sábado, 31 de mayo de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA X



Calle Santiago, Logroño

Anselmo cosas y hechos de mi vida X

Los niños del pueblo jugábamos a las tardes en la plaza, solíamos hacerlo todos juntos, sin distinciones de edad, éramos pocos y nunca estábamos al completo, siempre faltaba alguien puesto que bien uno o bien otro tenían algún trabajo por hacer, pero según iban terminando aparecían por allí y se sumaban sin problemas. Uno de mis trabajos consistía en recoger a la vaca lechera a su regresar de la dehesa y llevarla al abrevadero, viaje que aprovechaba para hacer el segundo, llenar el botijo a fin de que hubiera agua fresca en la cena, así que de un tirón yo hacía mis dos trabajos diarios de la tarde y listo, a jugar de nuevo se ha dicho. El agua fresca era el elemento imprescindible cuando regresaban las yuntas, tanto mi padre como el criado llegaban con sed, la boca reseca por el polvo del campo y era el agua quien les ponía a tono y se las limpiaba. De seguido pasaban al vino, a tales efectos en mi casa siempre había un boto, de los del Quijote, de vino aragonés, de Gotor, un pueblo cerca de Calatayud. Mi padre llenaba la bota y ya tenían el vino fresco para echar un buen trago; los dos hombres y el pastor comían con vino, en especial mi progenitor a quien le gustaba bastante, el resto de la familia lo hacíamos con agua de la fuente.

Hacer mis trabajos me llevaba poco tiempo, era tan chico que no podía hacer nada más a excepción de algún recado que otro, así que enseguida estaba listo para irme a jugar, nos reuníamos en la plaza y después de andar un buen rato chinchándonos entre nosotros terminábamos jugando a “Tres Navíos en el Mar”; por un lado estábamos los pequeños, a quienes de cuando en cuando nos endosaban al hermanito de Loles, pero era muy chico y no lo queríamos, así que le dábamos de lado como buenamente podíamos porque con él nos descubrían enseguida; los habituales de mi grupo éramos Loles, Carmen y yo, y por el otro iban mi hermana Lola, Conchita y mi hermano Alejandro o algún otro chico y chica, dependiendo del día nos reuníamos más o menos los mismos aunque nunca estábamos al completo. Eran otros tiempos y aquellos trabajos que nosotros hacíamos entonces hoy en día le llamarían explotación infantil, grave error por cierto; las condiciones eran muy diferentes, vivíamos en una economía de supervivencia y en consecuencia todo el mundo tenía que echar una mano en la medida de lo posible, además con ello conseguían que los niños nos acostumbráramos al trabajo cotidiano.

Teníamos nuestros escondites preferidos, a mi "novia" y a mí nos gustaba sobremanera el horno del Kiko, poníamos a Carmen de escudo y nosotros aprovechábamos para cogernos de la mano y apretarnos un poquito estando los dos protegidos detrás de ella. Nos gustaba, era muy breve pero nos gustaba a los dos; a Loles se le ponía la cara de rosa y cuando nos descubrían estaba turbada, salíamos corriendo y nadie se daba cuenta de lo sucedido, y menos Carmen a quien engañábamos entre los dos con suma facilidad. Nada de movimientos extraños, nada de ruidos innecesarios, nada que delatara nuestra atracción mutua. Éramos dos niños pero habíamos aprendido muy bien los secretos del silencio, si no deseas que se sepa no hables, no des ninguna pista, cállate y actúa con máxima discreción. Pero en el pueblo se sabía, todo el mundo conocía nuestro noviazgo, y se reían de nosotros y nos tomaban el pelo y Loles callaba y yo me enfadaba y me encaraba con los mayores, y algún mayor se sobrepasó alguna vez conmigo y me dio un sopapo, pero yo seguía haciéndoles frente, no me gustaba que mi romance estuviera en boca de todo el mundo.

Tampoco cambiaron mucho las cosas una vez me asenté en Logroño, la represión era tan bestial que azotaba despiadadamente a todo el país, eran los tiempos opacos de aquella “España, reserva espiritual de occidente”, los sacerdotes eran los dueñas de las calles y la situación no permitía demasiadas alegrías a la juventud, que sufríamos el martilleo incesante del pecado carnal, del anatema, de la excomunión, en definitiva de la exclusión social, ¡miserables! La ventaja de Logroño consistía en que ni la gente y ni mis padres supieron nunca de mis amores con Carmen, nosotros hacíamos y deshacíamos como podíamos pero las condiciones de la ciudad nos permitían ser “invisibles” a los ojos de la sociedad, y el sentido de solidaridad de nuestros amigos y amigas hacía el resto. Hoy por ti mañana por mí, hacíamos piña de grupo, de discreción, de solidaridad unos con otros y gracias a ello pudimos sobrevivir con dignidad.

Por supuesto que siempre estaba encima de nosotros la odiosa espada represiva de Damocles, no tenéis ni idea de cuánto odio a ese tipo, al estúpido Damocles. Sólo era un adulador, un pelota, un ambicioso del poder, la buena mesa y mejores mujeres; un tipo con un espíritu raquítico, de los que asustan por cortito el pobre, de mirada estrecha y horizontes a un palmo de las narices. Además fue un cobarde, en cuanto vio la espada colgada del pelo de la crin del caballo se le quitaron las ganas de gozar de la vida, colapsado de pánico se quedó el pobre. Pero nosotros, en la época que nos tocó vivir, aun a pesar del peligro, seguíamos viviendo, sintiendo, gozando de nuestra indolente juventud, de nuestros múltiples divertimentos, en definitiva de nuestra atracción mutua, ella atraída en mí y yo atraído en ella, y qué bien nos sentaba a los dos.



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