martes, 24 de enero de 2012

LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN VII



THOMAS JEFFERSON

Jamás en la vida de la humanidad se ha creado una constitución a la que no sea posible cambiarle su articulado de acuerdo con las necesidades del momento, las cuales no tienen por qué coincidir con las existentes en el conjunto de la sociedad cuando fue promulgada. Si negásemos las posibilidades de cambio en la Carta Magna, estaríamos negando los cambios -ya sean sociales, económicos, culturales y técnicos- que nuestra sociedad va sufriendo a través del tiempo, ello equivaldría a entender que vivimos en una sociedad no evolutiva y, en consecuencia, tendríamos que deducir que nuestra sociedad permanece en proceso regresivo, pues la leyes de la dinámica vital nos dicen y confirman que aquello que no cambia o no se adapta a los nuevos cambios muere. Pienso que éste no es nuestro caso, nosotros los ciudadanos deseamos larga vida a  nuestra Constitución, al menos para el corpus general, pero sí entendemos que los cambios son necesarios puesto que la Carta Magna está, al menos debería de estar, al servicio de la ciudadanía, recogiendo todos y cada uno de los cambios habidos en los últimos treinta años, como medio de asegurar la libertad de expresión y protección individual y social de la ciudadanía.

Si debido a la crítica situación política del momento en el que fue redactada y aprobada, era necesario un articulado más rígido de lo que muchos ciudadanos hubiéramos deseado, podemos entenderlo; pero ello no puede ser óbice para impedir las reformas necesarias en el momento actual y las que se presenten en el futuro. El país, los ciudadanos, la cultura y la política son elementos vivos que están sometidos a procesos de cambio y, en consecuencia, la Carta Magna debe reflejar esos cambios si queremos que siga con vida; de lo contrarío sólo se conseguiría secuestrarla en la inmovilización, degenerarla por agotamiento y, en definitiva, dejarla morir por obligada inanición. Los continuos ataques al proceso democrático habidos desde los centros de control de la economía, son ataques que a su vez se realizan contra la propia carta Magna, pues en ella se sustenta el sistema democrático, y sin Carta Magna no hay democracia posible.

Recientemente ha existido acuerdo entre las dos formaciones políticas mayoritarias para reformar algunos artículos, que chocan con las últimas decisiones económicas a consecuencia de la crisis, obviando que en la primavera pasada se aseguraba la imposibilidad práctica de hacer algunos retoques a la constitución. Yo entiendo lógico que pueda hacerse aunque sean en perjuicio de los ciudadanos, ya nos sabemos que los políticos anda muy predispuestos en cuanto a satisfacer las demandas de los grupos de presión económica, a ellos se deben y para ellos legislan, y en exceso remolones cuando se trata de preservar los derechos de los ciudadanos. Demasiado significativo resulta que en la actualidad prefieran llamarse gestores en lugar de políticos, que tal es el nombre que de siempre han recibido; porque, ¿de qué son gestores, de las instituciones independientes o son gestores de las instituciones sometidas a la presión de los grupos económicos? Si lo son de las primeras es indudable que son políticos, pero si resulta que detrás de todo el trapicheo político son gestores de las segundas, entonces se entiende la deriva y la preferencia por el segundo nombre.

Mal vamos con las instituciones sometidas a las decisiones de los grupos económicos, ellos jamás van a tener suficiente, la acaparación del dinero carece de medida y no tiene tope, la avaricia humana y la acumulación de capital de principio es ilimitada. Conviene recordar al respecto las palabras de Thomas Jefferson, tercer presidente de EE.UU. y fundador del Partido Demócrata: “Pienso que las instituciones bancarias son más peligrosas para nuestra libertades que ejércitos enteros listos para el combate. Si el pueblo americano permite algún día que los bancos privados controlen su moneda, los bancos y todas las instituciones que florecerán en torno a los bancos, privarán a la gente de toda posesión, primero por medio de la inflación, enseguida por la recesión, hasta el día que sus hijos se despertarán sin casas y sin techo, sobre la tierra que sus padres conquistaron”. Y en estas estamos, tal cual nos lo hicieron saber hace doscientos años; y aquí surge el interrogante obligado: ¿era T. Jefferson un visionario? La pregunta deberéis respondérosla vosotros mismos.

Continuará.

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