viernes, 18 de noviembre de 2011

CORRE CORRE BARCELONA



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Palau de la Música, Barcelona

 Algo así como las diez y media de la mañana, hoy es sábado, el último de octubre, estoy cansado de andar ciscándome el futuro llamando de editorial en editorial, un mundo aparte, no ya del conjunto de la sociedad sino de los autores. Ante la híper inflación existente de émulos cervantinos desde hace añoslas editoriales  se han cerrado en banda, no pierden el tiempo con visitas de gente ávida por ver publicadas sus obras en letra de imprenta, con el título en letras gordas y más gruesas, si cabe, el nombre del autor. No sé yo si no estamos un poco agilipollados los escritores con tanta obsesión por la imprenta, al menos no demasiado cuerdos sí que a primera vista lo parece; yo así lo creo, ¡bueno!, todo sea por la fama, la pasta gansa y el chalet con piscina para adornar el sueño de los incautos.


Me he desayunado café con leche y porras en la churrería de abajo de donde me alojo, Carrer de la Princesa, no digo hotel porque no están los tiempos para muchas gaitas, al menos mi bolsillo vive resentido desde que nos hundimos en la crisis económica; ya sabéis, esa de los bancos, los muy sinvergüenzas nos han robado hasta el alma, tampoco conviene exagerar, el alma la teníamos hipotecada hace décadas. Como os decía café con leche y porras, me gustan las porras, las como siempre que se presenta la ocasión. Luego me he ido paseando por las callejuelas del barrio hasta dar con mis huesos en la iglesia de Santa María del Mar, preciosa ella, esbelta, de un gótico impecable. Siguiendo la costumbre me recibe con los brazos abiertos, los dos estamos enamorados el uno del otro, yo de su belleza y armonía, ella de mi seriedad y  fidelidad; en mis viajes a esta preciosa ciudad siempre nos vemos, es una de mis citas ineludibles, y ella lo sabe, por eso me abre los brazos, con ternura y delicadeza.


Cuando viví en Barna pasé tantas horas a su sombra, en el interior embrujado por el sol al traspasar sus vidrieras, preciosas y solemnes, y el rosetón adornado por la luz de la tarde, iluminado por esa luz amarillenta que se nos cae y luego se marchita y poco después se marcha siguiendo su sendero sideral y más tarde se hace la noche. Y ella estaba allí, no nos conocíamos pero ella estaba allí, me refiero a la mujer que atiende por el nombre de Aurora, es de Valencia, se había acercado para pasar el puente de Todos los Santos, le gustaban más las piedras de las ciudades que las cruces de los cementerios; se había ido, simplemente, se había largado a conocer una ciudad que terminaría pateando hasta la saciedad. Fue ella quien inició la conversación, yo me dejé llevar, me cayó bien, de lo contrario me hubiera dado el piro por la vía rápida.


No era ni fea ni guapa, no era ni alta ni baja, no era ni delgada ni obesa, no era despampanante ni contraída, no era ni mayor ni joven, no era nada del otro mundo, era una mujer normal, una más de las miles de mujeres que pululan por el planeta. Tenía encanto, ese ángel que adorna la cara de ciertas mujeres se asomaba a sus ojos marrones, tenía encanto la sonrisa, algo enigmática, ni mucho menos se parecía a la de La Gioconda, pero tenía encanto. Así que me dejé llevar, ¿a dónde me conduciría aquel encuentro? Vamos a verlo, me dije, y me dejé llevar. A la salida le mostré el Paseo del Born y ella hizo unas fotos, no era muy diestra con la cámara, así que le hice algunas sugerencias para los enfoques, las captó enseguida y tiró un serie guapa, nada del otro mundo porque su cámara era una compacta.


Por el Carrer de Montcada nos acercamos al museo Picasso, había una fila terrible para entrar, lo vimos por fuera, edificios, patios, pasadizos, ampliaciones, etc. Ella tomó la decisión, continuaríamos andando por la ciudad. Yo le conté de cuando vivía allí, 1979, y me iba al museo, entonces la entrada costaba veinticinco pesetas, aquello era cultura democrática y no lo de ahora. Me pasaba largos ratos en compañía de sus pinturas de la época rosa o azul, o las diferentes interpretaciones picasianas de las Meninas velazqueñas, yo alucinaba con aquella demostración de ingenio, saber hacer y colorido diferente. Claro está, me encontraba frente a Picasso, yo era consciente de ello y sabía que él y yo nos entendíamos, por supuesto a través de su obra. Seis años antes el pintor había muerto, recuerdo que cuando aquello sucedió yo me quedé huérfano, sí huérfano, triste y desorientado; me costó dios y la madre asumir su muerte, vivía tan intensamente dentro de mí que me resultaba imposible aceptarla. Como todo en la vida pasa, aquello también se terminó y yo continué mi periplo vital por los caminos de la madre Tierra…


De nuevo en el Carrer de la Princesa, subimos a mi pensión por si había habitaciones libres, Aurora no tenía donde dormir y la ciudad esta a rebosar de viajeros, turistas y demás gentes. No había nada disponible, todas las habitaciones estaban ocupadas. Bajamos a la calle y nos acercamos a ver el Palau de la Música, obra emblemática del arquitecto L. Domènech i Montaner, 1905-08, que mi acompañante no conocía. Le encantó, se quedó extasiada ante una fachada tan vitalista, llena de simbolismos y soluciones arquitectónicas arriesgadas. Cámara en ristre se dedicó a tomar cuantas instantáneas le vinieron en gana. Por el patio actual accedimos a la cafetería y también pudimos entrar en el amplio vestíbulo con su doble y espectacular escalinata, labrada en piedra y las balaustradas de vidrio.


Mas tarde atravesamos Vía Layetana y nos presentamos en el Barri Gòtic, en concreto en la Plaça del Rei, luego de pasar por la Plaça de la Catedral. A caminar se ha dicho, calle a calle, plaza a plaza, monumento a monumento nos lo recorrimos entero. No entramos en la catedral porque ese día cobraban entrada y no estábamos por la labor de pagar. En la Plaça de San Felip Neri había un grupo musical, al poco de llegar nosotros terminaron su actuación, la plaza se vació y allí nos quedamos los dos al arrullo de la fuente, el agua brotaba suave, cadenciosamente y nos dejamos llevar por la melodía. Poco después nuevamente a caminar, Plaça de Sant Jaume y por el Carrer de Ferran dimos en Ramblas.


Eran algo así como las dos de la tarde y se necesitaba encontrar una habitación para Aurora, de lo contrario dormiría en la calle. En consecuencia iniciamos el periplo de búsqueda por las calles del Raval, barrio atosigado de hoteles, pensiones, etc.; pues nada de nada, dos horas más tarde no habíamos conseguido nada de nada, todo ocupado y seguíamos a la búsqueda y acumulando kilómetros en los pies, yo los tenía calientes. Recurrimos a Internet, búsqueda de alojamientos de Barna, y mira por donde, luego de darle ni se sabe cuantas vueltas, conseguimos un litera en una residencia para jóvenes. Teníamos que ir al principio de Rambla de Cataluña, al salir a las Ramblas yo me volví para hablar con Aurora, llevaba la mano derecha levantada y fui a colocarla con la palma abierta en el pecho derecho de una italiana, no tenía ni idea de dónde surgió la mujer, el consabido grito de ésta y el tacto del seno me obligó a volverme de inmediato viéndome la mano abierta abarcando el pecho, yo me quedé estupefacto. Me eché a reír al tiempo que le pedía disculpas a la mujer, no pude evitarlo, me eché a reír con ganas y más viendo a Aurora que se partía la mandíbula de risas.


Por fin llegamos a la residencia, yo espero en la acera y cuando baja Aurora nueva sorpresa, tenemos que acercarnos al Carrer Provença, está cerca y decidimos ir andando, la calle confluye con Passeig de Gràcia justo en el edificio de La Pedrera, la famosa casa Milà del genio Gaudí, otra joya que Aurora desconocía, nos paramos un rato y la mujer permanece feliz, embelesada. Calle arriba o calle abajo, ya no lo sabemos, por fin llegamos a la dirección, nueva espera y cuando al final baja resulta que tenemos que desplazarnos a la Estación de Sants a por su maleta. Retornamos sobre nuestros pasos hasta la boca del metro en Passeig de Gràcia, lo hacemos por la acera de la derecha según bajamos, en consecuencia nos encontramos con la Casa Bastlló, de Gaudí, y nuevo orgasmo estético arquitectónico para mi amiga, que no deja de asombrarse.


Aproximadamente son algo así como las siete de la tarde, seguimos caminando por la ciudad, tengo las plantas de los pies calientes. Llegamos  a Sants por la Línea 3, nos liamos a la salida y aparecemos en casa dios, nueva caminata hasta el hall de la estación; Aurora tiene que orientarse y desde allí otro tramo que se me antoja interminable hasta la residencia donde tiene las maletas. Cuando nos hallamos a unos cien metros de nuestro destino, veo un bar y me quedo en él mientras la mujer hace el viaje de ida y vuelta a por el equipaje. Es una taberna curiosa, en la tele retransmiten un partido del Barsa, yo me pido una cerveza y me acodo al principio de la barra, a falta de otra cosa que hacer me dedico a ver el partido, en pocos minutos el Barsa marca dos goles y yo me desentiendo, el partido ya está ganado.


Para llegar al servicio tengo que salir al patio trasero y acceder por una escalera metálica muy empinada, me choca la situación y me río, otra cosa no puedo hacer. También me resulta curiosa la ubicación de la cocina, es una construcción exenta de la casa, dentro del patio, a continuación de la escalera de los servicios. Cuando retorno al interior del bar comprendo que no hay otro lugar donde poder colocarla, necesidad obliga y cuanto más espacio para los clientes tanto mejor para la caja. Concluyo. La última ley anti fumador no me permite hacerlo en el interior del bar, de eso ya se han encargado los cretinos de los políticos de turno, así que a la sala de fumadores, la puñetera calle. Al poco aparece Aurora arrastrando su maleta de ruedas, yo entro en el bar, pago mi consumición y nos largamos con viento fresco.


Nueva camina a la estación. El retorno en Metro lo hacemos por la línea cinco, es más rápida y cómoda para nosotros, evidentemente a la ida nos hemos equivocado. De nuevo Passeig de Gràcia, de nuevo la casa Milá, de nuevo la calle Provença, de nuevo el maldito portal de la residencia. Pero yo me quedo sentado en el banco de la esquina frente a la casa Milá, me regodeo con las formas femeninas de sus balcones y fachada. Allí dejo pasar el tiempo, ese tiempo maravilloso cuya existencia no me hacía ni puñetera falta, tiempo sin prisas le llamaban los abuelos de antaño, también conocido como tiempo para perder. Cuando Aurora regresa iniciamos la andadura hacia Plaça de Catalunya, de ahí tomamos Ramblas hasta el monumento a Colón, mi compañera de jornada se sorprende cuando le cuento lo del ascensor, no se lo cree hasta que le muestro la entrada y la taquilla.


Aurora va dándole vueltas a la cabeza con el tema del ascensor, todavía muestras sus dudas, en estas enfilamos hacia El Maremagnum. Las rendijas del suelo de madera mostrando el mar abajo le inquietan, padece vértigo, yo la distraigo con diversas historias y termino contándole la cuestión del control de las vacas en las dehesas de la montaña. Una zanja en el suelo y un pequeño puente con vanos en el suelo resuelven la cuestión, las vacas no son capaces de atravesarlos y así están controladas y el tráfico no se interrumpe. Aurota se ríe, le divierte la asociación de ideas. Nos sentamos en un banco mirando al mar y me dedico a contarle historias mías surgidas en aquel entorno: la del funicular que pasa sobre nuestras cabezas, o la del alucinante viaje a Menorca cuyo barco tomamos de sopetón una amiga y yo en la estación de embarque que estaba frente a nosotros, luego de salirnos de la fila de los autobuses a la Costa Brava. Fue el año que yo me quemé, desde entonces no he vuelto a ser el mismo, cuando ves la muerte tan de cerca marca de tal forma que te dejas de chorradas para siempre, ya lo advirtieron los médicos a mi familia. 


No lo sé con certeza, serían al menos las once de la noche cuando iniciamos el camino de vuelta. No retornamos por Ramblas, nos metimos en Carrer Ample y lo recorrimos de Oeste a Este, entramos en una pizzería y compartimos unas raciones de pizza, las acompañamos con cerveza. Poco después aparecimos en Vía Layetana por detrás del edificio de Correos, de allí al Metro Jaime I, y en ese punto dimos por concluido nuestro encuentro fortuito. Al final corre corre que te pillo, y entre pitos y flautas nos andaríamos no menos de diez o doce kilómetros, de los de ciudad, de los de asfalto y aceras, de los de alta contaminación, sonora, ambiental, lumínica. Ese es el problema de las grandes ciudades, están todas contaminadas, saturadas de contaminación, se ensucian las manos, se ensucia el pelo, se ensucia la ropa… Me gusta vivir en los pueblos, no puedo remediarlo, y esto lo suscribe una persona enamorada de Barcelona, tampoco puedo remediarlo, ni lo intento.

 
Casa Milá, La Pedrera

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