Nota preliminar: Aprovechando mi último viaje a Santiago de Compostela, me acerqué a Iria Flavia para visitar la casa museo de Rosalía de Castro, en consecuencia he podido terminar el poema a ella dedicado y que llevaba tantos años pendiente. Ya sabéis de mi manía, me niego a dar por finalizado un poema dedicado a otro poeta sin haber visitado el entorno inmediato en el que vivió. Espero que disfrutéis leyéndolo.
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| Entrada al jardín de la casa museo. |
De la vida entre el múltiplo conjunto de
los seres,
no, no busquéis la imagen de la eterna
belleza,
ni en el contento y harto seno de los
placeres,
ni del dolor acerbo de la dura aspereza.
Rosalía de Castro.
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| Vista interior del jardín |
LA MUJER DEL MAR
Rosalía de Castro
Cenizoso el cielo,
en la mañana de mayo
las nubes blanqueaban,
tenían tejido el chal
de la melancolía.
El jardín y la casa,
las ventanas y el balcón,
los árboles y las plantas,
las flores y las rosas,
las palomas y los gorriones
-dualidad de los elementos
que configuran la vida-
permanecían a dos luces,
en penumbra,
exudaban nostalgia
de oraciones y versos
a la orilla del Sar.
Y ellos te acompañaron
de por vida, incluso en tus viajes
y estancias fuera de esta agraciada
tierra que te viera nacer, que tan
intensamente llevabas adentro de ti,
y un poeta le llamó “saudade”,
hermosa palabra, melancolía
y ausencia sentida por el terruño natal.
Y la mente, en su acto
de contrición, imploraba
a los cielos entendimiento,
al tiempo que se preguntaba
qué sería del espíritu si los seres
humanos careciesen de alma
poética, que les emociona
en el éxtasis ante el encuentro
con la luz de la creación.
Desnudos se mostrarían frente
los ojos del mundo, avergonzados
arrastrarían sus míseras existencias
por los estrechos pasadizos de la vida;
caminarían azorados y llenos
de ramalazos de necesidad,
en busca de la liberación
que nunca habrían de encontrar.
Porque tú sabes que la vida es poesía
visual, de estrellas y planetas en los cielos
nocturnos, o de nubes y blancos
y azules en los diurnos; de valles
que verdean, de aguas plateadas,
de altas montañas asidas al infinito,
de océanos que se abisman.
También es poesía musical, de ríos
cuyas aguas cantan dulcemente,
de olas que se estrellan en el acantilado
o con suavidad mueren en la arena,
del viento cuando furibundo ruge
en la tormenta, de brisas cuya
melodía musican los oídos del alma,
de los pájaros cantores que llaman a la concordia
refugiados en las ramas de los árboles.
Y tú lo supiste antes que ninguna persona,
conocías los secretos de la creación
y nos mostraste el camino de la poesía
de la naturaleza, y tú lo sabías y nos enseñaste
a pensar en los hombres desde las necesidades
y aspiraciones de los hombres,
a ensalzar su capacidad de sublimación,
a respetar el derecho a una vida digna,
a una vida en armonía con su entorno
próximo, natural y también social.
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| Dormitorio principal |
Y desde aquí quiero cantarte,
en tu huerto y tu jardín,
desde el balcón de tu alcoba,
en la intimidad de tu estudio,
al aire, en el patio sereno,
enfrentado a la incipiente amanecida;
en fin, en este hermoso valle entre montañas,
en Iria Flavia, en el recogimiento del pazo,
que amable permitió, amparadas en el tiempo,
se sucedieran las generaciones de los Castro.
Repliego los párpados ante misterioso
caminar…
A ti, mujer, nacida en las orillas
del Sar, dirijo mi humilde canto.
Porque dios te regaló
dones y amarguras,
placeres y tristezas.
Recostó tu cuerpo
en el quejido, preñó
esos ojos de la firmeza,
desnudó tus pies
teñidos de nácar y nubes.
Inspiró los escritos
de la memoria perdida;
de tu mano deletreó
canciones, coplas
y madrigales huidos.
-La añoranza recrea
en la faz reflejos
del alma herida-.
Desiste el corazón
a sentirse pleno,
al encuentro
de mayor amor y grandeza.
¿Qué será de tu casa y el huerto,
del jardín de hortensias
y del bosque umbrío?,
tan lejos de ti,
ahora perdidos,
tan cerca del cuervo
y su graznido.
¡Recuerda mujer!,
los rayos del sol
también tiñen de amarillo
las pajas del nido.
La duda en la búsqueda
empuja la mente
hacia el camino de la certeza.
-Enigma y enigma, dos enigmas
para una misma respuesta,
y la muerte que se rinde ante
las puertas de la inteligencia-.
Repliego los párpados ante misterioso
caminar…
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| Mesa de trabajo |
El techo de madera,
el suelo de madera,
entrambos se ubica el espacio
que te permitiría regenerar
la pesada existencia del alma,
donde diste vida al hombre
por mediación de tus versos
luminosos y esclarecidos,
en la noche despejada,
de luna llena, redonda.
La luna, la luna del espejo contra
la pared encalada, blanca;
en ella te remirabas, coqueta,
en tus delicados años de luz,
cuando anduviste por la tierra,
enamorada de la tierra,
cantando a la tierra de tus ancestros.
El espejo me devuelve tu imagen
impalpable y su luz ciega mis ojos,
que por unos instantes permanecen
deslumbrados; tu imagen, tu imagen,
tu imagen se apresta
a dejar testimonio
del momento poético…
Repliego los párpados ante misterioso
caminar…
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| El balcón de Rosalía |
Amor de mujer,
¿quién la dama
del vestido de lino
y la rosa en la boca?
La leve aparición
de tu cuerpo astral
crea la incertidumbre
en la mente del hombre.
Amor en la mirada
y ojos de almendra.
-El velo del cielo-.
Tus pupilas
y la sensual natura,
los claveles se arrebolan
ante tu presencia
que llega para el consuelo.
Amor en las manos
y caricias de seda.
La piel
del alma al tacto
de las yemas de tus dedos,
la amatoria
ante el gesto del corazón.
El beso en las palmas.
Amor de luz.
Destellan las estrellas,
son bellas;
parpadean y estrellan
sus rayos contra
la frente desnuda.
No hay duda,
la transfiguración es ella.
Amor de mujer.
El prodigio
de la luna llena
en el pazo y la ribera del Sar.
Los pies descalzos
se cubren de luciérnagas,
y el agua virgen lava
tu epidermis de parafina.
Repliego los párpados ante misterioso
caminar…
Verde
la campiña
del ayer.
Verde
la esperanza
de mujer.
Verde
el resplandor
del amanecer.
Verde
el árbol
del amor.
Verde
y blanca
la mar.
Verde
la hierba
del esplendor.
¡Mujer!,
¡verde
tu leve mirar!
¡Verde
que te
quiero
verde,
a la orilla
del Sar!
¡Verde
que te
quieren
verde,
mujer
del mar!
Cierro los ojos ante tu místico caminar...
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| Retrato de Rosalía yacente |
Allí en la bruma,
la silueta
de la mujer del mar.
Firme en la barca,
partió de la orilla del Sar.
En la manos
remos y pluma.
Acarició
al hombre con ensoñación
y regeneró
la tierra en sus propias entrañas,
diciendo de
valles,
ríos,
mares
y
montañas.
Caminó sumida
en amores,
rosas,
rimas
y dolores.
Quedó
la vida
suspensa
en
leyendas.
¡Fuese en la barca!,
sus pies rozaban la espuma de las ondas de
la mar.







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