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| Palau de la Música, Barcelona |
Me
he desayunado café con leche y porras en la churrería de abajo de donde me
alojo, Carrer de la Princesa, no digo hotel porque no están los tiempos para
muchas gaitas, al menos mi bolsillo vive resentido desde que nos hundimos en la
crisis económica; ya sabéis, esa de los bancos, los muy sinvergüenzas nos han
robado hasta el alma, tampoco conviene exagerar, el alma la teníamos hipotecada
hace décadas. Como os decía café con leche y porras, me gustan las porras, las
como siempre que se presenta la ocasión. Luego me he ido paseando por las callejuelas del barrio hasta dar con mis huesos en la iglesia de Santa María
del Mar, preciosa ella, esbelta, de un gótico impecable. Siguiendo la costumbre
me recibe con los brazos abiertos, los dos estamos enamorados el uno del otro,
yo de su belleza y armonía, ella de mi seriedad y fidelidad; en mis viajes a esta preciosa
ciudad siempre nos vemos, es una de mis citas ineludibles, y ella lo sabe, por
eso me abre los brazos, con ternura y delicadeza.
Cuando
viví en Barna pasé tantas horas a su sombra, en el interior embrujado por el
sol al traspasar sus vidrieras, preciosas y solemnes, y el rosetón adornado por
la luz de la tarde, iluminado por esa luz amarillenta que se nos cae y luego se
marchita y poco después se marcha siguiendo su sendero sideral y más tarde se
hace la noche. Y ella estaba allí, no nos conocíamos pero ella estaba allí, me
refiero a la mujer que atiende por el nombre de Aurora, es de Valencia, se
había acercado para pasar el puente de Todos los Santos, le gustaban más las
piedras de las ciudades que las cruces de los cementerios; se había ido,
simplemente, se había largado a conocer una ciudad que terminaría pateando
hasta la saciedad. Fue ella quien inició la conversación, yo me dejé llevar, me
cayó bien, de lo contrario me hubiera dado el piro por la vía rápida.
No
era ni fea ni guapa, no era ni alta ni baja, no era ni delgada ni obesa, no era
despampanante ni contraída, no era ni mayor ni joven, no era nada del otro
mundo, era una mujer normal, una más de las miles de mujeres que pululan por el
planeta. Tenía encanto, ese ángel que adorna la cara de ciertas mujeres se
asomaba a sus ojos marrones, tenía encanto la sonrisa, algo enigmática, ni
mucho menos se parecía a la de La Gioconda, pero tenía encanto. Así que me dejé
llevar, ¿a dónde me conduciría aquel encuentro? Vamos a verlo, me dije, y me
dejé llevar. A la salida le mostré el Paseo del Born y ella hizo unas fotos, no
era muy diestra con la cámara, así que le hice algunas sugerencias para los
enfoques, las captó enseguida y tiró un serie guapa, nada del otro mundo porque
su cámara era una compacta.
Por
el Carrer de Montcada nos acercamos al museo Picasso, había una fila terrible
para entrar, lo vimos por fuera, edificios, patios, pasadizos, ampliaciones,
etc. Ella tomó la decisión, continuaríamos andando por la ciudad. Yo le conté
de cuando vivía allí, 1979, y me iba al museo, entonces la entrada costaba
veinticinco pesetas, aquello era cultura democrática y no lo de ahora. Me
pasaba largos ratos en compañía de sus pinturas de la época rosa o azul, o las
diferentes interpretaciones picasianas de las Meninas velazqueñas, yo alucinaba
con aquella demostración de ingenio, saber hacer y colorido diferente. Claro
está, me encontraba frente a Picasso, yo era consciente de ello y sabía que él
y yo nos entendíamos, por supuesto a través de su obra. Seis años antes el pintor
había muerto, recuerdo que cuando aquello sucedió yo me quedé huérfano, sí huérfano,
triste y desorientado; me costó dios y la madre asumir su muerte, vivía tan
intensamente dentro de mí que me resultaba imposible aceptarla. Como todo en la
vida pasa, aquello también se terminó y yo continué mi periplo vital por los caminos
de la madre Tierra…
De
nuevo en el Carrer de la Princesa, subimos a mi pensión por si había
habitaciones libres, Aurora no tenía donde dormir y la ciudad esta a rebosar de
viajeros, turistas y demás gentes. No había nada disponible, todas las habitaciones
estaban ocupadas. Bajamos a la calle y nos acercamos a ver el Palau de la
Música, obra emblemática del arquitecto L. Domènech i Montaner, 1905-08, que mi
acompañante no conocía. Le encantó, se quedó extasiada ante una fachada tan
vitalista, llena de simbolismos y soluciones arquitectónicas arriesgadas. Cámara
en ristre se dedicó a tomar cuantas instantáneas le vinieron en gana. Por el
patio actual accedimos a la cafetería y también pudimos entrar en el amplio
vestíbulo con su doble y espectacular escalinata, labrada en piedra y las
balaustradas de vidrio.
Mas
tarde atravesamos Vía Layetana y nos presentamos en el Barri Gòtic, en concreto
en la Plaça del Rei, luego de pasar por la Plaça de la Catedral. A caminar se
ha dicho, calle a calle, plaza a plaza, monumento a monumento nos lo recorrimos
entero. No entramos en la catedral porque ese día cobraban entrada y no
estábamos por la labor de pagar. En la Plaça de San Felip Neri había un grupo
musical, al poco de llegar nosotros terminaron su actuación, la plaza se vació
y allí nos quedamos los dos al arrullo de la fuente, el agua brotaba suave,
cadenciosamente y nos dejamos llevar por la melodía. Poco después nuevamente a
caminar, Plaça de Sant Jaume y por el Carrer de Ferran dimos en Ramblas.
Eran
algo así como las dos de la tarde y se necesitaba encontrar una habitación para
Aurora, de lo contrario dormiría en la calle. En consecuencia iniciamos el
periplo de búsqueda por las calles del Raval, barrio atosigado de hoteles,
pensiones, etc.; pues nada de nada, dos horas más tarde no habíamos conseguido
nada de nada, todo ocupado y seguíamos a la búsqueda y acumulando kilómetros en
los pies, yo los tenía calientes. Recurrimos a Internet, búsqueda de
alojamientos de Barna, y mira por donde, luego de darle ni se sabe cuantas
vueltas, conseguimos un litera en una residencia para jóvenes. Teníamos que ir
al principio de Rambla de Cataluña, al salir a las Ramblas yo me volví para
hablar con Aurora, llevaba la mano derecha levantada y fui a colocarla con la
palma abierta en el pecho derecho de una italiana, no tenía ni idea de dónde
surgió la mujer, el consabido grito de ésta y el tacto del seno me obligó a
volverme de inmediato viéndome la mano abierta abarcando el pecho, yo me quedé
estupefacto. Me eché a reír al tiempo que le pedía disculpas a la mujer, no
pude evitarlo, me eché a reír con ganas y más viendo a Aurora que se partía la
mandíbula de risas.
Por
fin llegamos a la residencia, yo espero en la acera y cuando baja Aurora nueva
sorpresa, tenemos que acercarnos al Carrer Provença, está cerca y decidimos ir andando,
la calle confluye con Passeig de Gràcia justo en el edificio de La Pedrera, la
famosa casa Milà del genio Gaudí, otra joya que Aurora desconocía, nos paramos
un rato y la mujer permanece feliz, embelesada. Calle arriba o calle abajo, ya
no lo sabemos, por fin llegamos a la dirección, nueva espera y cuando al final
baja resulta que tenemos que desplazarnos a la Estación de Sants a por su
maleta. Retornamos sobre nuestros pasos hasta la boca del metro en Passeig de
Gràcia, lo hacemos por la acera de la derecha según bajamos, en consecuencia
nos encontramos con la Casa Bastlló, de Gaudí, y nuevo orgasmo estético
arquitectónico para mi amiga, que no deja de asombrarse.
Aproximadamente
son algo así como las siete de la tarde, seguimos caminando por la ciudad,
tengo las plantas de los pies calientes. Llegamos a Sants por la Línea 3, nos liamos a la
salida y aparecemos en casa dios, nueva caminata hasta el hall de la estación;
Aurora tiene que orientarse y desde allí otro tramo que se me antoja
interminable hasta la residencia donde tiene las maletas. Cuando nos hallamos a
unos cien metros de nuestro destino, veo un bar y me quedo en él mientras la
mujer hace el viaje de ida y vuelta a por el equipaje. Es una taberna curiosa,
en la tele retransmiten un partido del Barsa, yo me pido una cerveza y me acodo
al principio de la barra, a falta de otra cosa que hacer me dedico a ver el
partido, en pocos minutos el Barsa marca dos goles y yo me desentiendo, el
partido ya está ganado.
Para
llegar al servicio tengo que salir al patio trasero y acceder por una escalera
metálica muy empinada, me choca la situación y me río, otra cosa no puedo
hacer. También me resulta curiosa la ubicación de la cocina, es una
construcción exenta de la casa, dentro del patio, a continuación de la escalera
de los servicios. Cuando retorno al interior del bar comprendo que no hay otro
lugar donde poder colocarla, necesidad obliga y cuanto más espacio para los
clientes tanto mejor para la caja. Concluyo. La última ley anti fumador no me
permite hacerlo en el interior del bar, de eso ya se han encargado los cretinos
de los políticos de turno, así que a la sala de fumadores, la puñetera calle.
Al poco aparece Aurora arrastrando su maleta de ruedas, yo entro en el bar,
pago mi consumición y nos largamos con viento fresco.
Nueva
camina a la estación. El retorno en Metro lo hacemos por la línea cinco, es más
rápida y cómoda para nosotros, evidentemente a la ida nos hemos equivocado. De nuevo
Passeig de Gràcia, de nuevo la casa Milá, de nuevo la calle Provença, de nuevo
el maldito portal de la residencia. Pero yo me quedo sentado en el banco de la
esquina frente a la casa Milá, me regodeo con las formas femeninas de sus
balcones y fachada. Allí dejo pasar el tiempo, ese tiempo maravilloso cuya
existencia no me hacía ni puñetera falta, tiempo sin prisas le llamaban los
abuelos de antaño, también conocido como tiempo para perder. Cuando Aurora
regresa iniciamos la andadura hacia Plaça de Catalunya, de ahí tomamos Ramblas
hasta el monumento a Colón, mi compañera de jornada se sorprende cuando le
cuento lo del ascensor, no se lo cree hasta que le muestro la entrada y la
taquilla.
Aurora
va dándole vueltas a la cabeza con el tema del ascensor, todavía muestras sus
dudas, en estas enfilamos hacia El Maremagnum. Las rendijas del suelo de madera
mostrando el mar abajo le inquietan, padece vértigo, yo la distraigo con
diversas historias y termino contándole la cuestión del control de las vacas en
las dehesas de la montaña. Una zanja en el suelo y un pequeño puente con vanos
en el suelo resuelven la cuestión, las vacas no son capaces de atravesarlos y
así están controladas y el tráfico no se interrumpe. Aurota se ríe, le divierte
la asociación de ideas. Nos sentamos en un banco mirando al mar y me dedico a
contarle historias mías surgidas en aquel entorno: la del funicular que pasa
sobre nuestras cabezas, o la del alucinante viaje a Menorca cuyo barco tomamos
de sopetón una amiga y yo en la estación de embarque que estaba frente a
nosotros, luego de salirnos de la fila de los autobuses a la Costa Brava. Fue
el año que yo me quemé, desde entonces no he vuelto a ser el mismo, cuando ves
la muerte tan de cerca marca de tal forma que te dejas de chorradas para
siempre, ya lo advirtieron los médicos a mi familia.
No
lo sé con certeza, serían al menos las once de la noche cuando iniciamos el
camino de vuelta. No retornamos por Ramblas, nos metimos en Carrer Ample y lo
recorrimos de Oeste a Este, entramos en una pizzería y compartimos unas
raciones de pizza, las acompañamos con cerveza. Poco después aparecimos en Vía
Layetana por detrás del edificio de Correos, de allí al Metro Jaime I, y en ese
punto dimos por concluido nuestro encuentro fortuito. Al final corre corre que
te pillo, y entre pitos y flautas nos andaríamos no menos de diez o doce
kilómetros, de los de ciudad, de los de asfalto y aceras, de los de alta
contaminación, sonora, ambiental, lumínica. Ese es el problema de las grandes
ciudades, están todas contaminadas, saturadas de contaminación, se ensucian las
manos, se ensucia el pelo, se ensucia la ropa… Me gusta vivir en los pueblos,
no puedo remediarlo, y esto lo suscribe una persona enamorada de Barcelona,
tampoco puedo remediarlo, ni lo intento.
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| Casa Milá, La Pedrera |


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