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¿Por quién doblan las campanas? |
En la noche del día de sus exequias,
no pudiendo más, buscó su salvación en el ser que tanto había despreciado por
su aversión a la religión. El hombre dormía tranquilamente y al pronto se
despertó ante la invasión de su intimidad. Estoy perdida, sálvame, tú puedes salvarme,
exigía con desesperación. A duras penas pudo reconocerla, era tan oscura su
figura que sólo acertó a vislumbrarla a través del trasluz de la ventana iluminada
por una farola de la calle. Era una sombra opaca, negra como las noches de
tormenta en luna nueva, negro sobre negro. Una sombra de asustar, carente del
más mínimo atisbo de espiritualidad pugnaba por lanzarse sobre él y amenazaba
con destrozarlo a dentelladas. El hombre conservó la clama, la contuvo y le
habló de esta manera:
Lo que tienes tú te lo has buscado con
tu mentira e hipocresía, creíste que la vida es apariencia y te has perdido en
la falsa bondad. En nombre del rito has matado la espiritualidad y ahora te
encuentras ante el terror de tu fracaso. Sin miramientos lanzaste improperios y
difamaciones contra mi ser, esquivaste el contacto con mi persona para no “contaminarte”
con mi libertad, despreciaste mi bondad natural para abrazar el artificio de la
maledicencia y me difamaste sin contemplaciones. A lo largo de tu existencia has
ensalzado en tu altar la hipocresía, el bandidismo, el deshonor, la furia y la
venganza en nombre de eso que llamáis buena voluntad; has vejado a tus hijos y
descendientes imponiéndoles una vida de mentira y has puesto ante ellos a los
hombre buenos como ejemplo de seres despreciables.
Has cerrado tu capítulo en la Tierra y
ninguna de tus previsiones te ha salido, ¿qué esperabas?, ¿acaso crees que los
demás no sabíamos lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor? Ya no puedes seguir
mintiendo y la aparición de la verdad de la vida te mata. Ahora estás sola con
tus miserias, tu alma es negra y permanece desnuda, has perdido tu oportunidad.
Recuerda, cuando se nace se nace solo, más solo que la una; cuando se muere se
muere solo, más solo que la una, y nadie puede dirigir el camino de nadie
puesto que el camino, ahora tú lo sabes, es personal e intransferible y cada
quien desbroza su propio camino. ¡Fuera de aquí y no molestes más! Salió
espantada, el hombre se dio media vuelta y continuó durmiendo hasta el
amanecer.
Ahora anda vagando por los mundos de
las tinieblas, camino de un planeta primitivo en el que se reencarnará en un
homo habilis, para continuar el proceso de desarrollo de su gran
espiritualidad. Allí tendrá su paraíso perdido. Es la maldición del judío
errante, le espera el trabajo continuado de seiscientos mil años, para llegar a
los actuales niveles espirituales de los hombres mansos de la Tierra. La humanidad se
encuentra en la última generación del Apocalipsis y ya no queda margen de
maniobra para quienes suspendan; tampoco queda margen de maniobra para
sacerdotes y monjas, desde mil novecientos ochenta y seis, inicio de la última
generación del Apocalipsis, todo eclesiástico, hombre o mujer, que haya muerto
ejerciendo de sacerdote o sacerdotisa, sistemáticamente es expulsado al planeta
primitivo, incluido el último papa de Roma fallecido en ese periodo. Por
supuesto también integran la lista sus acólitos: ya sean beatas, santones,
monjas seglares, misioneros, practicantes integristas de las sectas ídem., etc.
A todos les mata el egoísmo, quieren
vivir como dioses en esta vida y perviven obsesionados por “salvarse” en la
otra, para ello no dudan en matar al gran dios de la vida, le toman por tonto y
así les va después. Lo de esa gentecilla es una conducta egocéntrica que
destruye su espiritualidad primigenia, la del origen del padre de la vida, son
tan obtusos que a su basura le llaman “egoísmo sano”. ¿Desde cuando algo sano
mata la espiritualidad del ser?, me pregunto; no será tan sano el egoísmo para
sus espíritus cuando irremisiblemente se los mata.
La historia es real como la vida
misma, la mujer existió, yo la conocí y por lazos familiares tuve que
relacionarme con ella. A la mujer no le asistió el milagro o los milagros, como
lo prefiera el lector, puesto que no existen; el único milagro posible ante la
muerte es la dignidad, mas existe una sola condición, para poder morir en
dignidad es imprescindible haber vivido en dignidad. Los otros milagros tampoco
se producen, en cualquier caso serían para los dioses si desearan divertirse a
costa de los hombres, pero rara vez lo hacen, si bien, cuando sucede, es para
darles una lección de humildad. Desde luego los milagros no son para los
hombres pues nadie es capaz de realizar lo imposible, tampoco para las mujeres
aunque lo lleven en el nombre. Jamás se producen por más que insistan desde los
estamentos eclesiásticos, nunca existieron y desde luego los falsos milagros se
acabaron definitivamente en el oscurantismo de la Edad Media; cuando el
Renacimiento rescató al hombre de la mazmorra medieval, elevándole a su condición
divina. Ahora la humanidad se encuentra frente a las puertas del gran
renacimiento espiritual del hombre, pero únicamente los hombres mansos las
traspasarán, y eso, lo mires como lo mires, se debe al “milagro” de haber
culminado con éxito la primera parte de su proceso evolutivo, de no haber
perdido la dignidad por dura que fuera la experiencia vital.
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¿Quién no escucha a la divinidad? |


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