de aspecto inquietante. Llegados a este punto debo aclarar que yo cuando voy solo no entro nunca a este establecimiento. Al llegar a la esquina se mete en la calleja que hace esquina con la fachada del bar, al pronto retorna sobre sus pasos, se encara con el dueño balbuceando unas palabras inconexas, y éste reacciona de forma violenta empujándola y tirándola al suelo. En la refriega la subnormal de Elena le propina un sopapo en la cara, que yo no veo porque me he retirado y de lo cual me entero después cuando se comenta la mierda de la historia.

La muchacha vuelve a retirarse al otro lado de la esquina, voy a buscarla por si necesita ayuda y la encuentro tirada en la calle junto a la pared, entonces pienso que está borracha. Al verme se pone de pie balbuceando palabras que no comprendo, en un castellano ininteligible acierta a decir algunas expresiones tales como: España una mierda, españoles sinvergüenzas,… La infalible Elena hace su presencia y la muchacha se aparta con temor, no entiendo el por qué, aún así decido alejar a Elena y me la llevo a la puerta de la taberna. Al poco la muchacha vuelve a la carga, enfurecida la toma con el expositor que el establecimiento tiene en la calle y lo destroza, la reacción del dueño es desorbitada, la tira, la patea y la arrastra por el suelo unos cuantos metros. Para entonces la calle es un espectáculo lamentable, y la gente se arremolina pero nadie interviene.

La muchacha sigue sin rendirse, increpa al dueño y de inmediato el cafre, fuera de sí, se echa la mano al cinto y empieza a desabrochárselo. “Ni se te ocurra tío”, la advierto severamente, “ni se te ocurra hacerlo”. Otro hombre que se ha acercado la recrimina severamente su acto y la mala bestia se reprime definitivamente. Al poco la muchacha se da por rendida definitivamente, se larga y vuelve la tensa calma. Yo quiero marcharme, pero necesito saber el por qué se ha montado semejante conflicto, por qué el dueño no ha llamado a la policía, y algunos otros interrogantes que están en el aire y de los que yo necesito su correspondiente respuesta. Una vez dentro del local la respuesta llega por sí misma, alguien comete una indiscreción y me entero, además de la bofetada que le había dado Elena, de que la muchacha había estado trabajando en el local. Ya no tengo que deducir nada, porque todo está expuesto sobre la mesa. La muchacha había sido empleada del local, no le habían dado de alta en la seguridad social y cuando fue a cobrar desde luego que cobró. El resto sin comentarios. España una mierda, españoles sinvergüenzas…

Por la actitud de los cinco que estamos presentes, deduzco que el que peor lo ha pasado ha sido el camarero, la reacción de su compañera es diferente, se ha permitido el lujo de regodearse con la hostia propinada por la beoda. Ahora es cuando en verdad yo tengo deseos de vengarme de mi ex amiga, al salir del local la convenzo para llevarla a la Plaza del Mercado y tomarnos unas copas en cualquier disco bar. No tardo en encontrar el apropiado, aunque todavía es pronto en uno de ellos hay una cuadrilla de unos diez jóvenes rozando los treinta y cinco años. El juego consiste en enredar la madeja, dejar que Elena se confíe y abandonarla dejándola sola, los jóvenes pronto se cansarán de ella y la mandarán a hacer gárgaras cuando se ponga pesada. Así que allí entramos, allí inicié la conversación, allí se dedicó Elena a bailar con ellos, allí empezaron los choteos, allí uno de los jóvenes se me excusó pensando que era mi mujer, allí le dije que sólo éramos “amigos”, allí cuando llegó el momento de tomar la tercera cerveza yo cogí mis bártulos y me largué a mi casa a eso de la una de la madrugada…

Ahora tengo una amiga menos, son cosas de la vida. Ahora tengo un país enfermo, que me duele. Ahora conozco a una muchacha valiente, que es capaz de defenderse hasta la extenuación incluso en las condiciones más desfavorables. Ahora me duele el corazón mientras escribo el texto de algo terrorífico que me tocó vivenciar, ser testigo activo y pasivo. Ahora me toca echar un brindis al sol deseándoles suerte a todos los hombres y mujeres que luchan persiguiendo la noble virtud de la dignidad. Ahora me toca maldecir la existencia de toda esa gentuza que actúa impunemente al modo inhumano del dueño de una taberna repúgnate.

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