jueves, 24 de noviembre de 2011

Y NO HUBO MILAGRO



¿Por quién doblan las campanas?

           Era una mujer santurrona que se había pasado la vida bajo la apariencia de ser buena persona, aplicándose de por vida el rollo hipócrita de la mujer del césar. Era Soriana, sello que a ella le proporcionaba visos de autenticidad. Tenía la vida dispuesta en torno a su egocentrismo, de modo tal que nadie era nada a su lado, menos su marido que sólo servía para aportar la materia bruta de trabajo con el que mantener a la familia, por supuesto también para pagar los estudios de los hijos, que no en vano eran la prolongación de las “virtudes” de la madre. Gran beata, se comía los oficios religiosos a bocados, se atragantaba de tanto fervor. Le importaba igual bodas que bautizos, funerales que epifanías, semanas santas o las fiestas patronales del pueblo donde residía. Tanto le daba una letanía que mil, dos misas mejor que una, rosarios cuantos se terciaran. Su caso era patológico y con eso de la edad senil se acabaron las esperanzas de recuperación, suponiendo que en alguna ocasión las hubiera habido.

           Quiso tener un hijo cura y llegada la edad mandó al segundo de sus cachorros al seminario, allí estudió varios años para renunciar en el momento oportuno y hacerse maestro nacional. Este hecho constituyó el gran disgusto de su madre, que ya se veía en los altares al lado del hijo, los dos canonizados en el grandioso santoral católico de santos de la nobleza. También añoraba tener una hija monja, en consecuencia envió a la segunda de novicia a un convento de Navarra. Transcurridos cuatro o cinco años la muchacha prefirió los encantos del amor carnal a la idílica relación platónica con jesucristo; este hecho constituyó el gran disgusto de su madre, que ya se veía en los altares al lado de su hija, las dos canonizadas en el grandioso santoral católico de santas de la nobleza. Ante el fracaso no se arredró, esperó a la siguiente generación y llegada la edad envió a uno de sus nietos al seminario, el que menos oposición hizo, que estudió varios años para cura y un buen día dijo que nones, que él no volvía, para gran disgusto de su abuela y de su madre que ya se veían en los altares al lado de su nieto e hijo, los tres canonizados en el grandilocuente santoral católico de santos de la realeza.

           Esta beata era de las que tenían a dios cogido por el gaznate: yo soy excelente persona y tu me salvarás, le decía en sus oraciones, suponiendo que fueran oraciones. Yo te rezo en la iglesia, en la calle, en casa, a la mañana, al mediodía, a la tarde, en la noche, y como soy buena persona cuando muera iré contigo al cielo, le decía, apretándole el gaznate. Bendigo los alimentos antes de las comidas, me santiguo al salir de casa, al pasar por delante de la iglesia o frente al cementerio, también en el calvario, tú me salvarás le decía, apretándole más el gaznate. Creo en la iglesia de jesucristo, en la santa madre iglesia católica, en todos los santos, en la resurrección de las almas, tú me salvarás, le decía, apretándole más y más el gaznate. He creado una familia ejemplar, mis hijos han sido bautizados en tu iglesia católica, también confirmados, cumplen con los preceptos religiosos, se casaron por tu iglesia católica y mis nietos ha sido bautizados en tu iglesia católica, también confirmados, cumplen con los preceptos religiosos, se casarán por la iglesia católica, tu me salvarás, le decía, destrozándole el gaznate.

           Ufana, aseguraba que viviría ciento y pico años porque tenía a dios de su parte. Sea como fuere el caso es que se murió mucho antes de los ciento y pico años, supongo que después de haber agotado la paciencia de su dios de pacotilla, y en especial por haber desperdigado sus energías en el ridículo mundo de las apariencias. No sin antes haber dejado en la cuneta a uno de los maridos de sus hijas y a las dos mujeres de sus hijos, buen record; por cierto, el marido de la otra hija le sobrevivió poco tiempo. Convencido estoy que se realizó sufriendo de mentirijillas ante el sufrimiento de sus hijos, pero la mujer del césar tiene que guardar las apariencias. Debió ganarse tres cielos por la muerte de sus víctimas, otros tres por el sufrimiento de sus hijos, más el suyo siete.

           Fue, precisamente, en el acto de su muerte cuando empezaron a no salirle las previsiones. Por supuesto, a este lado de la vida existencial, en los oficios religiosos los sacerdotes aseguraron que había fallecido una gran persona, muy religiosa ella, que iría derechita al cielo, etc.; estando acostumbrados a vender parcelas celestiales les daba lo mismo, contaban con que nadie osaría hablar de ello y mucho menos dejarlo en letra impresa. Poco importa que nuestra protagonista se equivocara en lo de la edad de su defunción, al fin y al cabo es una anécdota para olvidar. Lo terrorífico para ella fue cuando al otro lado se encontró más sola que la una, no sólo no descendió su dios a buscarla, ni tampoco jesucristo, ni la virgen, sino que ninguno se dignó enviar ni tan siquiera a un simple querubín a su encuentro para que la condujera por el camino del cielo. Espantada, se quedó aterrorizada, comprendió tarde que la mentira le había servido en este mundo y se había presentado en el otro con el espanto de su alma negra.

          En la noche del día de sus exequias, no pudiendo más, buscó su salvación en el ser que tanto había despreciado por su aversión a la religión. El hombre dormía tranquilamente y al pronto se despertó ante la invasión de su intimidad. Estoy perdida, sálvame, tú puedes salvarme, exigía con desesperación. A duras penas pudo reconocerla, era tan oscura su figura que sólo acertó a vislumbrarla a través del trasluz de la ventana iluminada por una farola de la calle. Era una sombra opaca, negra como las noches de tormenta en luna nueva, negro sobre negro. Una sombra de asustar, carente del más mínimo atisbo de espiritualidad pugnaba por lanzarse sobre él y amenazaba con destrozarlo a dentelladas. El hombre conservó la clama, la contuvo y le habló de esta manera:

          Lo que tienes tú te lo has buscado con tu mentira e hipocresía, creíste que la vida es apariencia y te has perdido en la falsa bondad. En nombre del rito has matado la espiritualidad y ahora te encuentras ante el terror de tu fracaso. Sin miramientos lanzaste improperios y difamaciones contra mi ser, esquivaste el contacto con mi persona para no “contaminarte” con mi libertad, despreciaste mi bondad natural para abrazar el artificio de la maledicencia y me difamaste sin contemplaciones. A lo largo de tu existencia has ensalzado en tu altar la hipocresía, el bandidismo, el deshonor, la furia y la venganza en nombre de eso que llamáis buena voluntad; has vejado a tus hijos y descendientes imponiéndoles una vida de mentira y has puesto ante ellos a los hombre buenos como ejemplo de seres despreciables.

          Has cerrado tu capítulo en la Tierra y ninguna de tus previsiones te ha salido, ¿qué esperabas?, ¿acaso crees que los demás no sabíamos lo que estaba sucediendo a nuestro alrededor? Ya no puedes seguir mintiendo y la aparición de la verdad de la vida te mata. Ahora estás sola con tus miserias, tu alma es negra y permanece desnuda, has perdido tu oportunidad. Recuerda, cuando se nace se nace solo, más solo que la una; cuando se muere se muere solo, más solo que la una, y nadie puede dirigir el camino de nadie puesto que el camino, ahora tú lo sabes, es personal e intransferible y cada quien desbroza su propio camino. ¡Fuera de aquí y no molestes más! Salió espantada, el hombre se dio media vuelta y continuó durmiendo hasta el amanecer.

          Ahora anda vagando por los mundos de las tinieblas, camino de un planeta primitivo en el que se reencarnará en un homo habilis, para continuar el proceso de desarrollo de su gran espiritualidad. Allí tendrá su paraíso perdido. Es la maldición del judío errante, le espera el trabajo continuado de seiscientos mil años, para llegar a los actuales niveles espirituales de los hombres mansos de la Tierra. La humanidad se encuentra en la última generación del Apocalipsis y ya no queda margen de maniobra para quienes suspendan; tampoco queda margen de maniobra para sacerdotes y monjas, desde mil novecientos ochenta y seis, inicio de la última generación del Apocalipsis, todo eclesiástico, hombre o mujer, que haya muerto ejerciendo de sacerdote o sacerdotisa, sistemáticamente es expulsado al planeta primitivo, incluido el último papa de Roma fallecido en ese periodo. Por supuesto también integran la lista sus acólitos: ya sean beatas, santones, monjas seglares, misioneros, practicantes integristas de las sectas ídem., etc.

          A todos les mata el egoísmo, quieren vivir como dioses en esta vida y perviven obsesionados por “salvarse” en la otra, para ello no dudan en matar al gran dios de la vida, le toman por tonto y así les va después. Lo de esa gentecilla es una conducta egocéntrica que destruye su espiritualidad primigenia, la del origen del padre de la vida, son tan obtusos que a su basura le llaman “egoísmo sano”. ¿Desde cuando algo sano mata la espiritualidad del ser?, me pregunto; no será tan sano el egoísmo para sus espíritus cuando irremisiblemente se los mata.

          La historia es real como la vida misma, la mujer existió, yo la conocí y por lazos familiares tuve que relacionarme con ella. A la mujer no le asistió el milagro o los milagros, como lo prefiera el lector, puesto que no existen; el único milagro posible ante la muerte es la dignidad, mas existe una sola condición, para poder morir en dignidad es imprescindible haber vivido en dignidad. Los otros milagros tampoco se producen, en cualquier caso serían para los dioses si desearan divertirse a costa de los hombres, pero rara vez lo hacen, si bien, cuando sucede, es para darles una lección de humildad. Desde luego los milagros no son para los hombres pues nadie es capaz de realizar lo imposible, tampoco para las mujeres aunque lo lleven en el nombre. Jamás se producen por más que insistan desde los estamentos eclesiásticos, nunca existieron y desde luego los falsos milagros se acabaron definitivamente en el oscurantismo de la Edad Media; cuando el Renacimiento rescató al hombre de la mazmorra medieval, elevándole a su condición divina. Ahora la humanidad se encuentra frente a las puertas del gran renacimiento espiritual del hombre, pero únicamente los hombres mansos las traspasarán, y eso, lo mires como lo mires, se debe al “milagro” de haber culminado con éxito la primera parte de su proceso evolutivo, de no haber perdido la dignidad por dura que fuera la experiencia vital.



¿Quién no escucha a la divinidad?

No hay comentarios:

Publicar un comentario