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| Persecución y muerte a manos de los verdugos del FMI del hombre-Cristo |
Entre otras, semejante estado de cosas fue posible porque los
políticos confiaban, llevaban razón, en la frágil memoria colectiva, la cual
tiende a minimizar los efectos del abuso del poder a condición de que los
ciudadanos sientan seguridad en su integridad física y económica. Es decir, utilizaron sibilinamente el maldito
eslogan “o nosotros o el caos” haciendo resucitar el miedo colectivo de la
inseguridad, amén del miedo al futuro y ni se sabe a ciencia cierta cuántos
miedos más, creando dependencias de sometimiento de la ciudadanía al poder,
obsesionada y coartada, precisamente, por sus miedos colectivos e individuales; los cuales los diferentes agentes
del poder se permitieron arruinar a los ciudadanos incautos invitándoles a
participar en inversiones diseñadas para el fracaso y, además, desvalijaron las
arcas públicas de cuantos organismos se pusieron a tiro sin necesidad de
justificación alguna.
Mientras tanto ponían el dinero a buen recaudo en los llamados paraísos
fiscales, territorios que son auténticas bolsas de dinero negro, ilegal y
adquirido de malas maneras, procedente de robos, estafas, prostitución, comercio de
armas, droga, etc. Y el maldito proceso se fue acelerando hasta llegar al gran
crac, cuando los bancos y los llamados fondos de inversión se arruinaron sin
más por falta de capital. Y de inmediato se produjo la temida reacción
política, había permanecido en silencio contemplativo, corporativo y
cooperativo ante los desmanes del neoliberalismo, dispuesta a enmendar la
papela a consta del disponer del erario público para los consabidos rescates,
iniciando el proceso de desmantelamiento de las prestaciones sociales que
habían costado conseguir más de un siglo, y, en consecuencia, el
desmantelamiento definitivo del mal llamado estado del bienestar.
La justificación es tan estúpida como inútil, los voceras políticos
nos cuentan que habíamos gastado demasiado, léase al respecto las últimas
declaraciones del presidente de la Generalitat Valenciana y otras muchas, en un
intento de hacernos corresponsables a los ciudadanos de sus desmanes; y, en
realidad tienen algo de razón, porque la ciudadanía indolentemente habíamos
dejado en sus manos el hacer de la gestión pública, desentendiéndonos del
correspondiente control de gasto, cuando sabíamos de antemano que se estaba
derrochando a diestro y siniestro el dinero de las instituciones. Pero el miedo atenaza las
mentes, tapa las bocas de la protesta y permite por medio del silencio que las
disposiciones arbitrarias continúen imponiéndose, aún a costa de la merma de
las libertades individuales, colectivas y sociales. En consecuencia vivíamos en la
paradoja, todavía la estamos sufriendo, que por indolencia y falta de criterios
claros los ciudadanos apoyaban al poder mientras éste recortaba sus libertades
y les arruinaba económicamente.
Ahora nos cuentan que no hay nada que hacer, que únicamente existe el
camino de la pérdida de derechos cívicos y prestaciones sociales: sanitarias,
culturales, educativas, etc. Esconden que todas esas pérdidas atacan a la
justicia social negando el reparto equitativo de la riqueza, atacan a los derechos
individuales negando los derechos humanos: acceso a la vivienda digna,
disponibilidad de una sanidad social, acceso en igualdad de condiciones a la
educación y a la cultura, etc., y por último atacan a la propia carta magna
negando los derechos de los ciudadanos recogidos en ella. Pero si la carta
magna queda sin efecto a consecuencia de estas nuevas disposiciones, ello me
hace pensar que es fácilmente cambiable, en consecuencia podremos los
ciudadanos exigir, en su momento, cambiar cuantas articulaciones entandamos
necesarias. Como mal menor está bien, porque permitirá a la ciudadanía derribar
un coloso del cual se dice que es intocable, aserto que yo en persona ni me
creo ni comparto.
continuará

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