jueves, 30 de abril de 2015

EL BANCO

Calle Portales, Logroño
El Banco

Recuerdas que guapas eran nuestras muchachas. –Comenta un hombre mayor a su amigo, que permanece sentado en un banco de la Calle Portales de Logroño leyendo el periódico local. El amigo levanta la mirada al tiempo que esboza una leve sonrisa, no exenta de una incierta melancolía, mientras que con un gesto de la mano derecha invita a su interlocutor a sentarse a su lado. –Sí, -responde escuetamente mientras pliega el diario parsimonioso, de seguido prosigue danzándoles los ojos, -aquellas chicas las recuerdo como si fuera ayer mismo, eran preciosas. Tenían la luz en la mirada de los diecisiete o dieciocho años, la epidermis fresca, turgente, llena de vida; cuando reían parecían campanillas en día de fiesta y se apasionaban en el amor tanto como nosotros. Pero el tiempo las ha borrado de la faz de la Tierra, del mismo modo que la riada arrasa las riberas del río; de aquellos rostros juveniles no queda ni rastro, ahora todo es decrepitud, dolor y enfermedad. –Como nosotros, -interviene el hombre, -fíjate en nuestras caras, las cuencas de los ojos hundidas como cuévanos, en las arrugas que nos surcan el rostro, y en el cuerpo sólo nos queda barriga fofa, músculos caídos y deformidades por doquier. Sin darnos cuenta hemos hecho de la vida una carrera tonta contra la belleza, tendrían que fusilarnos.

-Un poco exagerado me pareces, son avatares de la existencia, ya conoces la frase: “si deseas un cadáver hermoso, muérete joven”; nosotros no lo hemos hecho, luego tenemos que apechugar con lo que nos venga. Además algo habremos aprendido en este largo periplo de la vida, no sólo a beber vino, porque tontos no somos. –Amigo, el que nace bobo se pasa la vida practicando, y, que se sepa, tú y yo nos las hemos ingeniado bien; quiero decir que hemos sabido estar a la altura de las circunstancias, defender nuestros puntos de vista, valernos con dignidad en la vida y, en especial, saber elegir puntualmente a nuestras mujeres. ¿Recuerdas los devaneos que te llevabas con Pili, aquella muchacha alta que te sacaba un palmo y tú asegurabas que sólo eran dos dedos?, qué risas nos llevábamos los amigos contigo y tu relación con ella. Llegaste a calzarte zapatos con plataforma y tu madre tuvo que comprarte un par de pantalones nuevos para que no se vieran las plataformas.  –No me cuentes, que me pasé dos años loco por Pilar; es que era guapa, muy atractiva, además tenía unos pechos impresionantes. –Estoy de acuerdo, su cuerpo era espectacular, todo el mundo se volvía a mirarla, y la cara preciosa. Al final te fuiste a Bilbao a estudiar económicas y allí se terminó la historia. –Igual te sucedió a ti, andabas embebido en las babas de Carmen, ¡qué ojos tan negros y profundos!, cuando miraba parecía que te iba a taladrar. –No me cuentes, que yo volvía ciego a casa de tanto mirarla. –Pues como te decía, que si el uno a Madrid que si el otro en Logroño, total que también la acabasteis en el mismo año.

-Luego de unos segundos de incertidumbre, prosiguió el hombre. -Nosotros no lo sabíamos entonces, pero el último año de bachiller fue el de la disgregación de nuestras muchachas, incluso de la cuadrilla desaparecieron algunos amigos para siempre. En la universidad aparecieron nuevas chicas, pero ya no era lo mismo, esas no tuvieron que aprender con nosotros, ya estaban enseñadas. Aunque pensándolo bien tanto mejor, así era más sencillo. –Y nosotros también habíamos aprendido a lidiar con las historias del amor, mi primer año en la universidad fue terrorífico, todavía no sé ni cómo conseguí aprobar el curso completo. –Se supone que por inteligencia; no te vayas a pensar, que a mí también me sobró poco…


En estas permanecieron un buen rato sentados en el banco, rememorando historias pasadas, rebuscando en la memoria precaria del tiempo pasado, poniendo al día vivencias que en su momento sirvieron para ir puliendo las personalidades de cada uno; perfilando los caminos futuros de la amistad de la que harían gala el resto de sus vidas, dado que, en estos tiempos, cuando andan próximos a cumplir los ochenta años, todavía quedan todos los días en la Calle del Laurel para tomar sus vinos de forma metódica, espaciadamente, chiquiteando con la cuadrilla, sin buscar otro fin que no sea compartir unos cuantos ratos de amistad al socaire del aroma del vino de nuestra tierra. Y es que el vino hay que compartirlo con quien sabe beberlo, con quien sabe respetarlo y reverenciarlo, con obligada amistad.

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