LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN
VIII
Realizado el estudio,
somero, de las causas y condicionantes que han hecho posible la actual debacle
socioeconómica mundial, todos arruinados por mor de unos cuantos, tendremos que
entender en cuanto a los componentes del origen que han permitido semejante
estado de cosas. Por más que le demos vueltas a la situación, por más que
intentemos justificarnos los ciudadanos a consta de nuestra propio inocencia,
que en un principio es real, entenderemos que nosotros también somos
corresponsables de semejante estado de cosas y que nos han llevado a la devastación
socioeconómica actual. Estamos heridos, pero ello no debe ser óbice para que
olvidemos una vez más nuestra indolencia, al permitir que las instituciones
hayan sido atracadas ante nuestros propios ojos, en el silencio más absoluto
cuando no en la resignación proveniente del miedo a la denuncia pública. Miedo
a ser marcados por los señores del poder, miedo a ser desplazado de los centros
de la sociedad de consumo, miedo, en definitiva a perder la condición de
consumidores.
Hace ya más de trece
años que yo, ante un grupo de jóvenes “anarquistas”, les decía que era
necesario e imprescindible dejar de llamarse consumidores y en consecuencia les
urgía a recuperar la palabra ciudadanos. Basaba mi argumentación en el
siguiente razonamiento: ser ciudadanos siempre tendríamos la protección del
estado, a la cual teníamos derecho y el estado la obligación de
proporcionárnosla; mientras que al considerarnos consumidores perderíamos los
derechos que como ciudadanos nos garantizaba el estado, para convertirnos en
seres indefensos ante las agresiones de las grandes empresas de marketing y las
mega corporaciones. Me sorprendió la ofuscación general de aquellos jóvenes no
queriendo aceptar tales posibilidades, confirmándose a sí mismos en el hecho de
que la pérdida de la protección del estado no se produciría nunca, por lo tanto
daba lo mismo un nombre que otro. Sin embargo, ahora que nuestros estados están
“hipotecados” es cuando nos encontramos ante la patética realidad de la pérdida
de ciudadanía, el estado no sólo no nos protege, sino que nos castiga y nos
secuestra las protecciones necesarias a todos los ciudadanos para mantener las
constantes de una vida en dignidad.
Existe un efecto
curioso del que no me cansaré en denunciar, me refiero a la relación del poder
con la cultura. En alguna de mis obras, en concreto en mi novela “Gente Anónima”,
sin publicar, hablo de él y vengo a decir que “no existe mayor terrorismo que
someter a los pueblos a la tiranía de la ignorancia”, técnica empleada
fundamentalmente por las iglesias para imponer sus dogmas y por los imperios
para imponer su hegemonía. La relación del poder con la cultura es de
enfrentamiento permanente, es decir, el poder necesita de gente inculta para
manipularla, engañarla con el timo del palo y la zanahoria y hacer de ella lo
que le venga en gana; porque sabe que al hombre culto no se le puede engañar,
ni manipular y en consecuencia siempre es un peligro para sus pretensiones de
permanecer por el tiempo del tiempo ostentando la hegemonía. Los políticos
actuales lo saben y como da la casualidad que ellos tienen las llaves de la
caja fuerte en sus manos, por sistema niegan las subvenciones a quienes osan
criticarles, de tal modo que existen gentes, cultas y libres, que por una razón
u otra permanecen ajenas a los beneficios de los impuestos redistribuidos hacia
la cultura.
Cuando veo a ciertos
personajillos cisqueando constantemente por los diferentes departamentos de
cultura de las instituciones, a la busca y captura de la correspondiente
subvención, existe gente que vive de ello, yo ya me sé que estoy frente a un personaje
no culto, pero que utiliza la cultura para ocupar un espacio que por capacidad mental,
conocimientos y obra realizada no le corresponde. Dicho esto añadiré: si en el
futuro existe una posibilidad humana para una gran transformación social,
revolución, la única que queda es la cultural, porque todas las demás ya han
sido ensayadas a lo largo de la historia y una a una fueron fracasando. Revoluciones
religiosas, revoluciones sociales, revoluciones económicas, que en su momento
se impusieron creando esperanza en los hombres de cara al futuro, fueron
degenerando con el paso de los años y hoy en día se han convertido en el
símbolo de la deshumanización del neoliberalismo globalizador, que nos ha
privado de derechos, protección, incluso de nuestros estados.
Pensemos que no existe auténtica libertad sin
cultura, ¿cómo diablos va a ser libre un ignorante? La libertad se gana desde
la mente libre trabajando por ella día a día, por consiguiente no puede ser
libre el ser alienado; haga lo que haga nunca será libertad aquello que hace,
entre otras porque la libertad no puede manifestarse en la ignorancia, ya que
si no se entiende el principio de libertad no se puede actuar en libertad. Aquí
estoy negando la mal llamada libertad de acción, esa que dice hago lo que se me
antoja luego soy libre, esa libertad no existe porque en sí misma está contra
la libertad del espíritu, la cual “obliga” al hombre libre a actuar aún en
contra de sus convicciones en beneficio del bien social y humano. Cuando de un
modo u otro el ejercicio de la libertad no se dirige hacia el humanismo simplemente
la libertad no existe.
En consecuencia la
última revolución deberá traernos un nuevo renacimiento cultural del hombre, en
mestizaje porque ya se han terminado los años de hegemonía de la raza blanca. Ya
la evolución de los seres humanos en la Tierra ha llegado a su nuevo cenit, y ahora
esperan impacientes la renovación del mensaje del nuevo humanismo, que es
indudable llegará de la mano de la cultura y el conocimiento, quienes a su vez
pondrán a disposición de los seres humanos los principios de la justicia
universal, el amor universal y la paz libremente aceptada por las personas que
pueblan el planeta. En ese quehacer las mujeres y los hombres libres y cultos se
encontrarán con su destino, quienes a su vez lo pondrán a disposición de sus
compañer@s de viaje para bien de toda la humanidad.
A estas últimas
reflexiones conviene añadir que quien la hace la paga, ellos, los estafadores,
ladrones de guante blanco, legisladores de leyes injustas y demás ralea serán
excluidos. El nuevo humanismo no permite la presencia de déspotas y tiranos;
además, está claro, ellos nunca permitirían que se lograra una relación humana
en la Tierra, luego es imprescindible su expulsión.

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