viernes, 20 de enero de 2012

LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN VI


Persecución y muerte a manos de los verdugos del FMI del hombre-Cristo 


Entre otras, semejante estado de cosas fue posible porque los políticos confiaban, llevaban razón, en la frágil memoria colectiva, la cual tiende a minimizar los efectos del abuso del poder a condición de que los ciudadanos sientan seguridad en su integridad física y económica. Es decir, utilizaron sibilinamente el maldito eslogan “o nosotros o el caos” haciendo resucitar el miedo colectivo de la inseguridad, amén del miedo al futuro y ni se sabe a ciencia cierta cuántos miedos más, creando dependencias de sometimiento de la ciudadanía al poder, obsesionada y coartada, precisamente, por sus miedos colectivos e individuales; los cuales los diferentes agentes del poder se permitieron arruinar a los ciudadanos incautos invitándoles a participar en inversiones diseñadas para el fracaso y, además, desvalijaron las arcas públicas de cuantos organismos se pusieron a tiro sin necesidad de justificación alguna.

Mientras tanto ponían el dinero a buen recaudo en los llamados paraísos fiscales, territorios que son auténticas bolsas de dinero negro, ilegal y adquirido de malas maneras, procedente de robos, estafas, prostitución, comercio de armas, droga, etc. Y el maldito proceso se fue acelerando hasta llegar al gran crac, cuando los bancos y los llamados fondos de inversión se arruinaron sin más por falta de capital. Y de inmediato se produjo la temida reacción política, había permanecido en silencio contemplativo, corporativo y cooperativo ante los desmanes del neoliberalismo, dispuesta a enmendar la papela a consta del disponer del erario público para los consabidos rescates, iniciando el proceso de desmantelamiento de las prestaciones sociales que habían costado conseguir más de un siglo, y, en consecuencia, el desmantelamiento definitivo del mal llamado estado del bienestar.

La justificación es tan estúpida como inútil, los voceras políticos nos cuentan que habíamos gastado demasiado, léase al respecto las últimas declaraciones del presidente de la Generalitat Valenciana y otras muchas, en un intento de hacernos corresponsables a los ciudadanos de sus desmanes; y, en realidad tienen algo de razón, porque la ciudadanía indolentemente habíamos dejado en sus manos el hacer de la gestión pública, desentendiéndonos del correspondiente control de gasto, cuando sabíamos de antemano que se estaba derrochando a diestro y siniestro el dinero de las  instituciones. Pero el miedo atenaza las mentes, tapa las bocas de la protesta y permite por medio del silencio que las disposiciones arbitrarias continúen imponiéndose, aún a costa de la merma de las libertades individuales, colectivas y sociales. En consecuencia vivíamos en la paradoja, todavía la estamos sufriendo, que por indolencia y falta de criterios claros los ciudadanos apoyaban al poder mientras éste recortaba sus libertades y les arruinaba económicamente. 

Ahora nos cuentan que no hay nada que hacer, que únicamente existe el camino de la pérdida de derechos cívicos y prestaciones sociales: sanitarias, culturales, educativas, etc. Esconden que todas esas pérdidas atacan a la justicia social negando el reparto equitativo de  la riqueza, atacan a los derechos individuales negando los derechos humanos: acceso a la vivienda digna, disponibilidad de una sanidad social, acceso en igualdad de condiciones a la educación y a la cultura, etc., y por último atacan a la propia carta magna negando los derechos de los ciudadanos recogidos en ella. Pero si la carta magna queda sin efecto a consecuencia de estas nuevas disposiciones, ello me hace pensar que es fácilmente cambiable, en consecuencia podremos los ciudadanos exigir, en su momento, cambiar cuantas articulaciones entandamos necesarias. Como mal menor está bien, porque permitirá a la ciudadanía derribar un coloso del cual se dice que es intocable, aserto que yo en persona ni me creo ni comparto.

continuará

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