martes, 20 de diciembre de 2011

LA ÚLTIMA REVOLUCIÓN III


El poder del FMI se parece en gran medida a la novela
 "El Castillo" de F. Kafka, y su forma de hacer es,
evidentemente, kafkiano


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      En la actualidad cuesta entender los acontecimientos que suceden a nivel mundial, simplemente porque los medios de comunicación tienden a la desinformación. Objetivamente hablando manipulan la información persiguiendo el propósito de mantener el actual estatus socioeconómico: la alianza del poder económico con el poder militar y el poder eclesiástico; incluyendo al nivel político con sus correspondientes divisiones y subdivisiones; los estamentos dedicados a la legislación, ya sea económica, política, social y religiosa, o los diferentes departamentos de policía, ya sea local, regional, nacional o supra nacional. Los poderes político, judicial, eclesiástico, cultural -representado por la prensa- y represivo -ya sea el ejercido por la policía o por el ejército-, se dan la mano para adorar al gran dios DINERO, del que se declaran devotos incondicionales, dejando de lado toda pretensión humanista que incluya conceptos tales como: conocimiento, libertad, justica, amor, paz y, por supuesto, el hombre. 



    Es conocida por cualquier persona, que se haya preocupado en estudiar un mínimo la historia, el famoso proceso de los ciclos históricos: a un ciclo de abundancia le sigue otro de hambruna, un ciclo de libertades individuales es perseguido por otro de represión ejercida con crueldad por los gobernadores correspondientes, etc. Al ciclo de libertad emanado a la sombra de la generación de los sesenta, desarrollado y potenciado por la juventud de aquella época, a la cual yo pertenezco, le ha seguido el actual ciclo de represión constante ejercido por la prepotencia de las iglesias de toda índole, radicalizando sus posturas y llevando a la humanidad por los caminos de la involución humana al encuentro tenebroso de las sombras de la edad media, obligándola a practicar un integrismo religioso que va contra toda lógica humana y, lo que es más grave, contra la gran espiritualidad del hombre.

    Pero la radicalización de las iglesias no es un fenómeno aislado que se haya dado por azar, todo lo contrario, se corresponde con un movimiento envolvente, sibilino, ejercido al unísono por los representantes de todos los poderes de acuerdo con el gran poder económico, y en cuyo proceso la prensa se ha encargado de airear las consignas, para ir modelando el comportamiento social en consonancia con los susodichos propósitos que son represivos hacia el hombre. Incluso el poder económico, irracional por definición, adoptó el inofensivo nombre de “neoliberal”, escondiendo al lobo bajo la piel de cordero, obligando a la masa social a confiarse en la memoria histórica del liberalismo decimonónico, conocido por su apuesta a favor de la cultura y de los planteamientos humanísticos que permanecían enfrentados a la irracionalidad del poder económico, político, judicial, religioso y militar de la época. Claro está, todas segundas partes fueron malas, ellos sabían de antemano lo que escondían; los resultados no se han hecho esperar, ahora nos quedan cuatro libertades de a céntimo y las prestaciones sociales, que costaron tanto tiempo en ser conquistadas, se diluyen como por ensalmo. Cada año que transcurre quedan menos libertades, menos prestaciones y menos atenciones a la ciudadanía.

    Ello nos lleva a poner en duda no sólo el concepto de democracia, sino también la carta magna en la que se soporta nuestra Constitución, en la que, entre otras, se recoge el derecho de los ciudadanos a una existencia digna, que incluye vivienda, vestido, alimentación, sanidad, educación y, por supuesto, las libertades individuales. Viendo el proceso de descomposición a la protección ciudadana, viendo el proceso de descomposición de la asistencia social a la ciudadanía, viendo el proceso de descomposición de la identidad del propio estado, viendo el proceso de descomposición del obligado amparo por parte del estado a los ciudadanos y, finalmente, viendo el terrorífico proceso de descomposición de la estructura social bajo la cual nos sentíamos protegidos, cabe preguntarse hacia dónde caminamos, porque desde luego lo de Europa ya no nos lo creemos, o al menos debemos pensar que muy posiblemente la ciudadanía no esté por la labor de pagar tan alto precio por la quimera europea.

    ¿En lugar de tanta y problemática apuesta europea podríamos solucionarlo a la islandesa?, cabe preguntarse. La respuesta, simplemente es sí. Otra historia muy diferente es que el FMI nos lo permitiera, y, más improbable, que nuestros políticos estuvieran por la labor de hacerlo descolgándose de sus protectores los bancos, tendrían que nacionalizarlos y enjuiciar a sus directivos. Visto la experiencia griega, Yorgos Papandreu, fulminado ipso facto nada más proponer el retorno de la democracia a Grecia por medio de un humilde referéndum, nos queda concluir que el actual proceso democrático es un juguete en manos de los defensores de la globalización económica, tras el cual se escudan permitiéndoles ocultar la cara del dragón sanguinario ante los ciudadanos del mundo entero.

Continuará.
















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