Bien, veremos hasta dónde es capaz de encontrarse mi intrépido espíritu con la esencialidad de la cosmogonía universal. Sólo añadir que mi espíritu no es diferente del vuestro, puesto que todos fuimos forjados en la fragua de la intemporalidad y el conocimiento que se enraízan en el principio creativo.
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| Algo paracido es la espiritualidad de la cosmogonía. Llama de la inteligencia alimentando de continuo la creación. |
Introspección y Éxtasis Contemplativo I
A tenor de un debate que hace un par de días surgió en Facebook entre
un grupo de amigos, entiendo de la necesidad de hacer algunas aclaraciones al
respecto, contando con mi limitado conocimiento sobre el tema y la permisividad
de los integrantes del debate. Yo, en este trabajo, quisiera incidir en la
cualidad dual del ser humano, hombre mujer, que nos permite desplazarnos lejos
del mundo temporal en el que vivimos, tridimensional, para adentrarnos en la
intemporalidad de la infinitud del espacio tiempo o cosmogonía espiritual de la
creación, cuya dimensionalidad desconocemos y al que permanece adscrito el
espíritu humano. Claro está, que si negamos nuestra cualidad dual no es posible
la existencia del debate, porque entonces sólo seríamos seres unitarios dotados
de un cuerpo y de una mente.
Convendría iniciar delatando las grandes diferencias que se dan entre
hermano; aun contando que todos ellos son nacidos de los mismos padres, han
recibido un proceso educacional similar y se han sumado a la vida en un entorno
social y cultural de características comunes. Convendría que fuéramos indagando
sobre el por qué se producen esas grandes diferencias, en ocasiones de
dimensiones astronómicas, que inducen a unos y a otros a interpretar sus vidas
de modo tan radicalmente distinto, encauzándolas hacia metas que nada tienen de
común entre sí, alejándoles definitivamente de aquella primera vida en común y,
en consecuencia, perdiendo el contacto de por vida en numerosos casos.
Es sabido que la genética no
hace hijos iguales, aunque si crea características comunes que son heredadas de
sus progenitores. Lo mismo podríamos asegurar del proceso genético mental, aquí
ya aparecen diferencias notables y podremos entender mejor las diferencias del
grado de inteligencia entre los hijos que son ostensibles, en ocasiones en grado
superlativo; si bien, debemos aclarar que la mente como tal y el raciocinio tampoco
pertenecen al apasionante mundo del espíritu.
La genética de la inteligencia nos dice:
1º/ De padres no inteligentes -hablamos de inteligencia intuitiva-,
nunca pueden nacer hijos inteligentes.
2º/ Para que uno de los hijo sea inteligente es del todo
imprescindible que al menos uno de los padres sea inteligente.
3º/ Para que todos los hijos sean inteligentes, salvo accidente, los
dos progenitores deben ser inteligentes.
4º/ Para que uno de los hijos sea excepcional, inteligentemente
hablando, es necesario el requisito de que los dos padres estén dotados de una
inteligencia muy amplia, es decir que ambos se acerquen también a la excepcionalidad.
De hecho es un proceso que lo podemos comprobar de un modo cotidiano,
en nosotros mismos, en nuestros vecinos, amigos y familiares; también en la
trayectoria que hemos y han seguido en la vida y, por supuesto, en la forma de
hacer y en el comportamiento de los hijos. Otra historia diferente es que no
nos convenga verla y menos constatarla, en especial si corremos el riesgo de
vernos atrapados en alguno de los apartados que comprometerían nuestra forma de
vernos a nosotros y las personas que pertenecen al entorno próximo en el que
nos movemos. Si las leyes de la genética, Mendel, las damos por probadas y
aceptadas científicamente, no se entiende el por qué no se aplican a la
inteligencia, a no ser que existan prejuicios que lo impidan o miedo a ser
descubiertos.
Las correlaciones hereditarias, con diferencias notables, se producen
en estas dos primeras proposiciones que hemos visto; es indudable que seguimos
hablando de seres “carentes” de espiritualidad, puesto que nos hemos referido
única y exclusivamente al ser humano físico e intelectual, cuerpo y mente,
ignorando, de hecho, la espiritualidad del ser. Tendremos que acercarnos a los
enunciados del Tao -concepción metafísica de la vida, no religiosa-, a fin de argumentar sobre la existencia de la
cosmogonía espiritual de la creación, de la que los seres humanos formamos
parte convirtiéndonos en una proyección más de la vida, ni más ni menos
importante que cualquier otra de las existentes.
Continuará.
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| Desde la impenetrabilidad y la forma amorfa a la luz de la clarividencia. Largo viaje para el espíritu del hombre. |


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