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| THOMAS JEFFERSON |
Jamás en la vida de la
humanidad se ha creado una constitución a la que no sea posible cambiarle su
articulado de acuerdo con las necesidades del momento, las cuales no tienen por
qué coincidir con las existentes en el conjunto de la sociedad cuando fue
promulgada. Si negásemos las posibilidades de cambio en la Carta Magna,
estaríamos negando los cambios -ya sean sociales, económicos, culturales y
técnicos- que nuestra sociedad va sufriendo a través del tiempo, ello
equivaldría a entender que vivimos en una sociedad no evolutiva y, en
consecuencia, tendríamos que deducir que nuestra sociedad permanece en proceso
regresivo, pues la leyes de la dinámica vital nos dicen y confirman que aquello
que no cambia o no se adapta a los nuevos cambios muere. Pienso que éste no es
nuestro caso, nosotros los ciudadanos deseamos larga vida a nuestra Constitución, al menos para el corpus
general, pero sí entendemos que los cambios son necesarios puesto que la Carta
Magna está, al menos debería de estar, al servicio de la ciudadanía, recogiendo
todos y cada uno de los cambios habidos en los últimos treinta años, como medio
de asegurar la libertad de expresión y protección individual y social de la
ciudadanía.
Si debido a la crítica
situación política del momento en el que fue redactada y aprobada, era
necesario un articulado más rígido de lo que muchos ciudadanos hubiéramos
deseado, podemos entenderlo; pero ello no puede ser óbice para impedir las
reformas necesarias en el momento actual y las que se presenten en el futuro.
El país, los ciudadanos, la cultura y la política son elementos vivos que están
sometidos a procesos de cambio y, en consecuencia, la Carta Magna debe reflejar
esos cambios si queremos que siga con vida; de lo contrarío sólo se conseguiría
secuestrarla en la inmovilización, degenerarla por agotamiento y, en
definitiva, dejarla morir por obligada inanición. Los continuos ataques al
proceso democrático habidos desde los centros de control de la economía, son
ataques que a su vez se realizan contra la propia carta Magna, pues en ella se
sustenta el sistema democrático, y sin Carta Magna no hay democracia posible.
Recientemente ha
existido acuerdo entre las dos formaciones políticas mayoritarias para reformar
algunos artículos, que chocan con las últimas decisiones económicas a
consecuencia de la crisis, obviando que en la primavera pasada se aseguraba la
imposibilidad práctica de hacer algunos retoques a la constitución. Yo entiendo
lógico que pueda hacerse aunque sean en perjuicio de los ciudadanos, ya nos
sabemos que los políticos anda muy predispuestos en cuanto a satisfacer las
demandas de los grupos de presión económica, a ellos se deben y para ellos
legislan, y en exceso remolones cuando se trata de preservar los derechos de
los ciudadanos. Demasiado significativo resulta que en la actualidad prefieran
llamarse gestores en lugar de políticos, que tal es el nombre que de siempre
han recibido; porque, ¿de qué son gestores, de las instituciones independientes
o son gestores de las instituciones sometidas a la presión de los grupos
económicos? Si lo son de las primeras es indudable que son políticos, pero si
resulta que detrás de todo el trapicheo político son gestores de las segundas,
entonces se entiende la deriva y la preferencia por el segundo nombre.
Mal vamos con las
instituciones sometidas a las decisiones de los grupos económicos, ellos jamás van a tener suficiente, la acaparación del dinero carece de medida y no tiene tope, la avaricia humana y la acumulación de capital de principio es ilimitada. Conviene recordar al respecto las palabras de Thomas
Jefferson, tercer presidente de EE.UU. y fundador del Partido Demócrata: “Pienso que las instituciones bancarias son
más peligrosas para nuestra libertades que ejércitos enteros listos para el
combate. Si el pueblo americano permite algún día que los bancos privados
controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en
torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de
la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día que sus hijos se despertarán
sin casas y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron”. Y en
estas estamos, tal cual nos lo hicieron saber hace doscientos años; y aquí
surge el interrogante obligado: ¿era T. Jefferson un visionario? La pregunta
deberéis respondérosla vosotros mismos.
Continuará.

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