lunes, 26 de mayo de 2014

ANSELMO, COSAS Y HECHOS DE MI VIDA, IX


Iglesia de Palacio vista desde el Parque del Ebro.
Frente a las torres, en la calle Mayor,
estaba el local de la gramola

Anselmo, cosas y hechos de mi vida IX

Carmen tenía el pelo negro, la tez morena, los labios un pelín carnoso, los ojos eran oscuros y grandes ligeramente rasgados, cuando sonreía se le achinaban; en esa expresión a mí es cuando más me gustaban, yo se lo hacía ver y los dos nos lo tomábamos a guasa. Iba a las escolapias  y su cuadrilla era amiga de mi cuadrilla, todos los amigos estudiábamos en los escolapios, así que pocos problemas teníamos para vernos los fines de semana. Además vivía cerca del pequeño negocio de mi padre, al que yo solía acudir más que por saludarle a él para verla a ella; ya sabemos cómo son esas historias de adolescentes, te crees que dominas todo y la realidad es que el todo te domina a ti. Pero bueno, tampoco importaba demasiado, la indolencia es parte muy importante de la adolescencia y de la juventud, tanto ella como yo lo éramos y creo que nos importaba muy poco. Estábamos bien cuando hacíamos nuestro apartado bipersonal, hablábamos de nuestras historias preferidas y de cuando en cuando nos cogíamos de la mano, poca cosa porque eran tiempos muy represivos y en aquella época todo el mundo era chivato voluntario de nuestros padres.

Las piernas eran largas y rectas, muy bonitas, el trasero algo respingón, de talle estrecho en justa correspondencia a su edad y el pecho generoso sin ser en exceso abundante. Ni guapa ni fea, antes bien lo primero, poseía un ángel precioso que se le asomaba al semblante con harta frecuencia, y es ahí donde a mí me tenía enganchado, bien enganchado. El gesto serio, le costaba sonreír pero no era adusta, tenía personalidad en su forma de estar, en sus opiniones, imagino que en consonancia a su forma de ser interior. Sí, el alma de aquella muchacha tenía que ser muy evolucionada; entonces yo no sabía leer el lenguaje de las almas, eso se aprende con los años, poco a poco, pero cuando se domina ya no se olvida mientras vivas, y es muy hermoso saber con quién estás hablando, las afinidades espirituales que nos unen, la confianza que emana en estado natural, el trato distendido, el respeto que fluye por sí mismo, en fin, la proximidad espiritual que aporta la confianza necesaria de cara a la comunicación. Yo no sabía leer su alma, simplemente me dejaba guiar por la atracción de las energías, la suya y la mía, que permite que dos seres que no se conocen se atraigan entre sí. Principio básico del amor y de la amistad.

Yo era consciente de que la vida en Logroño me permitía eludir la cansina vigilancia de los padres, pues conociendo la ciudad, la vida rutinaria de nuestros padres, sin olvidar la de sus amigos, nos permitía crear mapas en el callejero de la ciudad por donde podíamos escapar, hacer lo que nos viniera en gana a sabiendas de que no seríamos “denunciados” al tribunal de la familia. De esta manera evitábamos reprimendas, castigos de fines de semana sin salir y salvaguardamos la exigua paga de los domingos. A tales efectos nos buscamos un local en la Calle Mayor, frente a Palacio, en cuya gramola nos gastábamos una buen parte de la paga escuchando la buena música del momento: Sgto. Pepper´s, Beatles; Younger than Yesterday, the Birds; The Village Greek Preservation Society, the Kinks, algunas canciones de Donovan, y en especial de Rolling Stones, Status Quo, y un largo etc. que sería prolijo enumerar y que además ya no tengo en la memoria, ni tan siquiera me he molestado en ordenar en consonancia con los años reales. Cada semana el dueño ponía algún disco nuevo y nosotros nos lanzábamos como posesos a devorar la novedad, que dos días más tarde había dejado de serlo.

A la cuadrilla le gustaban aquellas historias porque estábamos protagonizando nuestra historia personal, además amábamos con pasión la música, nuestra música, la de nuestra generación, la rompedora con la estabilidad del sistema, y sería vano afirmar que, por edad, nosotros también andábamos con la inquietud en el alma, con ganas de romper aquel sistema anacrónico que no nos permitía expresarnos libremente. El volumen de la gramola era tan alto que espantaba a cualquier miembro de la generación de nuestros padres y, por supuesto, de nuestros abuelos; así que nosotros estábamos como pez en el agua allí dentro, a salvaguarda de chivatos y chivatas, a salvaguarda de cotilleos idiotas, a salvaguarda de la inmoralidad de la gente mayor, que dicho sea de paso es la peor de todas las gentes. Y ella y yo hacíamos apartado, y hablábamos de nuestras historias favoritas, y allí sí, allí nos cogíamos de la mano sin temor, nos apretábamos el uno contra el otro, y de cuando en cuando nos descolgábamos con algún beso furtivo, porque tampoco podías fiarte demasiado del dueño del local.


Por supuesto que yo no quería ir al pueblo, tenía en Logroño aquello que me había ido trabajando, mientras que en el pueblo tan solo quedaban los recuerdos de una infancia que había finiquitado y que debido al tiempo sucedido me resultaba extraña, ajena a mis aspiraciones de joven enamorado y que no me interesaba lo más mínimo. Logroño era mi presente y mi futuro, era tangible porque lo podía tocas con las manos, pasear sus calles andando, reconocerme en cualquier plaza que había hecho mía, aspirar a seguir siendo yo apoyándome en la amistad y en el amor.

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