sábado, 7 de septiembre de 2013

EL SUEÑO DE LA MUERTE

Escrito dedicado al visionario G. A. Bécquer



El reflejo del alma humana










Nota Preliminar: a veces presiento historias que van a suceder, a veces percibo el final de trabajos que ni tan siquiera he iniciado, a veces preveo el triunfo de mis escritos, hijos literarios, aun cuando yo haya muerto, a veces barrunto un futuro más humano, a veces, a veces la vida simplemente es una conjetura descomunal en la que la propia  existencia no deja de ser una mera hipótesis.
A veces la vida se esconde detrás de la utopía.







Aprisionada el alma al otro lado de la luz.


El Sueño de la Muerte


Más o menos eran las seis de la mañana del día de hoy, treinta de agosto de dos mil trece, cuando me he despertado con ánimo tranquilo. No estaba agitado, ni nervioso, ni tampoco tenía ánimo para rememorar ninguna de esas historias truculentas que suele despachar el personal, las cuales se comentan y se hacen gala de ellas con demasiada desfachatez cuando alguien sueña con la muerte. Antes bien me hallaba en calma total, el sueño ha sido placentero, tranquilo, sorprendente diría yo, pues las imágenes eran nítidas, poderosas, inéditas con relación a otros sueños, incluyendo el derroche de color y el incesante desfile de magníficas formas de arte arquitectónico que se confundían al entremezclarse el arte connatural de la naturaleza -del que soy gran admirador- y el arte realizado por el hombre.

Después de pensar un buen rato en el sueño mientras me fumaba un par de cigarrillos, me he vuelto a la cama pues no he conseguido traducir a lenguaje coloquial las preciosas y precisas imágenes con las que me ha obsequiado el sueño de marras, y la maravillosa atención que me han prodigado los personajes que han participado en él. Con tranquilidad me he dormido de nuevo, no en vano, desde hace ya varios lustros, el tema de la muerte truculenta de los eclesiásticos me la paso por la entrepierna. Han pasado muchos años desde que yo escribiera mi poema “Pajarillo Bis” en el que me permito la licencia de llamarle “compañera”, y, en este mismo libro, “Almoneda”, existen otros trabajos en los que también me refiero a la muerte en tono familiar. Aparte de que son numerosas las referencias que aparecen en diversos escritos y poemas míos, y es que, cuando vivimos entregados a la vida, la muerte sólo es una constante que nos hace más humanos y pone límites a nuestras pretensiones de creernos dioses.

Nadie más alejado de la divinidad que los prepotentes, engreídos, endiosados y toda esa recua de desalmados dispuestos a secuestrar a golpes de cañonazos la tierra y a sus habitantes; por más que ellos se crean y vivan convencidos de que están protegidos por dios o los dioses -cada cual que elija a su aire porque el resultado es el mismo-, la realidad es que él o los dioses pasan de esa gentecilla como de la peste, aun a pesar de los beneplácitos, la pretendida intermediación y el hipotético enchufismo de la clase dirigente curial. El resultante de los despropósitos de la existencia humana es que: o bien se está al lado de la vida y se trabaja por ella, no vale tener esclavos, ni siervos, ni prostitutas para uso individual, etc., o bien se está contra ella y se trabaja para dominar la tierra a costa de cuentas muertes sean necesarias, aquí sí que vale eso de los esclavos, los siervos y lo de las prostitutas de lujo. Cada quien que elija, luego que nadie se llame a engaño.

Desde hace ya mucho tiempo yo no escribo para esos individuos atosigados de poder, ya sea económico, empresarial, bancario, político, eclesiástico, judicial, sindical, etc. Ellos pertenecen a su élite y yo vivo al margen de su “paraíso”; en justa compensación esos oscuros personajes tampoco pueden disfrutar de mis escritos, por la sencilla razón de que no van dirigidos a ellos, simplemente están excluidos porque ellos sobreviven al margen de mis planteamientos humanísticos y carecen de la calidad y calidez humana necesaria para hacerlos suyos. Quien todo lo quiere en la tierra todo lo pierden en su alma, y para mí el alma es el gran tesoro que aglutina vida y arte, vida y humanismo, vida y libertad, vida y hombre, vida y mujer, en fin, vida y dignidad.

En consecuencia, mi voz se cierra para ellos y desde ahora les doy de lado para siempre, con este gesto me limito a ratificar lo que hice en mi segunda juventud, cuando me dedicaba a la caza y captura, mental se entiende, del cura de turno. Los sacerdotes son seres fanáticos, nada cultos, pretendidamente dialogantes y liberales, pero cuando se les aprietan las clavijas en torno a las flasedades de sus pretendidas verdades absolutas, acaban perdiendo los papeles y terminan amenazando a su interlocutor, sibilinamente por supuesto, con la basura de su infierno eterno y ni se sabe cuántos males añadidos. Los pobres son seres educados a base de fanatismos en los seminarios y para ellos nada existe que pueda contra el poder absoluto de su dios de papel tijera y que ellos recortan como si fuera mariquitinas dándoles forma como les viene en gana. Al otro lado, de su empalagosa raya mental, estamos los hombres y mujeres libres, cuyas amenazas nos importan un bledo y que, además, para su desesperación, tenemos a gala defender nuestra postura vital en todo momento de esta desnutrida vida.

Pasado los años me aburrí de la práctica de mi deporte favorito y decidí darles de lado para siempre, los expulsé de mi entorno y desde entonces, para mi tranquilidad, no he vuelto a charlas nunca más con ninguno de ellos, salvo en contadas ocasiones, y siempre en encuentros breves y fortuitos. La antepenúltima ocasión que lo hice fue, creo, en la primavera del 2004, en Carazuelo, provincia de Soria, con motivo de la inauguración de la restauración de su iglesia, acto al que me invitaron porque yo había salvado, varios años antes, del derribo inmisericorde el precioso artesonado realizado en carpintería blanca, que adorna el techo del edificio. Fue con el entonces obispo de la diócesis de Osma, que en aquellos momentos había sido ascendido al grado de  arzobispo militar, y que pocas semanas después abandonaría la provincia camino de su pomposo nuevo estatus.  

El pobrecito quiso ser amable conmigo gastándome una broma tonta a costa de mis barbas, secamente le respondí que eran las mismas barbas de Cristo. El hombre se turbó y se quedó cortado, cuando reaccionó me soltó la milonga de que Cristo sólo había uno; a lo que yo le respondí que no estaba de acuerdo, que Cristo habíamos miles de hombres y mujeres, pero que nosotros no íbamos a la iglesia, que nos encantaba la libertad, creíamos en el dios de la justicia y que aborrecíamos la pompa y el rito eclesiástico. Ni que decir tiene que la conversación fue muy breve, por supuesto que para él no era el momento y se alejó de mi lado poco menos que espantado por mi atrevimiento.

Varios años después hubo otro encuentro con el cura de Nalda, La Rioja, un integrista quiquero, muy blandengue el hombrecito, muy amigo de la parafernalia del rito y las procesiones, muy conservador el chico, muy de tener controlado al pueblo, muy de dar la murga con el toque súper prolongado de las campanas, muy… y cuyo nombre nunca me he tomado la molestia de recordar. Al poco de estar viviendo yo en la citada población, bajo la “excusa” de escribir el segundo capítulo de mi novela “Gente Anónima”, me abordó en la calle con fingida amabilidad -¿quién sabe cuáles eran sus intenciones?, aunque son imaginables-. Sin pensarlo dos veces yo le dije que él iba a estar poco tiempo de cura; se quedó blanco, y me preguntó si se iba a morir pronto. No le respondí, lo que sí quedó claro es que él no tenía pensado, ni remotamente, abandonar su flamante carrera de sacerdote; aunque, la verdad sea dicha, no tiene por qué hacerlo y menos siendo miembro activo de semejante organización, además el puesto que ocupa le proporciona dinero y poder social. A partir de aquella primera y última conversación, por llamarla de alguna forma, se limitó a saludarme lo más escuetamente posible y sólo cuando no le quedaba más remedio. El pobre me cogió miedo.

El último fue la primavera pasada, en la famosa parroquia de Yagüe, ya sabéis, la que fue sede del cura Ojeda. Yo acompañaba a mi amigo Cecilio, pintor él, pues me había llamado para que le ayudara a colocar, de cara a la semana santa, su cuadro “El Cristo de la Cárcel”, trabajo que fue realizado, hace ya bastantes años, en colaboración con los reclusos de la prisión de Logroño. Cuando llegamos tuvimos que esperar, pues el párroco tenía una visita. En el recibidor había una biblia, yo la cogí, la abrí al alimón y aparecieron los salmos de David, que me dio por releer una vez más, hasta que el hombre pudo atendernos. Al entrar y verme con el libro en la mano me preguntó si solía leer la Biblia, le respondí que cuando se ponía a tiro, en especial el Apocalipsis. No le gustó mi respuesta, lo cual no es de extrañar porque la curia no quiere que sus feligreses lean el último libro sagrado, tiene miedo de que los fieles descubran que detrás de la gran prostituta apocalíptica se encuentra la Iglesia Católica. 

Bien, pues como os decía antes, tampoco escribo para los curas, párrocos, monjas, monjes, abades, abadesas, obispos, arzobispos, cardenales y papas, ni para esa pléyade de fieles integristas pertenecientes a sectas católicas que viven como dios y se consideran elegidos. No sólo excluyo a los jefes de la iglesia católica, sino que también están incluidas todas las iglesias del mundo, tanto orientales como occidentales; allá se las compongan, ellos tienen bastante con sus dioses iracundos y su poder, y a mí me basta con el dios de la vida y mis compañeros humanos que habitan la gran nave de la tierra, o séase el Arca de Noé. ¿Para qué más disquisiciones bizantinas, si ellos han perdido la capacidad de discernir en libertad?, a mí no merece la pena malgastar el tiempo pues el trabajo que tengo que realizar es monumental, en definitiva quien todo lo quiere en la tierra pierde su alma.

Yo escribo para ti mujer que tienes la mirada dulce, para ti hombre que tienes la mirada fuerte, para ti mujer que se te asoma el alma a la balaustrada de tus iris, para ti hombre que te palpita el alma en tus ojos, para ti mujer que tienes las palma blancas, para ti hombre que tienes manos de artista, para ti mujer que recibes las caricias con ternura, para ti hombre que proyectas ternura en tus caricias, para ti mujer que desprendes calor y amabilidad, para ti hombre que te expresas cálidamente; para ti hombre o mujer que recibís la vida desde la sensualidad, la proyectáis a vuestro alrededor en torno a la figura de vuestro ser; para ti mujer u hombre que percibís la vida desde el sentimiento y con humildad recostáis el amor en la almohada de la esperanza. A vosotros hijos de la vida, a vosotros mis versos.

Yo escribo para agasajar las vidas de quienes toman la vida con fuerza, -se me han roto los ojos y por ellos mana el agua-, saben respetarla y laboran en beneficio de la vida, para proyectar la vida sobre la vida y así crear nuevas vidas, que permitan a las mujeres y los hombre un futuro confiado. Un futuro en dignidad, donde la justicia sea una realidad constatable y no pueda ser suplantada por la falsedad de la caridad. Yo escribo para vosotros, hombres y mujeres que respetáis los principios de vuestra alma universal, aceptáis la versatilidad de la existencia, su relativismo dual y mutante. Yo escribo desde la modestia para los seres humanos humildes, los demás deben darse por excluidos; yo escribo desde la inteligencia para los seres humanos sagaces, los demás deben darse por excluidos; yo escribo desde la honradez, ladrones fuera.


Me lo he planteado mientras redactaba el texto y he concluido que no debo contaros el sueño, que por supuesto he podido traducir a lenguaje coloquial, al menos por ahora; es posible que tenga que dejarlo para la próxima reencarnación, ya que en esta ocasión necesito reservarme el derecho a la privacidad, aunque sólo sea por una vez. Sabéis que yo en mis escritos he descubierto mi alma, os la he mostrado abiertamente, tal cual es; al principio me costó, pero sólo hasta que comprendí que abrir mi alma al mundo era parte de mi trabajo, y a partir de ese momento todo fluyó con naturalidad, con suavidad y sensualidad, igual que el hilo de seda sale de la boca del gusano cuando se apresta a crear su capullo de la crisálida, su mutación. Recordar que aquí siempre estamos en mutación, quien no cambia pierde la vida. Sólo quiero deciros que este escrito es consecuencia del sueño, sin él no hubiera existido, pero permitidme que los detalles personales, todo sueño corresponde en exclusiva a quien lo sueña y no tiene obligación de compartirlo, me los reserve para mi gozo íntimo, el de mi alma. 




¿En qué vacío encontrarás tu alma?

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